Mujeres y dinero

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Las mujeres tenemos una relación compleja con el dinero. Principalmente porque hasta hace no mucho tiempo no nos dejaban tenerlo. Quizá las generaciones más jóvenes no lo sepan, pero nuestras abuelas y bisabuelas vivieron en una época en la que no se les permitía tener ni controlar su propio dinero. Si ya era difícil acceder a empleos remunerados, abrir una cuenta bancaria sin el permiso de sus maridos era impensable, gestionar sus propiedades era una tarea reservada a los hombres y recibir herencias a su nombre era prácticamente imposible. Estas restricciones no eran meras casualidades, sino consecuencias de una larga historia de discriminación y opresión.

Si retrocedemos en el tiempo hasta la antigua Grecia, encontramos que los derechos financieros de las mujeres comenzaron a restringirse aún más que en épocas previas. En este modelo social, que sentó las bases para la mayoría de las sociedades occidentales modernas, a las mujeres se les prohibía heredar propiedades a menos que un guardián masculino estuviera a cargo, ya sea un padre o un esposo. Esta práctica se extendió a lo largo de los siglos y se arraigó en las leyes y normas sociales de diferentes culturas y países.

Aunque con algunas excepciones por ejemplo, los países escandinavos que tenían mayor igualdad sobre la propiedad entre mujeres y hombres, durante la Edad Media, alrededor de los años mil 100, la ley estableció que hombres y mujeres casados eran una sola persona. Esto significaba que las mujeres no podían poseer bienes ni dirigir un negocio de manera independiente sin el permiso de sus esposos. Con el tiempo, esta idea fortaleció la creencia de que las mujeres también eran propiedad de sus maridos.

Los derechos financieros de las mujeres se han conquistado y se han conseguido solo a través de la presión colectiva. 

Fue apenas en 1967, cuando Muriel Siebert consiguió integrarse en la Bolsa de Valores de Nueva York, la única opción que existía para operar en el mayor mercado de valores del mundo. Siebert fue una pionera al ser la única mujer entre 1365 hombres que eran brokers en ese momento, convirtiéndose en una de las referentes para que más mujeres incursionen en el ámbito financiero, el cual hasta la fecha es predominantemente masculino. 

Sin embargo sigue habiendo desafíos para lograr una representación equitativa de género en este sector. Pero no es que no nos interese, sino que aún existen dificultades tanto para aprender finanzas personales como para acceder a los instrumentos de ahorro, inversión y crédito.

La independencia financiera es indispensable para la libertad de las mujeres y también para la prevención de las violencias. Como bien decía Virginia Woolf, las mujeres necesitan una habitación propia, pero también necesitamos el control sobre nuestros recursos económicos y esto hay que aprenderlo desde pequeñas. La autonomía económica nos brinda la posibilidad de tomar decisiones sin depender de otros, nos empodera y nos permite escapar de situaciones de violencia y dependencia.

Es fundamental seguir trabajando para cerrar la brecha de género en el ámbito financiero. Necesitamos promover la educación financiera desde temprana edad, fomentar la participación de las mujeres en el sistema bancario y eliminar los estereotipos que nos limitan. Para que las mujeres logren una independencia financiera, es necesario abordar diversos aspectos que les permitan acceder a las oportunidades económicas, conocer las herramientas de ahorro, crédito e inversión y cómo tener control sobre sus propias finanzas y un futuro económico seguro. Sin el involucramiento de las instituciones financieras, educativas y el Estado para impulsar la igualdad financiera será muy difícil lograrlo, pero podemos empezar reconociendo las aportaciones que hacen día a día las mujeres que trabajan en el sector y que están abriendo camino a las que les siguen, que construyen redes de apoyo y mentoría.

Y sobre todo es urgente derribar el mito de que las mujeres somos gastadoras frívolas y malas con el dinero que surge precisamente porque las mujeres no tenían dinero y sólo podían gastar los pequeños montos que sus esposos les concedían. Este es un tipo de control que bloqueó a las mujeres de la independencia financiera, pero que justamente por la falta de dinero, las hacía más conscientes financieramente, ajustarse a un presupuesto y gastar menos en comprar por impulso y los datos lo demuestran.

En conclusión, la historia de las mujeres y el dinero es una historia de desigualdad que debe contarse de una manera diferente.

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