Las niñas invisibles

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Más de la mitad de las niñas, niños y adolescentes mexicanos viven en situación de pobreza. Lo cual tiene consecuencias irreversibles en su desarrollo físico y cognitivo. Décadas de investigación han probado que las situaciones de pobreza extrema durante la infancia aumenta la probabilidad de enfermedades, mayores traumas psicológicos, mayor exposición a la violencia, mayor probabilidad de adicciones, menores niveles educativos y menores oportunidades laborales, mayores oportunidades de delinquir o terminar en prisión. El costo de una infancia pobre para una sociedad es enorme. 

La pobreza en la primera infancia limita el desarrollo intelectual y emocional pero además coloca a niñas y niños en un círculo de falta de oportunidades y de recursos del que es casi imposible escapar y que pone en peligro su integridad y su vida. 

En esa situación se encuentran el 12% de los niños y niñas menores de cinco años que padecen desnutrición crónica y cuatro millones de niños y niñas que no asisten a la escuela. Incluso el 6% de las niñas entre ocho y 11 años que viven en comunidades rurales y no saben leer ni escribir. 

Las niñas son especialmente vulnerables a la violación de sus derechos humanos y a la violencia: son las principales víctimas de trata, de explotación y abuso sexual infantil, de embarazos que son consecuencia de la violencia que viven en sus hogares. Pero además de estas violencias extremas, las niñas también viven violencias cotidianas. De acuerdo con datos del INEGI, en los últimos cinco años en los hogares de las menores, más del 11% de las niñas de entre nueve y 11 años de edad sufrió insultos, burlas o recibió comentarios que le molestaron o pasó por situaciones que le hicieron sentir miedo; mientras que casi el 10% se sintió ignorada o la hicieron sentir inferior. Más de la mitad de las adolescentes entre 12 y 17 años ha sido discriminada en su escuela. Sin embargo estas violencias se pasan por alto y se considera que son normales, que lo que sucede en la casa es privado, que así son las escuelas o que son solo “cosas de niñas” y que se arreglará cuando crezcan. Pero los problemas no se arreglan solos y menos si no los conocemos.

Tenemos todos estas estadísticas y datos pero poco sabemos de las historias y las necesidades porque en poquísimas ocasiones se les pregunta a las niñas qué les sucede o pueden contar sus historias ellas mismas. No existen los espacios y hay poca capacitación para una escucha activa a la que puedan acceder las personas jóvenes. Tenemos la costumbre de invisibilizar a las infancias y principalmente a las niñas, discriminadas por edad pero también por género. 

Frente a estos desafíos, es crucial dar voz a las niñas y adolescentes en sus entornos inmediatos, en la construcción de políticas públicas que den respuesta a sus necesidades y salvaguarden sus derechos, pero también en los medios de comunicación. Es necesario cambiar el enfoque y presentar sus historias desde su propia perspectiva, reconociendo su capacidad de acción y su papel como agentes de cambio. 

Malala Yousafzai o Greta Thunberg han demostrado de lo que es capaz una niña decidida a transformar su entorno para sí misma y para las demás, pero hay muchas más jóvenes innovadoras, que inventan, crean, piensan, protestan y lo cierto es que la situación de las infancias en México, lo requiere.  

Es hora de reconocer el valor y el potencial de las niñas y jóvenes mexicanas no solamente para conocer mejores formas de responder a las injusticias que las aquejan sino para transformar la narrativa en la que son víctimas y en la que se muestra a otras niñas, que las niñas y las jóvenes sólo cuentan cuando están desaparecidas o son violentadas. Solo escuchándolas y apoyándolas podrán convertirse y mostrarse como los agentes de cambio que necesitan sus comunidades y el país en su conjunto. 

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