El primer desafío internacional del nuevo gobierno estadounidense

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Al iniciar su discurso frente a la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas en septiembre de 2006, Hugo Chávez se refirió así a la presencia, el día anterior, de George W. Bush en el mismo pódium: “ayer estuvo el diablo aquí. En este mismo lugar; huele a azufre todavía…”. Aquella referencia, repleta de la exageración común de los discursos de Chávez, podría ser enunciada también por los nuevos habitantes de la Casa Blanca.

El presidente Joe Biden ha firmado una retahíla de órdenes ejecutivas (42 en total) tratando de revertir parte del daño realizado por la administración Trump. Así es como funcionan dichas órdenes ejecutivas, son frágiles porque dependen fundamentalmente de la voluntad presidencial; es como intentar ocultar el olor a azufre con un desodorante ambiental.

Ya hemos leído sobre el contenido de esas órdenes ejecutivas (el reforzamiento del llamado ObamaCare, el inicio de la reincorporación al Acuerdo Climático de París, fortalecimiento del programa DACA, etc.) pero poco se ha mencionado lo que no ha firmado.

Es interesante observar que Joe Biden no ha firmado una orden ejecutiva con el fin de reincorporar a los Estados Unidos al Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés) a pesar que la puerta para ello se dejó abierta desde mayo de 2017.

Al no iniciar la reincorporación al TPP, la administración Biden da una señal sobre el perfil de su política exterior. Desde la última década del siglo XX, la política exterior estadounidense había promovido y firmado una larga serie de acuerdos de libre comercio en parte bajo la ilusión de que un mercado internacional altamente interdependiente reduciría las probabilidades de conflicto internacional al incrementar su costos, además de que permitiría un acceso ventajoso de los productos estadounidenses a decena de “mercados” recientemente liberados de yuntas nacionalistas y proteccionistas.

El año de 2016 nos presentó con dos candidatos (Hillary Clinton y Donald Trump) que criticaron la negociación y puesta en marcha de acuerdos de libre comercio que habían facilitado la fuga de empresas (y con ellas de empleos) de los Estados Unidos. 

Sorprendió que Clinton propusiera revisar un acuerdo negociado durante una administración en la que ella participó y ahora podría sorprender que el entonces Vicepresidente no inicie una acción de reincorporación al Acuerdo (sorprendente si no comprendemos los claros límites que ha alcanzado la retórica librecambista en el siglo XXI). Habrá que observar de cerca si la administración Biden/Harris incluye de nuevo una agenda librecambista o no.

Mientras tanto se ha presentado un primer desafío internacional al gobierno de Biden: el domingo un grupo de las fuerzas armadas de Myanmar arrestó a la líder civil Aung San Suu Kyi y grupo de colaboradores poniendo fin a cinco años fallidos en el intento de instaurar una democracia populista y nacionalista (incluso etnocida) en el país. 

El golpe de estado restablece un gobierno militar como aquel que dominó ese país de 1962 hasta 2011, y Biden ya ha anunciado la intención de su gobierno de establecer sanciones en contra del gobierno golpista si no se reinstaura pronto el gobierno civil. Por donde se vea, también en el caso de Myanmar, todavía huele a azufre (militarista).

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