El miedo de los hombres blancos

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¿Es un mal momento para ser hombre?

La confirmación de Brett Kavanaugh como el próximo miembro vitalicio de la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos no solo es controversial por las acusaciones de abuso que le acompañaron, sino por el nuevo discurso que el presidente Donald Trump ha ascendido para proteger la cultura del privilegio.

La premisa es tan sencilla como penetrante: “Los hombres tienen miedo”, dijo el Trump. “Es un mal momento para ser hombre” insistió en un evento de campaña, marcando la idea de que, hoy en día, “cualquiera” te puede acusar de abuso sexual y “destruir tu vida”.

También dijo que “las mujeres están muy bien, es un gran momento para ser mujer”, alegó. Y después procedió a hacer una imitación de la acusadora de Kavanaugh, Christine Blasey Ford, ridiculizando a la mujer ante todo el país.

Trump y los republicanos lograron su objetivo de dejar a un ultra conservador en la Suprema Corte, lo cual podrá moldear la vida de generaciones de estadunidenses en el futuro. Y Kavanaugh pudo respirar tranquilo: su nominación es también su exoneración. 

Pero eso no es lo único importante. Lo que destaca es cómo la retórica de la época trumpiana está buscando – con cierto éxito – revirar la noción de quién es la víctima, quién es el victimario, y quién está bajo amenaza.

Es un momento muy peculiar en el debate global – pero en particular en Estados Unidos – respecto a lo que se entiende sobre abuso sexual y sobre romper las cadenas de miedo en torno al tema.

El movimiento #MeToo ha sido el galvanizador de este fenómeno. Mujeres importantes, famosas, pudientes e influyentes, tuvieron que superar la vergüenza y el dolor de lo que les había pasado para comenzar a denunciar a hombres poderosos como Harvey Weinstein – otrora uno de los productores más destacados de Hollywood – y así desatar la mordaza que muchas otras mujeres más padecen.

Pero la fuerza de los movimientos que buscan la igualdad o la equidad, tienen siempre su contrapeso: reducir el privilegio de unos para equilibrar la balanza. Y quienes siempre han ostentado el privilegio – en este caso hombres blancos, mayores y de recursos – no están dispuestos a ceder fácilmente.

La narrativa que se busca construir es que una mujer cualquiera puede acusar a un hombre importante de abusar de ella, así sea fácticamente indemostrable, como en el caso de Ford – cuyo ataque sucedió hace décadas.

Y los hombres están indefensos. No tienen protección alguna ante la tentación vengativa, siniestra o malintencionada de estas mujeres, que, a decir de Trump, son una “turba” manipulada por los demócratas para impedir que logre sus objetivos.

Al final, como sabemos, Kavanaugh juró como miembro de la Suprema Corte y sus acusadoras – recordemos que son varias – caerán en el basurero de la historia, como mujeres que algunos ven como valientes pero cuyo testimonio terminó siendo irrelevante.

El miedo de los hombres puede atenuarse, pero no deja de recordarnos una realidad peligrosa: otra vez, acusar es sospechoso y hasta peligroso: hoy, te expones a que el presidente de los Estados Unidos, personalmente, se burle de ti frente a toda la nación.

Podemos argumentar que hay acusaciones falsas: sin duda las hay, las ha habido, y las habrá. Y son todas graves. No solo afectan a inocentes, sino que dañan la credibilidad de las acusaciones verdaderas.

Pero si nos ponemos a hacer cuentas, ¿qué porcentaje de hombres han sido falsamente acusados? No muchos. Y, sobre todo, ¿cuántas mujeres han sufrido algún tipo de hostigamiento, abuso o maltrato sexual? La triste realidad, es que prácticamente todas.

Sigue a Magda Coss en Twitter.

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