La otra FIL de Guadalajara

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Escribo desde esta otra trinchera, la independiente, la ajena al mainstream (aunque ya no tanto); la trinchera de la que no hablan los medios masivos ni leerás en las columnas en los grandes diarios. Escribo desde la trinchera de una escritora que decidió convertirse en empresaria para apostar por sus propios libros y ponerse al tú por tú con empresas editoriales de todos los tamaños bajo el mismo techo: la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

Soy la única autora (incluidos los escritores hombres) que participa sola, con su propio stand, en la mayoría de las ferias de libros más importantes de su país (por el momento, porque tengo enormes planes de expansión mundial —claro—): Guadalajara, Monterrey, Palacio de Minería, Fiesta del libro y la rosa, Zócalo de la Ciudad de México, etcétera. Me dedico a publicar y promover mis propios libros desde hace 22 años y, también como pocos autores, he logrado pagar mis cuentas con mi trabajo editorial; sin becas ni subsidios, son mis propios ejemplares los que financian mis tirajes y mis stands (mi espalda también los paga un poco, y el dolor de piernas después de nueve días de pie un promedio de 11 horas diarias).

Decidí dedicarme a lo mío por diversas razones, la principal fue que no me gustaba la realidad de las editoriales y los escritores, no me gustaban los porcentajes de regalías, no me gustaba la lambisconería, no me gustaban ni la soberbia ni las mafias, y entonces decidí hacerlo a mi manera (todo eso sigue sin gustarme, por cierto). Contra todo pronóstico mis procedimientos han funcionado: a veces las formas de hacer las cosas parecen tan definitivas que se percibe imposible que alguien lo haga diferente. Hasta que llega alguien y lo demuestra. En este caso me tocó a mí.

La FIL de Guadalajara que yo vivo (este 2023 fue mi tercera experiencia consecutiva con stand propio, mi año con más participaciones en ferias de libros —12— y el más productivo en cuestiones financieras) es muy distinta a la que se ve en las redes sociales oficiales o en las de los autores invitados

Yo no voy a la FIL a ver qué escritores famosos me encuentro para tomarme fotos con ellos y presumir que estoy en el centro del mundo literario. Tampoco voy a la FIL nada más para tener presencia de marca, para que me vean ahí y se me interprete como alguien prestigiosa, ni para aparecer en el programa y presumir que formo parte de una clase de olimpo (puedes presentar tu libro si tienes trescientos dólares y metiste tu solicitud a tiempo en el sitio web fil.com.mx —lo pongo por si alguien ocupa—), y mucho menos para pasarme de fiesta en fiesta, coctel en coctel para conocer gente y generar “contactos” (pago con sangre y lágrimas hasta la mínima desvelada).

Yo voy a la FIL de Guadalajara para coincidir con los lectores más apasionados que he conocido, para observarlos, escucharlos, conocer sus preferencias, anhelos, entusiasmos, para ofrecer una alternativa distinta a la de las editoriales enormes, que cada vez monopolizan más los temas de conversación y los criterios (¿te has puesto a pensar que, si sólo lees libros de las trasnacionales, estás dejando que sea un puñado de señores y señoras quienes decidan qué ideas vas a ingresar a tu sistema, y eso limita tu percepción del mundo?).

Para la gente que pasa frente a mi stand ese es un espacio más entre todos los demás espacios, abundantes y diversos, que encuentran ahí. Para mí ha significado una apuesta que desafía a la lógica, si resulta que las cosas son un fracaso y no consigo vender la cantidad suficiente de libros entonces puedo perderlo todo; no es nada más lo que cuesta el stand, también es el envío de las cajas, el sueldo y la comisión de los empleados, transportación, comida, hospedaje, vestuario y todo lo que implica abandonar tu casa y a los tuyos para luchar por el éxito, porque mi éxito no es regalo del universo, sino que ha estado patrocinado por incontables noches de insomnio, talacha y entrenamiento intensivo en tolerancia a la frustración. Y está cimentado en historias que atraen a lectores que vienen por las novedades porque les sorprendió gratamente lo que encontraron en los libros anteriores.

A mí me toca llegar a la FIL antes del glamour, cuando flota aserrín en el aire, por los pasillos recorren plataformas, diablitos y carros de recolección de basura y el sonido ambiental son cumbias y taladros que perforan el aluminio y la madera, esos esqueletos que alojarán a los libros.

No hay emoción igual a la de encontrar el stand desnudo e irlo vistiendo poco a poco con telas, posters, mobiliario, expectativas y los protagonistas: esos cientos de ejemplares que seducirán a sus próximos lectores con el encanto de portadas, títulos e historias. 

La FIL de Guadalajara es mía y yo soy de la FIL de Guadalajara, nos poseemos mutuamente en un idilio que dura nueve días en presencia física, pero 11 meses en apetencia. Y eso, aunque me desdeñen escritores, periodistas y editores célebres o no célebres porque me publico a mí misma, no me lo quita nadie.

Así que salud.

Más de la autora: Apuntes de una poliamorosa. Parte 1

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