Opciones estratégicas

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En democracia decide la mayoría. El principio de mayoría es uno de los fundamentos de la democracia. Quien obtiene la mayoría tiene la responsabilidad de gobernar, y como dijo algún político, la mayoría se hizo para usarla. Sin embargo, la democracia también garantiza derechos a las minorías y les asigna un papel activo en los procesos políticos. Pero hay muy diversas formas de usar la mayoría

Por eso cuando Andrés Manuel López Obrador ganó la presidencia de la República con tan espléndido triunfo que nadie ha cuestionado en su legitimidad  democrática, y su partido obtuvo mayoría en ambas Cámaras del Congreso de la Unión, me pregunté qué haría Andrés Manuel con esa mayoría, es decir, cómo la usaría

En aquellos días yo pensaba en dos formas de usar la mayoría: la primera, disponer de la fuerza legítima de la mayoría para articular democráticamente la diversidad y avanzar en la solución de los problemas del país; la segunda, usar esa fuerza para intentar desaparecer o bien reducir a su mínima expresión esa diversidad e imponer un ejercicio hegemónico de la política.

Intentar la primera opción podría haber parecido un acto de ingenuidad, pero creo que la dimensión de los problemas que México enfrenta sí requiere de generosidad y responsabilidad políticas. A partir de su mayoría, López Obrador pudo haber convocado a las fuerzas políticas y sociales de la nación a dialogar y conformar un programa de gobierno del que se derivaran políticas públicas de Estado, compartidas y apoyadas por los Poderes Ejecutivo y Legislativo, por los tres niveles de gobierno, por el Estado y la sociedad, por la nación. 

Asimismo, la integración del equipo de gobierno podría haber respondido a esa diversidad política y social y no únicamente con aquellos que se identificaran con el partido del Presidente

Una decisión estratégica de este tipo sin duda hubiera presentado muchas dificultades de implementación, no obstante, con la fuerza de la mayoría obradorista hubiera sido posible al menos intentarla. Este escenario podría haber enrumbado la política mexicana por un necesario ejercicio de diálogo, debate y construcción de acuerdos en torno a lo fundamental. Es decir, a aquellos criterios que atendieran a problemas tan importantes como el combate a la pobreza y la desigualdad, el crecimiento y el desarrollo económicos, la seguridad pública, la educación, la salud o la lucha contra la corrupción, entre otros temas. 

Con esos acuerdos en lo fundamental se podría haber convocado a la nación a llevar adelante el programa de gobierno, que en este caso sería un programa de la nación y que podría evaluarse periódicamente. Incluso, en la Constitución está prevista la posibilidad de formar un gobierno de coalición si el presidente así lo decide.    

La otra opción de cómo usar la mayoría es la que prevaleció y consiste en utilizar la fuerza que ésta proporciona, para combatir a la diversidad política y social hasta marginarla y hacer prevalecer un solo criterio, precisamente el de la mayoría establecida en los órganos de gobierno y de representación. 

Para llevar a cabo esta segunda decisión estratégica se han impulsado dos procesos simultáneos: ampliar aún más el poder político obtenido como resultado del proceso electoral y concentrarlo, expropiando o restando poder a otros actores políticos y sociales, así como generar un discurso político y un ejercicio de la política polarizadores. 

En esta concepción la polarización es el camino, hasta llegar a descalificar a todo aquel que disienta de las decisiones gubernamentales y lograr imponer aquello de “si no estás conmigo estás contra mí”, sin espacio para terceras posiciones. 

Mientras la primera opción, la de utilizar la fuerza de la mayoría para articular la diversidad política y social y generar políticas de Estado, es una opción democrática; en cambio, la segunda opción, la polarizadora, revela una vocación autoritaria, no obstante que, paradójicamente, la mayoría haya sido resultado de un proceso democrático. 

Que López Obrador pudo haber escogido entre estas opciones era una posibilidad real, pues recordemos que existe el López Obrador de la república amorosa, el de los abrazos y no balazos y del perdón y la reconciliación, aunque también existe el López Obrador de los cerdos, los marranos y los cochinos, y el que aplica adjetivos de corruptos y conservadores a diestra y siniestra, el del “fúchila, guácala” y el del “fuchi caca”.  

A más de un año de gobierno creo que es evidente la opción por la que decidió el hoy presidente López Obrador. En medio de las incoherencias e ineficacias de este gobierno, la estrategia política del presidente es la polarización y la imposición de sus decisiones, muchas veces erráticas o arbitrarias, y de su proyecto de marcado carácter personalista. 

Por lo pronto, la concentración del poder dará un paso más con la próxima captura del INE. 

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