Péndulo político

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El mundo vive en un péndulo político. Esto se refiere al fenómeno en el cual las preferencias políticas y las políticas públicas oscilan o se balancean entre los extremos de la escala ideológica, típicamente de derecha a izquierda y viceversa

Esto se ha visto muy nítidamente en otros países, sobre todo de Latinoamérica. Chile pasó de la centro izquierda de Bachelet a la derecha de Sebastián Piñera, y luego fue de regreso a la izquierda de Gabriel Boric; ahora parece ir hacia la ultraderecha. 

Brasil pasó de los gobiernos de Inacio Lula da Silva y Dilma Rousseff, de izquierda, a la derecha extrema de Jair Bolsonaro, para terminar regresando a Lula. Un péndulo perfecto, que se ha repetido en Argentina, Uruguay y otros países de América Latina.

La metáfora del péndulo político describe la tendencia de los sistemas políticos a experimentar cambios en la orientación política y las políticas adoptadas por los gobiernos.

Es un fenómeno que se ha visto muchas veces a lo largo de la historia. Desde la revolución francesa que pasó de ser un movimiento libertario a ser un régimen de terror y después al autoritarismo de Napoleón Bonaparte, lo que vemos es siempre una historia similar. Una historia de descontento.

Porque los analistas y especialistas en política ven “giros a la izquierda” o “a la derecha” en las naciones, pero nada de eso es realmente cierto. Porque la mayoría de la gente no vota ideológicamente, pensando en Carlos Marx o en Adam Smith. 

La gente vota emocionalmente. Vota porque le cae bien quien se postula o contra quién detesta; vota porque representa una figura que le entusiasma o le irrita. Somos seres mucho más emocionales que ideológicos.

México es un país que muestra esta realidad con claridad. Y lo es porque a diferencia de muchos otros en nuestra región, las ideologías están desdibujadas. En Chile es claro que el presidente Boric es de izquierda y que su principal rival es de ultraderecha. Acá no.

Porque si toda la izquierda votó por López Obrador, no votaron por un presidente de izquierda. Al menos no en los hechos. 

Un presidente de izquierda habría legalizado el aborto, por ejemplo. O regulado el consumo de cannabis. O apoyado las causas feministas. O quizá no habría militarizado al país. Tal vez habría fortalecido la rendición de cuentas, pero no. Casi todas sus políticas públicas han sido conservadoras. 

Y sin embargo, la izquierda lo apoya. Así que nos encontramos con un gobierno que se dice “liberal” pero no lo es; que se dice “progresista” pero no lo es. Y sin embargo, la peculiaridad del asunto es que la derecha lo detesta y la izquierda lo quiere.

¿Por qué? ¿Porque se acabó la corrupción? Es falso el debate de que ya no pueden saquear al país y demás. Los casos de corrupción en esta administración hacen ver al gobierno de Enrique Peña Nieto como una bola de ingenuos. 

Lo que es real es que no apoyamos a un gobierno por sus ideas, ni por sus acciones, ni por sus logros. Lo hacemos porque emocionalmente nos toca.

Porque nos representa una convicción, aunque no sepamos cuál es; porque nos hace sentir cerca, aunque no sea cierto. Porque sentimos que es alguien que piensa en nosotros.

Y cuando eso deja de funcionar, el péndulo político cambia. Una sociedad de izquierda se va a la derecha y viceversa.Quizá debemos dejar de votar con el corazón y empezar a votar con la cabeza. Quizá.

Más del autor: Realpolitik

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