Contar historias

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Los humanos tenemos una fascinación con las historias. Nos gusta escucharlas, leerlas, conocerlas. Y hay algunas historias que impactan de forma particular, porque nos hacen pensar, explicarnos algo o nos conectan.

En los últimos tiempos se ha popularizado una sobre el inicio de la civilización humana. La historia es esta:

La antropóloga estadounidense Margaret Mead, por ahí de los años 30 del siglo pasado, daba una clase. Un estudiante le preguntó cuál era la señal más antigua de la civilización humana. Ella respondió que era el cuidado: el hallazgo de un antiguo fémur humano que se había fracturado y curado hace unos 15 mil años era la señal de que alguien herido había sido procurado por otras personas hasta curarse, en lugar de dejarle morir.

“Ayudar a otros es cuando empieza la civilización”, dijo. En el momento en que una comunidad protege y atiende a sus heridos es cuando podemos empezar a llamarnos civilizados. 

Esta historia nos habla de la importancia de la empatía, de cuidarnos, de no dejarnos morir, y por eso ha conectado tanto con la gente. Es una linda historia.

Pero tiene un problema: es falsa.

Historiadores y arqueólogos han buscado confirmación de este cuento y no existe. Es cierto que se han encontrado huesos curados, pero no que ella jamás haya dicho eso. De hecho, la descripción verificable de Meade sobre el origen de la civilización es la división de labores y la existencia de registros.

¿Por qué esto importa? Por una razón crucial: somos una sociedad en la que nos creemos las historias no porque sean ciertas, sino porque nos gustan. 

Esto es muy importante en el mundo que vivimos hoy, lleno de demagogia, noticias falsas y manipulaciones mediáticas. 

No está del todo claro de dónde salió la historia, que fue retomada por un libro en los 80s, pero lo que está claro es nuestra voluntad de creer sin cuestionar.

El mecanismo es sencillo: Margaret Mead tiene credibilidad. Fue una mujer pionera en la antropología, una gran autoridad. De hecho, de su trabajo sobre las relaciones entre hombres y mujeres en diversas culturas es de dónde surge el concepto de “género” que hoy se utiliza tan ampliamente. Así, tenemos el primer elemento: una voz con autoridad.

Eso hace que sea mucho más fácil creer o validar lo que se supone que dijo, aunque no haya evidencia de que sea real. 

Después, tenemos el elemento emocional. La historia nos hace sentir bien, tiene un elemento humano. Queremos creer que desde hace miles de años los humanos ya se cuidaban, se aprendían a curar. Y bien puede que eso sea cierto, pero eso no significa que es el punto de partida de la civilización.

Y finalmente, confirma algo crucial de nuestro pensamiento: somos los buenos. Queremos creer que lo somos.

Pero estos elementos son el caldo de cultivo perfecto para que aceptemos historias sin cuestionarlas, sin dudar de ellas; sin averiguar si lo que nos cuentan es cierto. La clase política lo sabe y sabe aprovecharlo.

Ahora que ya estamos en campaña, estaremos escuchando muchas narrativas sobre las historias de lucha, sufrimiento, sacrificios de las y los candidatos. De sus grandes logros, peleas. Sus convicciones. Sus vidas, sus familias, sus amores inclusive.

Dependerá de la sociedad ser vigilante y realmente poder cuestionar los historiales para conocer a las personas que podrían regir nuestros futuros. No es una responsabilidad sencilla.

Pero es una gran responsabilidad. 

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