El riesgo del lenguaje incluyente

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Es un hecho que la sociedad ha venido evolucionando como lo demuestra el uso del lenguaje incluyente, sin embargo, en lo particular me preocupa que el cambio se quede a nivel de forma solamente.

El sistema económico y social bajo el que vivimos tiene la capacidad de cambiar de piel con gran facilidad para adaptarse y en el fondo seguir funcionando igual. Por ejemplo, cuando un producto ya no convence al consumidor, sencillamente se le cambia el empaque, el nombre y se vuelve a lanzar al mercado con el mismo o más éxito que antes. Hace 30 años estaba de moda una bebida llamada Caribe Cooler, después dejo de gustar y ahora la han relanzado con la etiqueta de Hard Seltzer que hoy está en boga, no conozco los números de ventas, pero seguramente les está funcionando.

Bueno, pues lo mismo ocurre con los movimientos sociales, el capitalismo los absorbe, los integra y los regresa al mercado edulcorados. Así, el lenguaje de género y el lenguaje incluyente se convierten un recurso del propio sistema para no cambiar nada.   

Cada vez es más frecuente que las instituciones de gobierno y las empresas usen el lenguaje incluyente en sus discursos cotidianos, o que sumen la bandera LGBT a sus diferentes comunicaciones, sin embargo, el que lo hagan no significa que haya cambios de fondo, es decir, que las mujeres reciban los mismos salarios que los hombres, que las personas con diferentes orientaciones sexuales sean contratadas en igualdad de circunstancias, o que los grupos étnicos tradicionalmente discriminados realmente tengan posibilidad de alcanzar las mismas posiciones de poder y toma de decisión.

Según la ONU las mujeres reciben un salario 30% menor que los hombres ya que en general ocupan puestos más bajos y cuando se trata del mismo puesto el salario es 15% menor simplemente por el hecho de ser mujeres.   De acuerdo con el último Índice Global de Brecha de Género serán necesarios 200 años para que la brecha económica mundial entre hombre y mujeres se cierre.

Por puesto que estoy de acuerdo que la forma de nombrar la realidad incide en la realidad misma y que en la medida en que usamos un lenguaje que nos incluya a todos estamos ayudando a construir un mundo en el que todos cabemos, sin embargo, me preocupa y mucho que nos quedemos solamente con ese cambio y que las estructuras económicas y de poder sigan igual, porque incluso, el hecho de que tantas personas estemos ocupadas señalando a quienes usan o no el lenguaje incluyente nos puede distraer del fondo y por eso digo que el sistema es experto en cambiar la envoltura para no cambiar nada.

Cuando en 1863 Abraham Lincoln decretó la abolición de la esclavitud se consideró que se estaba dando el paso decisivo para alcanzar la igualdad entre blancos y negros, sin embargo, la población recién liberada no recibió tierras ni ningún tipo de capital para iniciar su nueva vida, de modo que se vieron obligados a vivir en condiciones de servidumbre que en el fondo no eran tan diferentes a las que tenían cuando eran esclavos.

Han pasado casi 160 años y las condiciones de desigualdad siguen prevaleciendo para la población afroamericana en los Estados Unidos y eso se debe a que no hubo un cambio de fondo en la distribución del poder político y económico ni en el capital intelectual.  

De modo que, las instituciones y las empresas podrán ser muy cuidadosas con el lenguaje que usan y contar con políticas de inclusión sumamente avanzadas, pero mientras en los hechos sigan pagando menos a las mujeres y contraten solo pequeñas cuotas de personas diversas van a pasar cien o doscientos años y las cosas van a seguir siendo básicamente igual.

Quienes estamos a favor de la inclusión tenemos que estar muy conscientes de esto para ejercer presión en donde realmente importa que es el cambio en las estructuras económicas y de poder.

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