Señor anticonceptivo 1

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Soy experta en atraer a abusadores emocionales. Durante años caí como coño bien lubricado. La referencia viene al caso porque esa debilidad mía no era de espíritu, sino de carne: todos los susodichos manipuladores entraron a escena por mis ímpetus sexuales, mi afán de investigación de campo para mis historias o mera curiosidad sentimental; es fácil encariñarse con las personas.

Comprendo las emociones que provoco, la sugestión, la expectativa, la calentura; también el empeño por dominar, domar, oprimir; no me ha sucedido ni una ni dos, sino incontables veces que me buscan porque les fascinan mi libido y mi libertad y a la mera hora, cuando se dan cuenta de que sí son reales y no una pose, entonces les surge ese instinto por reprimir mi aventurera personalidad. A los perpetradores de esto último los he bautizado como “Señores anticonceptivos”. Creo que el término no requiere de mayor explicación.

Se sabe que toda persona que interactúa con un escritor corre el riesgo de convertirse en personaje, así que lamento los inconvenientes que el involucrado pueda llegar a sentir: este no va a ser un texto amable, va a ser un texto ardido. ¿Cómo no enojarme con alguien que me hizo perder el tiempo miserablemente? Por lo mismo, a veces cambio algunos nombres para proteger la privacidad de los involucrados. A veces no. También se sabe que me encantan los hombres y muchas de sus características, tanto corporales, como de espíritu y mentales, así que esto de ninguna manera es un ataque al género masculino.

Aclarado el punto procedo a contar el chisme.

Como en toda vida hay historias de éxito, otras de excito y otras de exit now! Artemio protagonizó, por fortuna nada más por WhatsApp, una de exit now!

Aunque alguna vez convivimos en persona en el ámbito profesional, desde hacía años nada más me seguía en X (espero que ya no me siga). Hace unas semanas subí una foto linda con blusa strapless. Por la tarde recibí un mensaje suyo en el inbox de dicha red (anti) social en el que halagaba mi imagen y me invitaba a cenar la siguiente semana. Agenda saturada como la mía, le propuse una fecha veinte días después. Quedamos, nos intercambiamos teléfonos y adiós.

Empezaron a aparecer sus notificaciones. Me mandaba fotos suyas preguntándome si le gustaba, me decía que siempre le parecí muy guapa, me platicaba si se iba de viaje, yo respondía, también contaba algunas cosas. De pronto la proposición para cenar se amplió a tener sexo si nos entendíamos; no me pareció mal.

Todo iba muy bien hasta que de pronto mis ojos leyeron con incredulidad un mensaje que, confieso, no vi venir: “tienes cara de que eres mala para el sexo oral”. El diálogo fue, palabras más, palabras menos, así:

–Tienes cara de que eres mala para el sexo oral.

–¿Ah, sí? ¿Cómo sabes o qué?

–Sólo lo sé, soy bueno para leer a las personas.

–Bueno, no te preocupes, te aseguro que no voy a hacer nada para demostrarte lo contrario.

Después de esa molestosa conversación dejamos de hablar. Era viernes, yo presentaba un libro esa noche y luego me iría a bailar salsa, así que me dormí una siesta. Me quedé incómoda y con algo de gracia. ¿Qué sucedía con ese sujeto? ¿Por qué decirle algo así a la mujer que te quieres coger? ¿Sería de esos tipos que hacen mucho alarde y a la hora de la hora resultan una decepción? Jamás lo sabré.

En la madrugada, ya con algunos tequilas encima y la adrenalina del roce de cuerpos, sudores y notas musicales en la piel, abrí mi WhatsApp, dispuesta a mandarlo al bonito pueblo mágico de ya sabemos dónde. En su imagen de perfil había una foto de él abrazado a quien supongo es su novia (mis condolencias para ella). Le dije que no me gustaba la idea de meterme en su relación y que mejor ahí lo dejábamos; quise ser decente y no manifestar las verdaderas razones, siempre he pensado que, en casos de erotismo y sexo, lo correcto es ser la mejor persona que puedas. 

Su respuesta traslució todavía más la clase de individuo que es este tal Artemio: “estoy de acuerdo, los dos vimos cosas que no nos gustaron y ya no quiero acostarme contigo, nada más sigue en pie la invitación a cenar, tú me dices si quieres”. Obvio le respondí, otra vez de manera educada, que no, que hasta ahí llegaba todo. ¿Su reacción? Un emoji de carcajada en mi mensaje.

¿Fuerte, verdad? Lo que este hombre ignoraba es que ya no me cuezo al primer hervor, que mis canas, arrugas y años no han sido transitados en vano. Además, para investigar mi novela El beso de Ishtar leí múltiples y variados libros acerca de la manipulación, el narcisismo y el abuso emocional, conocimiento que me dejó una mayor sabiduría de selección de compañeros de almohada; ahora cuando me encuentro con algún sujeto incómodo en vez de dudar de mi percepción, aplico el exit now!

Un comentario del tipo “se ve que eres mala para el sexo oral” provoca reacciones como llegar a la cita con la idea de tener que demostrarle que no sólo no eres mala, sino que le vas a dar la mejor felación de su historia; como llegar a la cita sintiéndote incómoda y en situación de desventaja, porque no vaya a ser la de malas y el señor confirme sus sospechas; como llegar a la cita cuestionándote tu autoestima al de todas formas aceptar salir con un patán de esa calaña; como llegar a la cita en una situación de desventaja, porque eres tú quien tiene que cumplir con el reto, y él sólo necesita bajarse los pantalones, sentarse, poner las manos en la nuca y mirarte chupársela, ahí hincada enfrente de él, en una situación de vulnerabilidad y desnudez.

Y no, nadie tiene por qué soportar esas fregaderas.

Así que, si eres Artemio y estás leyendo esto, o eres alguien como Artemio y lanzas este tipo de comentarios nefastos en tono de broma, te tengo una mala noticia: no son graciosos y eliminan el deseo; hablo del deseo sexual, porque vaya que sí estimulan el deseo de mandarte al limbo de los señores anticonceptivos.

Por cierto, aquí está tu boleto de tren (para que veas que soy buena onda te mando al limbo de los señores anticonceptivos en tren panorámico). Buen viaje.

Otro texto de la autora: Días de libros

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