La definición en los dos principales bloques políticos ha colocado a México ante un hecho histórico: dos mujeres en la boleta electoral y la posibilidad, prácticamente un hecho, de que nuestro país tenga por primera vez una mujer en la Presidencia.
¿Es una buena noticia? Claro, el avance democrático para que esto suceda es enorme.
Apenas hace 70 años las mujeres no teníamos ni siquiera derecho al voto y detrás del sufragio femenino se puede contar una ola de sangre y sacrificios.
Para dimensionar el gigantesco paso que hemos dado, y que por supuesto se consolidaría con el triunfo de alguna de las dos candidatas, Xóchitl Gálvez o Claudia Sheinbaum, hagamos un breve repaso de las mujeres que han aspirado a ocupar la silla presidencial: ¡la primera vez fue hace 42 años!
Así es, 42 años y ninguna mujer ha logrado cumplirlo. Sí, la referencia correcta debería ser: a ninguna mujer se le ha permitido. Y es exactamente por eso que estamos haciendo historia: las mujeres luchando por espacios y los hombres reconociendo y respetando nuestro derecho de ocuparlos.
Pero volvamos al repaso: la primera mujer en la historia de México en ser candidata fue Rosario Ibarra de Piedra, en 1982, por el Partido Revolucionario de los Trabajadores. Fue una candidatura de protesta por la desaparición forzada de su hijo; no llegó a la Presidencia, pero se convirtió en senadora y en 1988 volvió a competir, pero la Presidencia fue para Carlos Salinas de Gortari.
En la siguiente elección, en 1994, Cecilia Soto fue candidata del Partido del Trabajo, y Marcela Lombardo por el Partido Socialista. Compitieron con Ernesto Zedillo, del PRI; Diego Fernández de Cevallos, del PAN; y Cuauhtémoc Cárdenas, del PRD.
Tuvieron que pasar 12 años para en 2006 tener nuevamente una mujer candidata a la Presidencia: fue Patricia Mercado, por el Partido Alternativa Socialdemócrata y Campesina, la cuarta mujer en participar en unos comicios federales.
La quinta fue Josefina Vázquez Mota, en 2012 por el PAN, y luego Margarita Zavala en 2018, la primera mujer en ser candidata independiente; sin embargo, un mes antes de la elección renunció a la candidatura.
Se han dado pasos adelante y luego retrocesos, pero las acciones afirmativas han ido imponiendo la igualdad de espacios de participación: la reforma electoral de 2014 elevó la paridad como principio constitucional o la reforma de “Paridad Total” aprobada en 2019, que obliga la integración igualitaria en los órganos de gobierno e instituciones públicas.
Ha costado mucho trabajo, pero hoy somos testigos de grandes avances que anteceden un hecho histórico: todo apunta a que en 2024 los tres Poderes de la Unión tendrán por primera vez a una mujer al frente: en el Ejecutivo: Claudia o Xóchitl; Marcela Guerra y Ana Lilia Rivera en el Legislativo, como presidentas de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados y del Senado, respectivamente, y en el Judicial la ministra Norma Piña.
De darse será un logro sin precedentes, pero también la gran prueba de fuego: las mujeres deberemos demostrar la capacidad de gobernar, de ser eficientes, pero también de gobernar diferente, no repetir los patrones masculinos, sino de plasmar el sentido femenino en modelos de gobierno para todos.
Debemos exigir a esas mujeres gobernar con perspectiva de género, no permitamos una vez más una Presidencia que minimice las causas de las mujeres, que denueste ni reprima las marchas que exigen respeto a la vida y dignidad de las mujeres.
Estemos atentos a las propuestas, pero también a acciones pasadas y presentes. Exijamos una verdadera visión de país, justo, igualitario, equitativo, con apuesta al futuro, pero amor por el pasado que nos hace ser lo que somos como nación, pero plantadas en un presente que exige un nuevo sentido de lo que urge a México. Ser mujer no será suficiente: exijamos de esas mujeres no repetir los vicios enquistados del pasado y demostrar que somos capaces de lograr en esos espacios que, repito, tanta sangre han costado.
