La desigualdad que crece

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Hoy, en el mundo, hay más multimillonarios que nunca. El año pasado fue de enorme bonanza para unos pocos. ¿Cómo? Te debes preguntar: hemos visto tasas de inflación récord en muchos países del mundo, la escalada de precios a nivel global hace a miles de familias padecer la precariedad laboral, especialmente entre los jóvenes los hace presa de la incertidumbre sobre su futuro… ¿Cómo podemos hablar de riqueza y de bonanza?

La semana pasada la revista Forbes publicó como cada año la lista de las personas más ricas del mundo con la novedad de que 2023 sí fue un año de enorme riqueza; vimos nombres que acostumbradamente han estado ahí desde hace años, pero lo que más llamó la atención fue que hay 141 nuevos multimillonarios: hoy 2,781 personas poseen conjuntamente una fortuna de $14.2 mil millones de dólares.

Más riqueza podría considerarse una buena noticia, el problema es que hablamos de riqueza de unos cuantos, muy muy pocos en realidad: apenas llega al 1.1% de la población mundial. Instituciones internacionales como el Credit Suisse se refiere a los más ricos cuando habla de aquellas personas cuyas fortunas ascienden a un millón de dólares o más; en 2023 ese pequeño porcentaje acumulaba la mitad de la riqueza del mundo, la otra mitad la tenemos “repartida” entre el 90% restante de los mortales. Como decía una gran mentora: “las canicas cada vez están en menos manos”.

Y es peor: apenas en enero en el marco del Foro Económico Mundial de Davos, Suiza, Oxfam dio datos impactantes respecto a las brechas de desigualdad: los cinco hombres más ricos del mundo duplicaron su fortuna desde el año 2020. De la nueva riqueza generada a nivel mundial ellos son dueños del 63%. Nos dejó otro dato que muestra más claramente esta disparidad: por cada dólar de nueva riqueza global que percibe una persona del 90% normal, un multimillonario recibe $1.7 millones de dólares.

Es evidente que algo hemos estado haciendo mal, porque esto es mucho más que una mala distribución de la riqueza; en contraste, también con datos de Oxfam: 1700 millones de trabajadores viven en países donde la inflación es más alta que los salarios y más de 820 millones de personas, aproximadamente una de cada 10, pasan hambre. El Banco Mundial advierte que podríamos estar ante el mayor incremento en la desigualdad desde la Segunda Guerra Mundial.

Pero ojo, no caigamos en la juiciosa condena de culpar per se a los millonarios empresarios, ni de señalar y condenar por qué se tiene dinero; eso solo contribuye a la frustración y al enojo social. No podemos generalizar, quizá algunos deben sus riquezas a corruptelas y favores de sus gobiernos, o en medio de sus enormes cuentas de banco se ahorren prestaciones sociales contratando colaboradores y no trabajadores.

Otros, muchos otros hacen bien las cosas con su capital humano; tienen fundaciones de ayuda, sí es cierto, de ello deducen impuestos, pero de no existir sus fundaciones el desamparo de esos que hoy se benefician continuaría o se profundizaría.

Cobrar un impuesto especial a la riqueza ha sido otra de las propuestas, pero qué garantiza que esos recursos irían de verdad al gasto social para mejorar la vida de los más pobres y no para engordar las arcas personales de los gobernantes. ¿Se va a imponer una carga fiscal a quien genera empleos y crecimiento económico?

Algunos países aplicaron esa medida años atrás sin importantes resultados, tanto que la mayoría de ellos eliminó la práctica. Muchos de sus multimillonarios sacaron sus fortunas de esos países con un impacto importante para las economías. No, no debe castigarse la riqueza, deben castigarse las corruptelas, los amiguismos o compromisos que favorecen contratos, las conductas ventajosas y tramposas.

Tampoco se trata de quitarles su fortuna y repartirla, me temo que en unos años volvería a pasar lo mismo y no, no lo digo por discriminar o denostar la capacidades de los vulnerables, sino porque una sociedad más igualitaria no se crea por decreto, por ley o por dádivas. Cerrar las brechas de desigualdad es un proceso lento, pero de acciones rápidas y contundentes.

Se deben crear oportunidades: está bien la política social de programas sociales, pero eso es solo una pequeña parte y debe ser temporal; el cambio de fondo son la educación, la salud y la vivienda digna. Y ahora que menciono la palabra “digna”, debemos romper la política paternalista en donde a los vulnerables se les coloca en una categoría de víctimas, dependientes e incapaces.  Porque lamentablemente la pobreza es una gran arma electoral y de poder.

Prometer no empobrece: Las promesas absurdas y excesivas de las y los candidatos; EPN, AMLO y los de ahora, y seguimos sin exigir propuestas concretas, no con un qué, sin un cómo. La relación tóxica de seguir siempre creyendo que “ahora sí va a cambiar”. Y porque la gente tiene que empezar a realmente exigir más a sus gobernantes.

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