La prensa en peligro

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Este no es un problema de periodistas o de los medios. No es un asunto que solo deba importarle a algunas personas. Esto es un tema que nos impacta por completo como sociedad, ya que es crucial para que podamos mantener nuestras libertades, incluyendo la libertad de prensa, expresión y nuestra democracia.

De lo que estamos hablando es de la ejecución de la periodista Lourdes Maldonado hace unos días. Del asesintato de Margarito Mendoza, apenas una semana antes, ambos en Tijuana. De José Luis Gamboa, en Veracruz. Tres muertes en el primer mes del año, haciendo este sexenio el más violento contra la prensa en décadas. Porque no están solo las ejecuciones, que son lo que gana titulares.

También están las amenazas y agresiones, las intimidaciones constantes contra quienes hacemos este oficio. Ya sea del crimen, de gobiernos locales o del mismo Palacio Nacional. La impunidad en estos crímenes no ha mejorado desde el sexenio anterior, pero nos aseguran que ahora “son distintos”.

Sin embargo la descalificación a la prensa es tan recurrente y común, que el presidente se puede dar el lujo de decir que no mataron a Lourdes por el conflicto legal que tenía con su amigo Jaime Bonilla; y que tampoco es su culpa a pesar de que ella misma le suplicó protección en una conferencia de prensa:

No, resulta que la culpa es de quienes quieren perjudicar su llamada 4T. La culpa es de los medios que informan de estas cosas. Esto, en el gobierno que ha iniciado el ejercicio inédito de dedicar un espacio semanal, cada miércoles, para difamar a los medios, periodistas y hasta a quienes usan redes sociales para criticar al gobierno. Una persona contratada, y bien pagada con dinero de México, se dedica a defender la verdad oficial y denostar a quienes hacemos este trabajo.

Claro, el gobierno tiene derecho a defenderse de las críticas. Pero las mentiras de los medios malintencionados, que los hay, se desmienten con hechos y no con palabras. Las posiciones se defienden con datos y no estigmatizando a quienes piensan distinto.

En medio de esta violencia directa e indirecta contra los medios, vino un nuevo golpe: la Suprema Corte, en primera instancia, decidió que los noticieros tienen que distinguir claramente entre lo que es una opinión y lo que es información. Eso, de entrada, suena razonable: esto es una columna de opinión, y quizá no está de más que se los diga. Pero en los hechos, es un problema real, por varias razones.

En primer lugar, es un insulto a la inteligencia de la gente. Siempre es obvio cuándo alguien opina y cuando alguien informa, y si no lo es, no están prestando atención. Segundo, el debate sobre la imparcialidad perfecta ya se resolvió hace mucho. Y no existe. Porque todos los medios, de todo el mundo, toman decisiones según su visión personal o política. Ya sean de izquierda o de derecha, ya sea La Jornada o El Reforma, cada medio decide qué publica, qué investiga y cómo presenta la información. Y eso es válido y legítimo en democracia.

En tercer lugar, hay una enorme debilidad en esta decisión: aplica para medios, pero no aplica para políticos. 

Un gobernante puede hablar todos los días, mezclar información falsa con verdadera, con opiniones y con juicios, a veces difamadores, sin consecuencia alguna. Pero eso está bien, eso sí es libertad de expresión. 

Hay que entender esto bien: los medios sí tenemos que ser responsables. En Cuestione verificamos toda nuestra información, confirmamos todas nuestras fuentes. Pero también nos atrevemos a opinar, a dar perspectiva a los datos. Porque eso es lo que enriquece el debate público. Y se vale estar o no de acuerdo, se vale confrontar información. 

Lo que no puede ser válido es que en uno de los países en que es más peligroso ser periodista, en la que cientos de colegas se juegan la vida para que se sepa la verdad, en lugar de crear mecanismos para proteger la vida de la gente y su derecho a informar, se les difame, insulte, restrinja, agreda y asesine. 

Esta no es la democracia por la que mucha gente peleó y no es la promesa de un México diferente. Este es el momento en que alzamos la voz o quedamos en silencio.

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