Brujas

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Las brujas. Esos personajes que vuelven a surgir en esta época del año son un símbolo que vale la pena entender mejor desde su historia, no solo porque hay una malinterpretación de lo que eran, sino porque nos ayuda a pensar cómo moldearon la forma en la que pensamos hoy.

El concepto ha existido desde siempre en las mitologías y tradiciones. Se habla de brujas en las fábulas griegas y babilónicas, pero el concepto que tenemos hoy, de la mujer malvada, lujuriosa que devora niños y hace hechizos siniestros se formó en el siglo XVI en Europa.

Pero detrás de ese estereotipo, hay una siniestra historia de tortura y persecución.

Aquellos eran años terribles para vivir. La población se había duplicado, pero con eso también las pestes, las hambrunas y la violencia. Era, además, un tiempo en el que dominaba lo que los historiadores llaman el “universo mágico”. 

En esa época, tanto dios como el demonio vivían de forma constante en la realidad de las personas. La magia, los embrujos y maldiciones eran asumidas como verdaderas, y rara vez cuestionadas.

En esos tiempos difíciles, encontrar una explicación para las tragedias que vivía la gente exigía de una cosa fundamental: el culpable.

A veces podía ser un castigo de dios, un acto del diablo, pero con mucha frecuencia los horrores eran culpa de las brujas. Se creía que podían destruir plantaciones, invocar tormentas o causar enfermedades.

Las personas acusadas de brujería eran en general torturadas, ahogadas para confirmar su inocencia y al final quemadas o colgadas si se les encontraba “culpables”. Esto satisfacía a las masas, que veían esas ejecuciones como un espectáculo.

Las llamadas brujas, sabemos hoy, más que seres mágicos eran curanderas o simplemente mujeres solas que habían escogido marginarse de una sociedad patriarcal que las violentaba. Pero eso las hacía perfectas porque eran vulnerables. 

Alemania fue el país en el que más se persiguió a las brujas, pero la psicosis social se apoderó de toda Europa. Se calcula que unas 80,000 personas fueron condenadas y ejecutadas por brujería, y el 80% eran mujeres.

Con el tiempo las cosas fueron cambiando, así como el concepto de la brujería. Pero nos dejó algo impreso en la mentalidad occidental: la necesidad de tener a alguien a quién culpar.

Somos en general personas que buscamos la explicación más sencilla a nuestras tragedias o miedos, y castigar a alguien más es la mejor forma de sentirnos libres o seguros. Esto es lo que vemos, por ejemplo, en los linchamientos que aún hoy se viven en muchas poblaciones de nuestro país.

Alguien es acusado por la turba furiosa de haber robado, violado o matado, y la gente le enjuicia, golpea y con frecuencia ejecuta. Esa es la cristalización más grave de este fenómeno, pero es mucho más amplio que eso.

La lógica de la cacería de brujas, junto con un importante elemento de pensamiento mágico, domina el discurso político de nuestra nación hoy. 

Para nuestras autoridades, nada es su culpa o su responsabilidad. Todo es resultado de los malvados del pasado o de los supuestos conservadores del presente. Se puede cristalizar en ciertas personas en particular, ya sean periodistas o empresarios, o se puede generalizar a amplios sectores sociales, como las clases medias o activistas. 

Con frecuencia, hemos escuchado que el feminismo es “enemigo de la 4T” y las mujeres cargan con el peso, otro, del estigma de defender sus derechos.

Lo que es irónico del discurso presidencial de la victimización y los grandes enemigos es que en sus tiempos de oposición justo lamentaron sufrir complots y persecución; estigmas y acoso. Ahora, se han convertido en profesionales de hacer exactamente eso que condenaban.

Hace mucho que México no vivía tiempos en que el debate público está dominado con la lógica del enemigo, del ser maligno que, motivado por oscuros intereses, sabotea y daña al pueblo bueno.

Por supuesto que hay mucha gente siniestra, mala y cruel. Sin duda que hay intereses creados que impiden un país más igualitario, justo y seguro. 

Pero como sociedad tenemos que, por un lado, hacernos responsables de nuestros problemas y no siempre buscar un gran culpable demoníaco que carga con la culpa. Por otro, tenemos que romper con el juego perverso de los buenos y los malos, y recordar que la realidad es más compleja que nuestros odios o resentimientos.

Esto tendría que empezar, sin embargo, por las más altas autoridades de nuestro país. Tristemente, no tienen ninguna intención de romper el círculo vicioso que han creado.

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