Grietas en Morena

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El espectáculo que ha hecho la jefa de Gobierno de la capital, Claudia Sheinbaum, en torno a la Línea 12 del Metro, nos habla mucho de su falta de pericia política y honestidad, pero también ha abierto una grieta en otro tema: la sucesión presidencial.

Tras ese trágico accidente, que costó la vida de 26 personas, Sheinbaum prometió una investigación a fondo y llenó de halagos a la empresa noruega DNV para que hiciera el peritaje. Y todo iba bien hasta que dejó de ir tan bien: el último reporte le asignó parte de la responsabilidad a su propio gobierno. De inmediato, los noruegos pasaron de ser honestos y confiables a ser una pandilla de corruptos vendidos al PRIAN. 

Aquí es dónde se profundizó la grieta dentro del movimiento que nos gobierna, y lo que alguna vez fue una aparente unidad granítica en el oficialismo, se muestra como una cueva llena de traidores. En la medida que se acerca la aún lejana elección de 2024, las tensiones crecen y las puñaladas por la espalda también. 

Esto en gran medida porque la favorita del presidente, Sheinbaum, no logra crecer como una figura con voz propia, ni consigue aglutinar a Morena en torno a sí. Con la Línea 12 derrumbada, menos. Y si bien hasta ahora todo parece indicar que su partido volvería a ganar la presidencia, lo que no queda claro es en qué condiciones internas lo hará.

Mario Delgado, el presidente de Morena, ha sido exitoso en desquebrajar la unidad interna. Su estilo personal y sus alianzas han polarizado a los grupos al interior, que cada vez son menos discretos en atacarse públicamente.

Ha alienado a liderazgos para controlar al partido, radicalizando a grupos antagonistas. Esto ha limitado su capacidad operativa y disminuido su fuerza propia, cuyo poder depende por completo del ánimo del presidente.

Personas que hasta hace no mucho eran absolutamente sumisas a la llamada 4T hoy se animan a ser explícitas en sus críticas y ataques a Delgado o Sheinbaum, entre otras figuras. Atrás quedaron los tiempos de unidad y silencio. Ahora, en el ocaso del gobierno, las facciones quieren asegurar un espacio para su rebaño.

Marcelo Ebrard, oliendo la debilidad de Sheinbaum, ha empezado a operar su campaña sin la discreción que había mantenido. Ya recibe gritos de “presidente” en eventos, negocia con gobernadores su apoyo, busca recursos para la precampaña. Arma alianzas.

Tiene la gran ventaja de que el presidente no se siente cómodo en las cumbres de líderes mundiales, sino solo con países que considera, según ha dado a entender, “hermanos menores”. Así, Ebrard ha podido construir una figura propia a nivel internacional.

Ricardo Monreal, que se sabe fuera del favor de AMLO, juega también sus cartas, metiendo presión al interior del partido. Tiene claro que aunque no lo quieren lo necesitan para operar las leyes y los proyectos del presidente, lo que le permite jugar al chantaje constante. Amenaza un día y al otro declara su lealtad, manteniendo la atención sobre sí mismo.

Y mientras esto sucede, el secretario de Gobernación, Adán Augusto, va ocupando cada vez más espacios de poder. Su cercanía con el mandatario lo ha puesto en una posición privilegiada para ser el auténtico tapado, a pesar de su falta de carisma

El problema del presidente López Obrador es que él mismo inició el debate de la sucesión, y conforme avanza el tiempo va perdiendo control sobre ella. Su aspiración siempre fue, por supuesto, ser el gran decisor: no por nada habla de sus posibles candidatos como “corcholatas”, en esa combinación entre humor y desprecio que lo caracteriza.

Y si bien esto parece ser un problema interno de un partido, sí debe importarnos. Porque en medio de esta desordenada batalla está nuestra gobernabilidad. Entre más se preocupen por ganar posiciones, por establecer sus liderazgos y controlar al partido, menos se interesan en resolver los problemas de nuestro país.

Mientras esto pasa, los asesinatos siguen a niveles inaceptables, así como los feminicidios; la violencia domina grandes zonas del país, periodistas son ejecutadas. La crisis homicida está fuera de control, pero la atención está en el control político, electoral y de la información. A contrapelo de lo que se dice en las mañaneras, la corrupción está desbocada.

Quienes aspiran a la presidencia quizá deben hacerse una pregunta: ¿realmente quieren ganar? Porque si no cambian el rumbo, heredarán un país en ruinas.

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