¿Sumisa yo? No, gracias

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¿Os imagináis cómo sería el mundo si las mujeres, en lugar de despilfarrar nuestro tiempo en el amor romántico, lo dedicásemos a la lucha por una sociedad más libre e igualitaria?
Coral Herrera, en Mujeres que ya no sufren por amor.


¿Tú crees que es la primera vez que un hombre intenta domarme? Pareces novato. Esa es la historia de mi vida:

Conozco a un señor. Lo primero que le atrae son mis ojos, después mi inteligencia, mi sentido del humor. Al mirarme de espaldas piensa que no puede creer su suerte: mis nalgotas son el bonus. Claro que me invita a salir, “mujeres como yo” no se encuentran por todas partes. Acepto.

En las primeras citas se desvive en elogios: “eres un portento”,  “eres única”, “¿dónde habías estado toda mi vida?”, “eres la mujer más especial con la que he conversado”, “siempre busqué a alguien como tú, no puedo creer que al fin te encontré”. Resulta que, ¡oh casualidad!, le gusta la misma música que a mí, los mismos libros que a mí, bailar como a mí, ha viajado mucho como yo, compartimos hasta el mismo gusto por la comida y la bebida. Es libidinoso, también como yo. ¿Qué más se le puede pedir a la vida?

Se enamora de mi ligereza, de mi carácter, de mi libertad e independencia. De mi alta disponibilidad para el sexo. Le encanta que sea escritora, que viaje tanto para presentarme en foros y ferias de libros, que viva sola, que sea honesta, transparente, que prefiera las verdades a las mentiras piadosas. 

Y, de pronto, ya que me creyó incondicionalmente en sus manos, intenta arrebatarme mi ligereza, mi carácter, mi voluntad, mi independencia, y quiere ir conmigo a todos los viajes y quiere que lo escuche en vez de ponerme a escribir porque a fin de cuentas escribir no es una ocupación seria, y como su compañía es agradable y el sexo extraordinario y sí es algo posesivo, pero no tanto, me decido por el acto de fe y me quedo. Mi adicción a la adrenalina, a las mariposas en la panza, mi enamoramiento del amor se activan y permanezco. Mea culpa.

No, no soy su víctima, no, yo elegí continuar por la promesa de volver a encontrarme al que conocí en los primeros tiempos. Aun así, mi intuición, mis neuronas tan efectivas, mi corazón tan entrenado comienzan a agruparse para la batalla de mis instintos contra mi sensatez.

Y claro, empiezo a defenderme. Y ahí es donde todo se va al carajo. Él responde que soy la persona más egoísta que ha conocido, que solo me importa lo mío. Que utilizo a la gente a mi conveniencia y la descarto cuando ya dio todo lo que puede dar. 

Que no sé ser recíproca, que me gusta recibir y doy lo mínimo indispensable. Que tengo un ego gigante, que le digo a la gente lo que quiere escuchar, que soy una hija de la chingada que navega por el mundo con cara de buena persona. 

Que utilizo, lastimo, que me creo extraordinaria y todos los demás son simples mortales que nada más sirven para mis planes y mis metas. Que soy envidiosa, frívola, mentirosa. Que debería estar agradecida porque, a pesar de todos esos terribles defectos me ama y va a hacer el sacrificio de quedarse conmigo. 

Es entonces cuando mis 43 años entran al quite, cuando mi trabajo interno de la vida entera comienza a disolver las cadenas ya incrustadas en mis muñecas, cuando una de mis más fuertes convicciones hace acto de aparición y me despido. Porque sí: por más amor que sienta, por más deseo, por más ímpetu, no acepto, bajo ninguna circunstancia, que atenten contra mi libertad de acción, pensamiento, sexual o de palabra.

Ya no soy una mujer que se provoca huecos para encajar en ningún lado. Ya no soy una mujer por completar. Ya no soy una mujer que se deja maltratar para demostrar que ama: El amor es sano, compañero, respetuoso o no es amor.

Por eso te agradezco por haber compartido conmigo tu alma, tu corazón, tu mente, tu cuerpo, tus sábanas limpias, tu sexo y te regreso el látigo con el que quisiste encerrarme en una jaula. 

Adiós.

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