Marcha por la democracia

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Sin duda la marcha del pasado domingo ha sido uno de los hechos más relevantes de la semana. Es innegable que miles de ciudadanos ven en algunas decisiones e intenciones de este gobierno riesgos para la democracia, y aunque el partido en el poder y muchos de sus allegados desprecien y descalifiquen la concentración, la preocupación es no solo válida, sino legítima.

Pero más que de la marcha como tal, hablemos de democracia.

Quizá las generaciones más jóvenes, esas que votarán por primera vez en este 2024, o las que lo hicieron en 2018 y 2012, no dimensionen qué es lo que podría estar en juego. Quizá por eso son los jóvenes los que responden que están dispuestos a renunciar a un sistema democrático si eso les garantiza bienestar, aunque en realidad es a lo que estarían renunciando: perder democracia es perder derechos y libertades.

Y es que la democracia como la conocemos hoy no ha existido siempre. Es más, en nuestro país es una conquista que ha ido gestándose muy poco a poco en los últimos 35 años, digamos.

Dice el presidente que la marcha fue de los oligarcas que quieren recuperar el poder. Pero yo vi miles de ciudadanos defendiendo derechos ciudadanos. Entendamos que el árbitro electoral, o sea el INE y el Tribunal Electoral, así como los organismos autónomos que hoy busca desaparecer, son resultado de muchos años de lucha contra la concentración de poder en un solo partido.

El PRI fue un partido hegemónico que controló todo por muchos años y por eso le fue posible mantenerse 72 años al frente: no permitía una verdadera competencia. Es cierto que la gente salía a votar, pero esas votaciones eran controladas desde y por el Estado.

Fue con el empuje de la sociedad que se comenzó a poner en duda la legitimidad de un régimen perpetuado por la fuerza; se fueron dando las primeras reformas electorales, el reconocimiento de otros partidos políticos, las diputaciones plurinominales que abrieron la puerta a que esas incipientes minorías estuvieran representadas en el Congreso, se fue gestando la pluralidad.

Muchas pequeñas conquistas que han sido grandes eslabones de la democracia que estábamos construyendo. Y no, no era perfecta, nos faltaba mucho, pero renunciar es retroceder.

La historia, dice el dicho, debe conocerse para no repetir los errores. ¿Qué pasa si debilitamos o desaparecemos a organismos e instituciones autónomos? ¿Nos ahorramos algo de dinero? Quizá, pero volvemos a centralizar, a concentrar el poder, a entregar todas las decisiones a un lado, es gestar una nueva generación de oligarcas y eso no es democracia.La democracia es equilibrio, es contrapeso, es decidir y gobernar para todos.

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