Naciones en conflicto

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En política, nada es más rentable que el conflicto con un enemigo externo. La supuesta defensa patriótica tiene un enorme efecto en el estado de ánimo social, y le sirve a los líderes para consolidar su poder.

—Recientemente, el senador de Estados Unidos, John Kennedy, nos dió un pretexto perfecto para la indignación: en una audiencia en el Senado de ese país en que se abordó el tema del narcotráfico, dijo que “sin los estadounidenses, México, figurativamente hablando, comería comida para gatos en una lata y viviría bajo una lona en un patio trasero”.

La frase por supuesto ofendió a toda la nación, y demostró que el senador o no entiende nada de economía o de forma oportunista aprovechó para beneficiarse de eso que tantos votos le da a los Republicanos: insultar a México.

—Le sirvió a Donald Trump en su campaña, le está sirviendo al gobernador de Florida que ha lanzado una tremenda ofensiva contra los migrantes, y le es útil a todo el entramado conservador que piensa que somos una patria de vividores.

Por supuesto la frase es absurda y no representa ni al puedo estadounidense ni a la realidad de nuestra relación bilateral. Pero vaya que lo puso en los titulares.

Y le sirve, aunque no sea su objetivo, a nuestro gobierno. —De inmediato nuestro embajador en Estados Unidos, el Canciller Marcelo Ebrard y hasta el presidente aprovecharon la chispa para envolverse en la bandera y hacer un teatro de martirio nacional. 

Pero la cosa curiosa es esta: mientras nos indigna lo que dicen de nosotros como país, nuestro gobierno no tiene ningún empacho en acusar a otros gobiernos cuando no nos gustan. —Se recordará cuando México corrió al auxilio del ex presidente de Bolivia, Evo Morales, después de que perdió las elecciones por un pequeño margen y se negó a aceptar los resultados. 

—Después, nuestro país ha mantenido una amarga disputa con Perú cuando el entonces presidente Pedro Castillo trató de dar un autogolpe de Estado, terminó siendo expulsado de su cargo y detenido, justo cuando trataba de huir hacia acá.

Desde entonces, México y esa nación casi han roto relaciones, y nuestro presidente no ha tenido límites para condenar a la nueva presidenta a quién llama “usurpadora”.  Por cierto, Dina Baluarte llegó al poder junto con Castillo como su vicepresidenta.

No es el único caso. Ahora tenemos una crisis con Guatemala. —El presidente López Obrador está empujando que se le de un indulto y la libertad de venir a México al ex guerrillero César Montes, que fue condenado en ese país a 175 años por supuestos actos de terrorismo.

López Obrador considera que ya es un hombre mayor y que debería ser liberado, pero en el proceso ha encendido la ira en aquel país por su entrometimiento en sus sistemas políticos y judiciales.

Una candidata a la presidencia de Guatemala retomó la estrategia nacionalista de Andrés Manuel, y aseguró que en su gobierno no habrá abrazos para los delincuentes ni permitirá la intervención de defensores de “asesinos”.

Y agregó que en Guatemala deciden los guatemaltecos, “nadie más”. Muy patriótica, y muy funcional políticamente. 

A eso le podemos sumar los conflictos con España por la conquista, con Estados Unidos por el comercio y los migrantes, con Naciones Unidas por derechos humanos y muchos más. 

El hecho es este: la diplomacia exige congruencia. Claro que deben defender a nuestro país. Pero si al mismo tiempo vivimos insultando a otros, no solo no ganamos nada, perdemos. 

Perdemos prestigio internacional, nos aísla, nos hace socios poco confiables, y la verdad, quedamos un poco en ridículo.

No merecemos eso. Somos un país digno y merecemos una política exterior digna.

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