Pandemia Latinoamericana

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Nuestro presidente no suele poner mucha atención al resto del mundo, fuera de los Estados Unidos. Prácticamente no ha recibido visitas de otros mandatarios y no ha visitado ningún país de América Latina. Sin embargo, hace unos días tuvo un inusual mensaje para nuestros hermanos latinoamericanos:

El comentario es diplomáticamente inusual, ya que no es una verdadera disculpa, ni es un mensaje de empatía. En todo caso, es un acto de falsa modestia. Además, es una demostración gráfica de lo poco que le importa a López Obrador lo que opinen de él en el resto del continente.

Como sea, hoy América Latina es el epicentro de la crisis de salud por la COVID-19. Nos estamos acercando a los 350 mil muertos en toda la región, y tenemos ya más de 9 millones de infectados. Y el drama particular que vivimos es que, en realidad, sabemos que esos números son mucho mayores en todos los países.

Nuestro continente tuvo un par de meses de aviso previo para prepararse para la pandemia, pero no nos sirvió de mucho. Durante semanas vimos con horror lo que pasaba en Italia, España o Gran Bretaña, y sin embargo no aprendimos nada.

Llegó la enfermedad a nuestra región y estábamos desprevenidos. Lo que es interesante es que los países de América Latina enfrentamos este desafío con distintas y cambiantes estrategias, y los resultados nos hablan mucho de quienes somos.

Hoy estamos en Santiago de Chile, un país que ha llevado una estrategia errática y cambiante, pero igual de criticada por la opinión pública que la mexicana.

El gobierno del presidente Sebastián Piñera primero siguió el camino habitual: minimizar la pandemia, llamar a medidas preventivas menores. Pero, a diferencia de México, se hicieron pruebas masivas, lo cual disparó el conteo de los contagios. Eso desató una crisis pública, y, como se hace en Chile, se optó por la opción represiva.

Así, se instaló toque de queda y control policiaco del movimiento ciudadano. Para ir al supermercado necesitabas pedir permiso a las autoridades. Establecieron multas de miles de pesos a quienes rompieran la cuarentena. 

Pero, similar a México, empezó la danza de las cifras. Una y otra vez los datos oficiales fueron cuestionados por especialistas, que demostraron que no se estaban contando bien ni los casos ni los muertos. Igual que nosotros, cambiaron la forma de medición, disparando de golpe los datos.

Este país tiene unos 12 mil fallecimientos acumulados desde el principio de la pandemia. La presión social ha sido tal que el ministro de Salud tuvo que renunciar. 

Algo impensable en México, donde ya superamos a los 80 mil muertos y, sin importar la demanda ciudadana, Hugo López-Gatell es protegido por el presidente y lo será hasta el final de la pandemia.

Andrés Manuel López Obrador:

“Aprovecho para decir que lo respaldamos, porque se le están lanzando con todo.”

Otra historia fue la de Argentina. Ahí, el presidente Alberto Fernández fue radical desde el principio, llamando a una cuarentena total desde hace meses. Los argentinos le llaman ya la “cuareterna”, y no sin razón. El país se clausuró en uno de los ejemplos más dramáticos de cierre total. Desde el 20 de marzo todas las actividades públicas quedaron vedadas. En agosto empezó una reapertura progresiva. Y lo que parecía ser un gran ejemplo, no lo ha sido tanto. Con la reapertura progresiva, los contagios, que eran bajos, han empezado a escalar. Por supuesto, la medición también ha sido objeto de controversia. Cuba es otro caso de cierre extremo, con enorme costo a su ya débil economía, que depende del turismo.

Solo Uruguay y Costa Rica han llevado bien la pandemia, pero son países pequeños y con menos desigualdad, lo que hace más manejable cualquier crisis.

Y así podemos ir país por país. El drama fue visible en Ecuador, en Perú, en Bolivia. Objeto de especial escándalo ha sido Brasil, cuyo presidente siguió el camino de Donald Trump y López Obrador: ignorar la pandemia y difundir información confusa o falsa respecto al uso de cosas tan elementales como cubrebocas.

Lo que es un hecho es esto: México fracasó en dos frentes. Ni logró contener la pandemia, ni logró evitar la crisis económica. Sería entendible que las medidas del gobierno tuvieran un solo precio: o muchos enfermos pero una economía sana, o pocos muertos pero una economía lastimada. 

Ninguna de las dos cosas ha funcionado. Entre la arrogancia de nuestro subsecretario de Salud y la incapacidad del gobierno de corregir el rumbo, somos líderes en muertes y desempleo.

Lo que ha desnudado la pandemia es el profundo rezago de nuestros sistemas de salud, y la fragilidad de nuestras economías. 

Somos países llenos de informalidad y con una cultura de desobediencia. Nunca hemos invertido suficiente en salud ni en educación. No es un problema originado en las administraciones actuales, pero sí es un problema que los gobiernos de hoy no supieron atender. 

Esta una oportunidad de aprender. Toda América Latina tiene que hacerse cargo en este momento del problema, pero sobre todo tiene que prepararse para que cuando esto vuelva a suceder, estemos mejor preparados. Es una responsabilidad histórica de quién nos gobierna hoy. 

No hay recetas mágicas, pero sí hay un espacio para la autocrítica de los gobiernos y, sobre todo, para aprender de las lecciones que este evento histórico nos está dando. Ojalá México, con gobiernos futuros, aprenda sobre todo lo que se pudo hacer mejor.

Y sobre todo, ojalá en la próxima pandemia no contemos los muertos por cientos de miles.

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