Morir en prisión

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Esta muerte es una de esas crónicas que no solo deben conmovernos, sino recordarnos la enorme debilidad de nuestro sistema de justicia. 

Es la historia de Abigail Hay Urrutia. Su error fue discutir en la calle con su marido, en Salina Cruz, Oaxaca. Una patrulla llegó y se la llevó a ella, acusada de una falta administrativa. Terminó en la prisión de la alcaldía. Y nunca salió.

Su padre la fue a buscar cuando se enteró, pero ya era demasiado tarde. “Se suicidó en la celda” le dijeron. Le entregaron el cuerpo y aseguraron que usó su propia ropa interior para estrangularse. Dejó atrás a dos menores de 3 y 10 años.

La familia no lo podía entender. No tenía por qué quitarse la vida. El caso se volvió más extraño cuando el padre de Abigail y su hermana descubrieron que el cuerpo de la joven tenía una profunda herida en el cuello y golpes en brazos y piernas.

La autopsia dijo que no: murió por estrangulación. Eso no significa que se haya suicidado necesariamente, pero su causa de muerte era consistente con lo que dijo la policía. 

El caso sólo se hizo visible porque Elena Ríos, la saxofonista oaxaqueña cuyo rostro fue desfigurado tras sufrir un ataque con ácido ordenado por Juan Vera Carrizal, lo dio a conocer en redes. La de Abigail sería una muerte más en el olvido si fuera por las autoridades. Elena se encargó de que no quedara en la oscuridad.

Gracias a la presión pública y la persistencia de su familia, la Fiscalía del estado tomó cartas en el asunto y empezó a investigar. Hay cuatro detenidos hasta ahora, pero falta ver si son condenados. “Estoy convencido de que fue un feminicidio”, dijo su padre.

El asunto es que Abigail no es un caso excepcional. Se han documentado muchos casos de suicidios sospechosos en los separos de nuestro país. Estas muertes no pueden parecernos irrelevantes: es gente que muere bajo la custodia de quienes tienen la responsabilidad de cuidarlos.

Según especialistas que hemos consultado, hay un problema central: policías mal capacitados y una carencia de protocolos bien construidos para que cada persona que es detenida tenga garantizados sus derechos y su seguridad, independientemente de la razón por la cual están ahí.

Esto es crucial en el proceso de mejorar y reconstruir nuestro sistema de justicia. No se podrá construir una mejor impartición de justicia si esto no cambia. Porque hoy, con las condiciones que existen, los separos son una zona de alto riesgo para la violación de los derechos humanos.

Y si desde el primer momento que alguien es detenido se empiezan a romper las reglas, todo el proceso judicial que sigue estará roto también: no habrá debido proceso, no habrá un juicio justo, no habrá un resultado confiable. 

Así, miles de personas están en la cárcel sin condena o con procesos dudosos; y al mismo tiempo, miles que sí son culpables están libres gracias a estos errores del sistema judicial.

Es urgente que esto se atienda. Que quienes se encargan de la detención de personas tengan las habilidades para contenerles, resguardarles y garantizar su seguridad. Porque es verdad que los policías enfrentan grandes riesgos, y deben tener las herramientas para mantenerse a salvo pero también para evitar muertes en los separos. 

Este es el primer paso para un México más seguro. 

La justicia del hombre son como trapos de inmundicia” dijo José Luis Hay, padre de Abigail, entre lágrimas cuándo la enterraba. 

Nunca debe haber otra Abigail. Nunca otra familia deberá sufrir lo que sufre esta.

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