Obsesión de belleza

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Mi cuerpo tiene 43 años y seis meses, 15,660 días en total. En este tiempo me ha dado un excelente servicio, desde llevarme y traerme con efectividad, hasta ser mi cómplice en convertirme en esta mujer que me cae tan bien.

Es un cuerpo con gran capacidad para crear proyectos, ejecutarlos y gozar en el proceso, con la fuerza necesaria para contener los ímpetus de mi mente, que casi siempre tiene afanes desbordantes del físico que la contiene y le enseña paciencia para domar sus huracanes internos y pasar largas temporadas en la certidumbre de la paz (esa última es una habilidad aprendida en tiempos recientes).

Con este cuerpo he explorado, además, los límites más alucinantes del placer, sorprendiéndome con su capacidad para sentir desde el deleite más discreto, como el de una caricia del viento, hasta el más impredecible de los orgasmos.

Y aun así, los últimos 15 años, o sea los últimos 5,400 días, he vivido en una batalla silenciosa en contra de él, mi eficiente cuerpo.

Sucedió después de que mi eficaz cuerpo llevó a cabo, con la mayor precisión, la función de generar en el útero otra vida humana, para lo que me deshice del abdomen plano, la posibilidad de dormir y de la mayoría de mis horas para perseguir utopías o encontrar dramas donde hay realidades hermosas, y gané un par de bonitas ojeras que, al parecer, llegaron para quedarse.

Durante la temporada de madre primeriza las horas que antes se expandían para imaginar, crear y hacer, se contraen en llevar a cabo uno de los actos más normalizados, pero que implican más nobleza y abandono de una misma: mantener con vida y brindarle lo mejor que tienes a un nuevo ser humano para formar a un buen miembro de la sociedad.

La batalla contra mi cuerpo empezó cuando el espejo me devolvió la imagen de mi nueva yo, una yo mamá, que desde ese día sería también la típica mujer obsesionada con recuperar la diversidad de sus formas geométricas, que tendieron predominantemente hacia el círculo, además de contar con una cicatriz de 15 centímetros en el nacimiento del vello púbico. 

Después de la dieta y el ejercicio todo pareció volver a su lugar. Pero luego me emergieron las canas, se acentuó la celulitis, hicieron acto de aparición las arrugas resultantes de tener un rostro tan expresivo, las hormonas me aumentaron las caderas, los muslos e incluso el volumen de los brazos y así empezó esa guerra por detener el tiempo, y resultó que, entonces, las evidencias del paso de los años sobre mi cuerpo empezaron a ser defectos, pero ni las cremas ni los masajes ayudan del todo con el problema, y mucho menos los tintes, porque las raíces son más veloces que lo invertido en el salón de belleza. 

Y había que quedarse con antojos de comida deliciosa para no desparramar el vientre, y había que dormir boca arriba para evitar que se colgaran los cachetes, y había que aguantar de pie con unos tacones enemigos de la lógica anatómica para conservar el índice de deseabilidad, y había que moderar el vino tinto y las desveladas y los baños calientes y los helados en cono con fondo de chocolate. Básicamente, había que convertirse en una muerta viviente.

Y no. Llegué a un punto en el que me negué a seguir así. Si una mujer quiere envejecer siendo ella misma, entonces es descuidada. Para envejecer con estilo, una mujer debe sufrir. Qué desfachatez sentirse orgullosa de tus arrugas, ¡no! Hay que inyectarles botox para que no se vean, gastar una fortuna en cremas y tratamientos. ¿La panza? Hay que drenarla o ponerle una faja. ¿Las canas? Hay que cubrirlas en cuanto salen, ¿qué es eso de andar al natural? Y si nada de eso funciona, hay que entrarle al quirófano.

Ya ni hablar del deseo sexual. Qué ridícula, ya no está en edad, que asuma su realidad de objeto en desuso que ya vivió sus mejores épocas; los instintos no son cuestión de señoras respetables.

Y basta. Es absurdo haber venido al mundo, haber sobrevivido, levantarte todos los días para ser esclava de la ropa que cubre tu desnudez, de la textura de la piel, de las uñas sobre tus uñas, de la opinión de múltiples y variados desconocidos, de las normas que te dicen que esta temporada lo adecuado son las bermudas caqui con camisas blancas de mangas enrolladas o lo que sea que esté de moda. 

Sencillamente es absurdo invertir tal cantidad de tiempo sufriendo por ideales en los que no encajas para ignorar la voz que te dice desde el interior: ¡vive! Porque hay mejores formas de utilizar los días, tanto por leer, por caminar, por aprender, por mirar, por descubrir, por asombrarse, por reír a carcajadas. Tantas alternativas para usar el cuerpo como creador de maravillas y memorias.

El cuerpo es para mantenerlo sano, quererlo, venerarlo, cuidarlo, protegerlo y todo lo bello terminado en que se procura mejor aquello que se ama

Lo demás, es lo de menos.

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