Educación: dos, tres… muchos Vietnam

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En diciembre pasado se dieron a conocer los resultados del estudio del Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes, conocido por sus siglas en inglés, PISA. El estudio ofrece un diagnóstico del sistema educativo de los países participantes. Consiste en la realización de un examen estandarizado por parte de una muestra de estudiantes de 15 años. El examen se rindió durante 2022.

En México, los resultados causaron revuelo al registrar una reducción en las puntuaciones de los tres rubros evaluados en comparación con la edición anterior del estudio (2018): 14 puntos menos en matemáticas, cinco en lectura y nueve en ciencia. En la inevitable partidización de todas las discusiones en nuestro país, se vio en el reporte de PISA motivo para denostar la política educativa del actual gobierno. En el extremo, hasta la pobre Ana María Prieto (la maestra bailarina a la que las redes sociales por fin habían dejado en paz) resultó culpable del declive en los resultados.

La Secretaría de Educación Pública, con la usual eficacia del gobierno cuando se trata de rechazar críticas, emitió un comunicado en el que señalaba correctamente que la pandemia afectó negativamente a prácticamente todos los países que participaron en el estudio. De hecho, considerando con ecuanimidad, es evidente que el nivel de logro educativo está influenciado por factores más allá de las acciones de cualquier gobierno en tres años, incluyendo imprevistos como la emergencia sanitaria global.

La gráfica que acompaña a este artículo muestra que, pandemia y todo, algunas tendencias a las que ya me había referido con anterioridad en este espacio se mantienen. El desarrollo económico está muy asociado con los resultados: un 58% de las diferencias en el resultado en matemáticas de PISA se explica por  las diferencias en el PIB per cápita. Aunque no es evidente en la gráfica, el impacto del nivel de ingreso es más significativo en los países más pobres.

La línea azul sólida identifica el resultado en la prueba que cabe esperar dado el PIB per cápita de cada país. En ese sentido, en México realmente no hay sorpresas. De hecho, en todos los países de América Latina y el Caribe (color naranja) el resultado en la prueba corresponde más o menos a sus respectivos niveles de desarrollo.

Adicionalmente, las diferencias entre estos países son mínimas: el país mejor evaluado de América Latina es Chile, con 412 puntos, apenas 34 puntos por encima del octavo lugar, Argentina. En cambio, es notable que, como región, los países de América Latina y el Caribe muestren resultados inferiores a los esperados para su nivel de desarrollo. Esto sugiere que en nuestro diagnóstico tal vez tendríamos que prestar atención a las limitaciones estructurales que comparten los sistemas educativos del subcontinente.

Como mencioné, estas tendencias persisten desde ediciones anteriores del estudio y continúan a pesar de la disrupción pandémica. Tampoco dependen de la materia: el panorama es (y ha sido) similar con los resultados de español.

Otro aspecto que se mantiene en el tiempo es el lugar excepcional de Vietnam. Aunque su puntaje también cayó en 2021 con respecto a 2018, los 469 puntos obtenidos son, una vez más, muy superiores a lo que corresponde a su PIB per cápita, de 3,756 dólares en 2021. Noruega obtuvo 468 puntos, con un PIB per cápita más de 20 veces superior.

Me extraña la obsesión que tenemos con el “modelo finlandés” cuando nos animamos a pensar el problema en términos comparados. Finlandia es un país que se puede dar muchos lujos, porque es un país rico. El “modelo vietnamita” posiblemente tiene un componente cultural, pero también se caracteriza por el gran consenso social alrededor del valor de la educación: un consenso en el que forman parte maestros y maestras para quienes la atención personalizada a sus estudiantes es el componente pedagógico más relevante; los padres y madres de familia, que se comprometen con la continuidad de los estudios fuera del horario escolar, y del gobierno, que destina recursos para la infraestructura educativa muy por encima de lo que países incluso menos pobres destinan. 

Más allá de diferencias culturales, la experiencia de Vietnam podría replicarse en países de desarrollo medio, y sería beneficioso para América Latina intentar seguir su ejemplo, en una versión menos ensangrentada y con mejores expectativas de éxito de lo que el Che Guevara consideraba una misión. 

Si bien es un desatino culpar al gobierno actual del estado del sistema educativo, podemos juzgar hasta qué grado sus políticas se encaminan a darle a la niñez y juventud mexicanas la educación de calidad que merecen. El comunicado de la SEP al que hice referencia es un derroche de conformismo y autocomplacencia, ensalzando los grandes objetivos de la Nueva Escuela Mexicana.

Queda en usted, mi querida lectora, mi querido lector, definir si esa es la forma de convertir a México en uno de esos muchos Vietnam.

Otra colaboración del autor: La ciencia que se lee

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