Prejuicios persistentes

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Nueve de cada 10 personas tienen prejuicios contra las mujeres. Sin importar si son hombres o mujeres, la mitad de la población mundial cree que los hombres son mejores líderes políticos, el 40 por ciento considera que los hombres son superiores en el ámbito empresarial, y 25 de cada 100 justifican que los esposos golpeen a sus mujeres en algunos contextos domésticos. 

Esto es lo que nos dice el Índice de Normas Sociales de Género publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo con datos recopilados en 80 países entre 2017 y 2022. Por si fuera poco, los resultados de esta edición son casi iguales a los del informe anterior, lo cual enciende alarmas sobre la falta de avances en la igualdad entre mujeres y hombres.

Es de no creerse que a 48 años de la Primera Conferencia Mundial sobre la Mujer, aun tengamos que seguir insistiendo en que las mujeres, en plural, tenemos las mismas capacidades que los hombres. 

Los prejuicios de género siguen arraigados y tienen un impacto negativo en la participación de las mujeres en la política, los negocios y el trabajo. Las mujeres ocupan menos de la tercera parte de los cargos directivos en las empresas, y esta falta de mujeres los convierte en espacios donde se perpetúan barreras que dificultan su acceso, su permanencia y ascenso. 

Es desalentador descubrir que, a pesar de los avances en la educación de las mujeres, esta no se conecta con opciones para la autonomía y el empoderamiento económico. Es decir que persisten las barreras en el acceso al empleo y el emprendimiento y aún más a las posiciones gerenciales. Todavía existe, en algunos campos, una brecha salarial hasta del 39% en comparación con los hombres por hacer el mismo trabajo. 

A este ritmo ¿cuánto nos falta para alcanzar la igualdad? ¡186 años! Esto es inaceptable. Urge un cambio profundo en nuestras normas sociales y sesgos inconscientes. 

Estas actitudes se aprenden en una edad temprana y poco podemos hacer para transformarlas, si no lo hacemos conscientemente. 

Numerosas personas desafían las normas sociales todos los días y demuestran que el cambio es posible; también crece el rechazo que despiertan las embestidas conservadoras de los últimos años, como el regreso del régimen Talibán en Afganistán; o a la derogación de Roe vs Wade hace un año, que era indispensable para proteger los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres; de igual modo, las críticas a los movimientos neoconservadores y líderes políticos como Donald Trump o Jair Bolsonaro, que han legitimado el discurso misógino. Pero aunque existen estas transformaciones, van demasiado lentas. 

Los prejuicios se mantienen porque el rechazo o la aceptación de los demás es un incentivo lo suficientemente poderoso para hacer que las personas apoyen comportamientos aunque no estén de acuerdo con ellos. Por ejemplo, algunas mujeres mantienen actitudes sumisas y evitan la competencia en sus trabajos para no espantar a sus colegas hombres. Esto podría reforzar la visión de que las mujeres son líderes menos estratégicos.

Los hombres en ocasiones también subestiman la aceptación que tendría con sus pares, una actitud de apoyo a los derechos de las mujeres. Y no todos se atreven a alzar la voz para generar condiciones de mayor igualdad para todas las personas. 

Al contrario, los sesgos inconscientes de género también pueden dañar a los hombres quienes pueden ser rechazados o excluidos cuando no se ajustan a las normas de masculinidad establecidas. 

Mejorar las oportunidades de desarrollo de las mujeres puede ser la única opción de crecimiento cuando las economías están estancadas y los índices de desarrollo humano en regresión.

Esto es una llamada a la acción. Es hora de actuar y transformar nuestras normas y actitudes sociales para construir un mundo más igualitario y justo para todos y todas.

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