Gabinete de curiosidades “románticas”

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Una vez me enamoré de un suicida cocainómano. Otra vez me enamoré de un poeta narcisista, y hasta me fui a vivir con él. Otra vez me enamoré de un psicópata. Otra vez me enamoré de un narcomenudista. Otra vez me enamoré de un defraudador. Otra vez me enamoré de un señor casado con cuatro hijos que me dijo que ya no vivía con su esposa. Otra vez me enamoré de otro señor casado que vivía con su esposa “en cuarto separados”. Otra vez me enamoré de un músico blandengue. Otra vez me enamoré de un adicto al sexo. 

Mil veces me pregunté el porqué de mis múltiples y variados fracasos amorosos, por qué siempre elegía parejas que más que novios parecían proyectos de asistencia social: alcohólicos, desempleados, mentirosos, con baja autoestima, celosos, posesivos, ninis, inseguros, drogadictos, sin metas en la vida, mujeriegos, cuando yo desde los 15 años decidí a qué me dedicaría y empecé a caminar hacia esa dirección, segura de mis habilidades y talentos y dispuesta a luchar por esos objetivos y siempre he amado trabajar. 

Claro que tenía pretendientes más afines a mí, pero me parecían aburridos, personas con quienes era delicioso platicar y compartir sin abrirles las piernas, para eso estaban los bad boys; mientras más sórdidos, más emocionantes; me mostraban un mundo ajeno al mío, bordado entre paredes rosas de algodón.

Durante años viví en la incertidumbre, defendiéndome continuamente de ataques violentos en forma de frases hirientes: “agradece que estoy contigo, ningún otro hombre te va a aceptar con tantos pelos”, “sin mí no eres nadie, te vas a morir de hambre”, “eres un fraude, pensé que ganabas más dinero”, “eres buena en lo que haces, pero como que algo te falta”, “a las divorciadas con dos hijos nada más las quieren para coger”, “aprovecha mientras aún eres joven y estás potable”, “ya perdiste el buen cuerpo que tenías”, “¿tú crees que a alguien le interesa lo que escribes, te leen nada más porque enseñas las nalgas”, “ella sí me necesitaba, no como tú, que siempre dices que puedes resolver todo sola”, etcétera, etcétera, etcétera. Decidí permanecer junto a ellos, a fin de cuentas tener a una pareja era señal de que yo valía la pena; aunque huí muchas veces aparecía otro espécimen con características similares. 

Antes de que tu explicación se simplifique en un “porque eres estúpida”, quiero decirte que quizás sí, pero también no, aunque durante años cada nueva relación me iba haciendo dudar más y más de mi inteligencia. Entonces llegó a mí el ánimo de repararme y decidí hacerlo con lo que más me gusta en la vida: los libros. Algo debía estar muy mal conmigo para que los hombres fueran mi perdición; algo debía estar muy mal conmigo para darlo todo por ellos, desde mis ahorros casi íntegros, hasta mi dignidad.

Cuando una está incómoda lo único aceptable es cambiar de posición para evitar más contracturas corporales, mentales o emocionales. En los libros aprendí que sí que necesitaba una buena remodelación mental, pero que no toooodo lo que me pasaba era mi culpa. Así, un buen día apareció entre mis manos el glorioso Manifiesto contra el amor romántico, de Carla Castelo, un libro que toda mujer debería leer para liberarse de esas ejecuciones suicidas para la autoestima y la realización. Con ideas como: “Somos demasiadas las que no encajamos en el modus operandi de la relación tradicional. Y en vez de crear nuevas formas de vínculo, estamos absortas intentando una y otra vez que encaje la pieza donde no encaja, como un niño de dos años insistente”.

Y luego apareció la genialidad de Mona Collet, Reinventar el amor, las páginas que me hicieron comprender mi predilección por los hombres más dañinos disponibles: “ellas tienen la fantasía o la ambición de ser la mujer que, gracias a la intensidad de la relación que establezcan, le harán deponer su armadura. Él representa para ellas la oportunidad de realizar una especie de performance de feminidad suprema. A fuerza de comprensión, de sabiduría, de paciencia y de generosidad, esperan ser la que sabrá llegar al ser sensible que se atrinchera detrás de sus traumas y sus crímenes. Toda la sociedad parece considerar que este es el papel de las mujeres”. Si crees que es una exageración, espera a que lleguen el Día de las Madres y el 8 de marzo y pídele a una mujer que te enseñe su galería de WhatsApp llena de mensajes uno más cursi que el otro alabando a los maravillosos seres que somos.

Después de mi última relación fallida con el enésimo señor violento al fin aprendí que mi amor, ni el de nadie, cura traumas, problemas mentales ni defectos de carácter, que claro que puedo acompañar en momentos difíciles, pero eso no implica convertir mi estabilidad en sacrificio por el bienestar ajeno. Aprendí también que la gente sí puede cambiar, pero solo si tiene la voluntad férrea de hacerlo y trabaja en sí misma para lograr una vida mejor.

Si sigues creyendo que exagero, nada más falta ver la gigantesca bibliografía enfocada en el bienestar de las mujeres y las relaciones de pareja. No es que seamos unas locas insaciables que siempre dan lata y se quejan de todo, es que ya nos dimos cuenta de que el mundo sí puede ser más justo y estamos dispuestas a luchar para conseguirlo aunque ya no nos toque verlo.

Por lo que a mí respecta, ahora ya sé cuándo abrir la puerta y cuándo huir despavorida: no vuelvo a ser cómplice de abusadores ni de narcisistas ni de sujetos buscando cuerpos masturbadores para saciar sus bajos instintos ni de perseguidores de madres sustitutas. No vuelvo a ser cómplice de violencias cotidianas disfrazadas de amor. No vuelvo a intentar redimir a ningún espécimen de ningún gabinete de curiosidades románticas. 

Ni para la anécdota.

Más de la autora: Arriba el amor, abajo el amor

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