Humanismo Mexicano

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“La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”. Con esa frase empieza la famosa obra de Carlos Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte, en la cual buscaba demostrar cómo, en política, las historias se repiten.

Ahora, estamos viendo una cristalización de su visión.

Fue en 1992 cuando Carlos Salinas de Gortari cumplía cuatro años de gobierno, estaba en la cúspide de su popularidad – tenía poco más del 74 por ciento de aprobación – y decidió que su modelo de gobierno merecía un nombre. Se había convertido en el presidente de la transformación, que él consideraba revolucionaria. 

En un momento en que tenía un poder casi absoluto y dominación sobre las narrativas políticas, dio un discurso con el que buscaba dejar una definición de lo que México tenía como sistema.

Le llamó “Liberalismo Social Mexicano”. Es interesante, porque lo que Salinas buscaba era dar una argumentación a los cambios que estaba implementando con una base ideológica. Destacan varias cosas de su sueño: distanciarse del estatismo priista de antaño, pero al mismo tiempo del neoliberalismo. No quería que su legado fuera jamás asociado con esa palabra maldita.

Pero también quería alejarse de quienes llamaba “reaccionarios” o conservadores. Él era un liberal. Creía que el liberalismo social tenía hondas raíces en nuestra historia y plena vigencia. Defendía la soberanía, la justicia, la libertad y la democracia, según dijo. 

Estaba por promover la justicia social y defender los derechos humanos. Era “otra propuesta ideológica”. 

Este fue el presidente que firmó el primer Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, pero también uno que acabó su mandato en una trágica situación política: se levantó el EZLN, asesinaron a Luis Donaldo Colosio y otros políticos, y al final, tras irse, México se sumió en una profunda crisis económica.

El Liberalismo social quedó en el olvido.

Ahora, justo 30 años después, nuestro sistema ya tiene un nuevo nombre. 

El presidente Andrés Manuel López Obrador, con una popularidad del 60% y un enorme poder político, se considera también un transformador. Él, que firmó el segundo Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, decidió que su modelo merecía su propio nombre.

Hace tiempo ya que nos había informado que el neoliberalismo se había terminado, y si bien no cambió gran cosa en el sistema económico, ya no estamos en eso. Pero se tomó su tiempo en decirnos qué somos ahora.

En su discurso del domingo nos lo informó: ahora nuestro modelo es el “Humanismo Mexicano”. Es un sistema que no es neoliberal y condena el conservadurismo. Busca el progreso con justicia. Aspira a que la gente viva libre, sin corrupción, y priorizando a los más desposeídos, según dijo.

Tiene además un elemento moral importante: nada se logra sin amor al pueblo, el poder debe ser puro y virtuoso. Igual que el Liberalismo Social, busca defender la soberanía y el legado histórico de nuestro país.

Es curiosa la repetición histórica de dos personajes que son tan antagónicos, pero extrañamente similares.

La cosa extraña del “Humanismo Mexicano” es que es una contradicción en sí misma. El Humanismo se refiere a una doctrina que une a todo lo que es humano; es un pensamiento integrador que no distingue etnias ni nacionalidades ni creencias. Si es mexicano no puede ser humanista: es solo de nuestro país. Es como si habláramos de un Humanismo ruso, polaco, británico. 

Por otro lado, pone en prioridad lo cualitativo sobre lo cuantitativo. Es decir, la calidad sobre la cantidad. Así, no importa la cantidad de personas que han caído en la pobreza, ni la cantidad de muertos por la pandemia, ni la cantidad de homicidios. 

Lo que importa es la calidad. No está claro qué significa eso, pero podemos inferir que se refiere al “amor del pueblo”: la popularidad. Si la gente me aprueba, lo estoy haciendo bien. Lo mismo que pensaba Salinas.

No sabemos si en el futuro alguien usará el término de Humanismo Mexicano para definir el modelo de este país. Pero sí sabemos esto: el Liberalismo Social terminó en tragedia.

¿Se repetirá esa historia como una farsa?

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