Los duelos y las pérdidas

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Puedes escuchar este texto narrado por L’amargeitor dándole click aquí:

Hoy, hace un año de que murió mi papá.

Un año.

Siento que fue ayer que me despedí y siglos desde que lo vi por última vez siendo realmente él… Cuanta, cuánta, cuantísima falta me haces papá, este año sin ti me ha enseñado cosas que no tenía ganas de aprender y me ha confirmado cada día lo fundamental que era tu presencia en mi vida.

La gente te repite sin cesar que el dolor “se acomoda”, que “pasa”, que “aprendes a vivir con él”. Todavía no llego a esa parte, lejos de eso, me he pasado el año en una montaña rusa llena de nostalgia, de lloradas sorpresivas y de días de profunda tristeza.

Y es que el duelo es algo muy culero. No tiene palabra de honor ni sabes nunca por donde te va a agarrar. No es lineal. No se quita. No pasa. Te da en la cara un día normal que abres un cajón y te encuentras una foto de tu papá en bata regando su jardín, o un cuchillo para cortar toronjas que te trajo de su viaje y acabas de rodillas chillando en la cocina. El duelo se atenúa, por ratos, pero no, no pasa… ¿Cómo puede uno acostumbrarse y resignarse a ya no volver a ver nunca a ese alguien?, y ¿por qué querríamos hacer eso? Es como si para consolarte a la gente le urgiera que te olvides, que cambies de página, que dejes de tristear y “sigas adelante”, que “los dejes ir” y “cambies de tema”.

El duelo incomoda a propios y ajenos, y la gente no entiende que no hay consuelo en el olvido. Que justo el miedo a olvidar a nuestros queridos es lo que nos hace rompernos en pedacitos.

Los meses siguientes a la muerte de mi papá estuve rodeada de muestras de amor, de presencia, de detalles llenos de cariño, de apapachos y personas revoloteando a mi alrededor acompañándome en mi proceso, después, como en cualquier otra cosa, solo se quedan los menos. 

La gente regresa a sus vidas pensando que tú ya estás lista para regresar a la tuya y las presencias se van diluyendo. Los duelos son un gran ejercicio para darte cuenta con quién cuentas, continuamente.

Sí, sí estamos solos cuando se trata de enfrentarse a la vida y, sobre todo, a la muerte, pero saber que cuentas con una red de apoyo hace una diferencia gigante. Por eso es importantísimo invertir en nuestras amistades, nuestros parientes, nuestros cercanos, estar para ellos incondicionalmente para que cuando te toque a ti estar en la lona, puedas hacer una especie de “cash out” sin tenerlo que pedirlo si quiera… de eso se trata lo de acompañarse, las redes no se tejen solas y son las que nos salvan la vida. 

Gracias a cada una de las personas que forman la mía. No sé qué haría sin ustedes.

Pero sin duda las personas que más me han reconfortado este año han sido aquellas que me han hablado de mi papá. Pensamos, erróneamente, que frente a un duelo hay que hacer como que no pasó nada, obviar el tema, evadir el dolor, no mencionar la situación, la partida, la ruptura.

En realidad es completamente al revés: lo primero que uno necesita para sanar una pérdida es hablar de ella, de ahí la relevancia de la psicoterapia. Hablar, sacar, vomitar, llorar. Dejar que salga. Dejar que sea.

Hay gente que prefiere brincarse el tema para no incomodar, por no ser imprudente, o no lastimar, pero déjenme decirles esto: no hay nada, nada, que se sienta más delicioso a que alguien se acerque y me hable de mi papá, de algo que hizo, de algo que vivió con él, una anécdota, un comentario, un recuerdo… la razón es muy sencilla: eso hace que mi papá siga existiendo.

Hablar de los que ya se fueron (incluso si no los conociste) hace que permanezcan y sigan siendo parte de nuestro día a día y hablar de nuestras pérdidas las hace, sin duda, más llevaderas. A veces estos momentos suceden con gente que ni conocías. A veces con tu mejor amiga. Otras, terminas llorándole tu pena a alguien que no era tan cercano y al hacerlo, te haces su herman@. Compartir nuestros dolores es la forma más auténtica de conectarnos. Vulnerarnos. Abrir nuestro corazón y mostrarnos, completamente, humanos.

Los duelos, insisto, nos hacen ser mejores personas, más empáticos, más humildes, más prácticos. El dolor es la forma más rápida de conectar con alguien más y una vez que conectas por ahí, no hay vuelta atrás. Desde que se murió mi papá, tengo varios nuevos amigos con quién tengo un nivel de conexión más profundo que con amistades de toda la vida.

Y, a veces también, se juntan los duelos…

Hace varias semanas, el Sponsor y yo tomamos la dolorosísima decisión de separarnos.

Las relaciones también se enferman, y se mueren, a veces nos aferramos a ellas porque sigue habiendo muchísimo amor y la esperanza de que mientras lo haya, todo tiene siempre una solución, pero eventualmente llega el día en que uno tiene que asumir la realidad y pensar más allá de todo ese amor.

Durante todo este proceso mi papá me ha acompañado en mi cabeza. Qué haría. Cómo resolvería. Qué me diría. No tengo sus abrazos que tanta falta me hacen, pero tengo en mis entrañas su guía y el recuerdo permanente de que incluso para las circunstancias más devastadoras me dejó un ejemplo contundente de integridad, de fortaleza y la capacidad de elegir cómo enfrentar la adversidad y qué tipo de persona quiero ser ante ella. Me resuenan diariamente las palabras que nos dijo al Sponsor y a mí: en la vida van a haber muchas cosas difíciles y ante ellas solo hay dos opciones para enfrentarlas: construir, o destruir… elijan siempre construir.

Hoy, elegimos construir una manera distinta de ser una familia.

Para ello tendremos que navegar nuevamente las aguas del duelo y reaprender a encontrar maneras de reconstruirnos como personas y como familia. Otra vez, como hace un año, paso a formar parte de un gremio que no conozco y que probablemente también me reciba con un entendimiento distinto de la vida, y otra vez, mis redes de apoyo han sido y serán determinantes. Gracias, otra vez.

La regla número uno de la vida es: nunca pienses que no te puede pasar a ti, lo bueno, lo malo, lo mejor, lo impensable. Estar vivo es sinónimo de estar sujeto a todo, y a nada, y a nadie. La regla número dos es que el tiempo no cura una mierda, nos curamos nosotros (a veces) y no es romántico, pero es lo que hay. Ni modo.

Creo que lo que venimos a aprender es precisamente a estar quietos en la incomodidad y dejarla que suceda. A vivir lo que nos toca cuando nos toca y a saber que nada nunca dura para siempre, que todo pasa y cuando pasa, aunque sea horrendo, normalmente pasa para mejorar y crecer.

Y soltar… venimos a aprender a soltar. Amores, personas, traumas, enojos, ideas, dolores, situaciones… la vida es un continuo dejar ir y asumir que esta es la que nos toca vivir, que es corta, (aunque a veces se haga eterna) y que, incluso si de pronto nos queremos morir de tristeza, no nos queda más que afrontarla, levantar la cabeza y seguir.

Los duelos y las pérdidas no se hacen más pequeños, ni pierden importancia, ni nos duelen menos, no, lo que sucede solamente es que al enfrentarnos a ellas somos nosotros los que nos hacemos más grandes.

Te extraño papá. Tanto.

Aquí la columna que escribí cuando mi papá cambió de dirección.

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