La paradoja de Twitter

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Desde el escándalo de Cambridge Analytics y Facebook no hablábamos tanto de lo que está pasando con una red social como ahora. En general siempre discutimos lo que se publica, pero no tanto a la plataforma como tal.

Ahora que Elon Musk se apoderó de Twitter, el debate sobre lo que son las libertades en estas redes sociales, y la forma en que se regulan, ha causado importantes controversias. Una de ellas es la forma en que el gobierno de Estados Unidos intervenía en las decisiones de publicación o bloqueo de cuentas que desde su perspectiva eran “dañinas para la democracia”.

Todo esto lo sabemos gracias a los llamados “Twitter papers” que el mismo Musk hizo públicos. Ahí se revelan cientos de correos electrónicos y mensajes entre funcionarios del FBI y reguladores internos de la red social en los que se les instruye que borren cuentas, contenidos y cientos de posteos que no le convienen al gobierno.

Twitter, por lo que se sabe, obedecía con sumisión a las instrucciones del gobierno, portándose como una subsidiaria. Todo esto está escudado en el argumento de que estaban combatiendo la desinformación, lo cual en términos generales es algo correcto, pero los reguladores del gobierno llevan sus criterios a niveles increíbles.

Censuran no solo información y acusaciones contra funcionarios, sino incluso opiniones y hasta chistes. Muchas de las cuentas cerradas apenas tenían seguidores, y sus contenidos eran bastante irrelevantes. Pero el ojo del gobierno estaba sobre todos y no tenían ningún reparo en exigir su desaparición.

Musk prometió que esas prácticas se acabarían y que su red social sería una dónde la libertad de expresión sería la regla. Le devolvió sus cuentas a personajes como Donald Trump, asegurando que ya no se excluiría a nadie. Y que tampoco se censurarían las opiniones de las personas.

Así, de inmediato se dispararon los ataques racistas, misóginos y discriminatorios. Esto es libertad, nos dijo el nuevo dueño de la red.

Pero al mismo tiempo, pasó algo curioso: una cuenta compartió información sobre los vuelos del avión privado de Musk y varios destacados periodistas de Estados Unidos, de medios tan importantes como New York Times, Wall Street Journal y CNN, hicieron publicaciones al respecto.

Esto ya no pasó tan bien. Musk los acusó de estar revelando datos que lo podrían poner en peligro – a pesar de que es información pública – y la plataforma cerró todas sus cuentas. La libertad, al parecer, sí tenía sus límites para el multimillonario.

El auto nombrado maximalista de la libertad de expresión tuvo que devolver sus cuentas a los periodistas, pero la advertencia es clara: no digas cosas que no quiero que digas. Y acá es dónde viene el punto de este tema.

Tenemos que asumir que las redes, los medios de comunicación y los gobiernos son administrados por personas, y esas personas tienen intereses. Tienen fobias y filias. Tienen cosas que pueden aceptar y cosas que no.

Y es válido si entendemos cómo funciona el mundo actual. Nadie es totalmente objetivo ni totalmente libre de sesgos personales. Pero como sociedad sí tenemos la responsabilidad de tener presente que debemos abrirnos a la mayor cantidad de opiniones y visiones posibles a fin de construir nuestra propia percepción de la realidad procurando escapar de los prejuicios y manipulaciones a las que estamos expuestos.

Lo que no puede ser es que los gobiernos quieran decidir qué podemos saber y qué no. Qué se vale que sea público y lo que debe ser ocultado. Eso es censura y daña a la democracia.

La tentación gubernamental de imponer su realidad y su visión es algo que hemos vivido, y seguimos viviendo, de forma constante. 

Y eso es lo que debemos combatir.

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