Llegar a la Luna

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Estamos ya en los últimos y dramáticos meses de la presidencia de López Obrador y, siguiendo la tradición de otros gobernantes, se está dedicando básicamente a una cosa: inaugurar obras. Así lo han hecho por generaciones los mandatarios, tratando de forjar su legado y demostrar su gran compromiso. Es su marca en la historia.

En las últimas semanas se han estado cortando muchos listones: se presumió el salón VIP del tren del Istmo que cruzará México como una alternativa al Canal de Panamá. No importa que esté incompleto, que falten puertos, que falten aduanas, que falten vías de comunicación: ya se inauguró. 

Como pasó con la refinería de Dos Bocas que se inauguró hace más de un año y que a la fecha no ha producido un solo barril -ni está cerca de hacerlo- se abrió la Megafarmacia. Estaba prácticamente vacía y aún no está operativa, pero el presidente presumió que la idea salió de su “cabecita”. No importa que rompa con toda la lógica de almacenamiento y distribución de medicamentos, lo importante es que es “la más grande de todas”. 

Así también el sistema hídrico de Nuevo León, El Cuchillo II, que fue estrenado este diciembre pasado con bombo y platillo, aunque faltan meses para que realmente entregue agua. No importa: había que hacer el espectáculo.

También se metieron marchas forzadas a la nueva Mexicana de Aviación, que empezó y luego dejó de funcionar. No son relevantes sus limitaciones o que gente haya comprado boletos para vuelos que ya no existen: había que dejar el legado de una aerolínea comercial en manos de militares, esos grandes empresarios.

No debe preocuparnos mucho que sea subsidiaria del gobierno -es decir, que se paga con el dinero de la gente- ni que haga competencia desleal. Es parte del gran legado.

En esta montaña de inauguraciones, destaca por supuesto el Tren Maya. La gran obra es especialmente emblemática porque es la cristalización del estilo de gobierno de esta administración. Primero se prometió, contra toda lógica, que no se “talaría ni un árbol”. Hoy sabemos que se han desmontado miles de hectáreas de selva. Se dijo que costaría 120 mil millones, y ya va por más de 500 mil. Por supuesto, se dijo que “en ningún lugar del mundo” se estaba construyendo algo tan importante como este tren. 

Y por supuesto, se inauguró incompleto, disfuncional y cerró por reparaciones de inmediato. Otro gran show

Lo que es interesante de estas aperturas y espectáculos en torno a ellas no solo es que sean una pantomima. Es que son el terreno para construir una narrativa de la megalomanía de esta administración. Todo es “lo más grande del mundo”, lo “más moderno”, lo “más importante”. 

Bueno, en el caso del Tren Maya, la CEO de la empresa Alstom en México, Maite Ramos, se animó a decir que esto era el equivalente de la llegada del hombre a la Luna: “Detengan sus relojes y guarden esta fecha para siempre”, dijo. 

Alstom, por supuesto, es una parte interesada: esa empresa se llevó un contrato multimillonario para construir parte de este proyecto. Esa misma empresa, vale la pena decir, estuvo involucrada en la construcción de la Línea 12 del Metro de la capital mexicana.

Pero más allá del auto halago que se hizo la empleada de Alstom, lo que cristalizó es toda una forma de ver el mundo desde el Palacio Nacional: no importa la realidad, lo que trasciende es la fantasía complaciente. 

Frases tan grandilocuentes como “se acabó la corrupción”, o “ya no hay neoliberalismo” se usan con soltura, a pesar de ser demostradamente falsas. “El país cambió para siempre” nos aseguran, aunque se parece cada vez más al México de los setentas. 

El 2024 será un año de campaña electoral y por tanto de mentiras, exageraciones y manipulación, aún más que a lo que nos hemos acostumbrado. 

Es la responsabilidad de la sociedad tener la sobriedad de la que carece nuestra clase política para distinguir entre lo realista… y la llegada a la Luna

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