La inseguridad en los salones de clase

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La inseguridad no respeta territorios y esto incluye a las escuelas. Las niñas y niños del país enfrentan inseguridad aún dentro de los salones de clases. 

Esta semana México se conmovió con el tiroteo en una escuela en Torreón, que dejó una maestra muerta y varios heridos. El niño de 11 años que llevó a cabo el ataque se suicidó, dejando una estela de dudas sobre las razones que lo motivaron.

Mientras tratábamos de aceptar los sucedido, autoridades y analistas empezaron a especular con su habitual irresponsabilidad sobre los motivos del ataque. El gobierno estatal culpó a los videojuegos, un clásico recurso para negar responsabilidad, y muchos aprovecharon las tragedias que vivió el niño en su vida para revictimizarlo.

Está claro que lo que hizo es terrible, pero también el menor fue víctima de una violencia endémica que azota a nuestro país: la violencia armada. Hoy su familia está bajo asedio mediático y judicial, y mucha gente ya los ha juzgado.

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En la búsqueda de culpables, una necesidad humana para entender las tragedias, se miró en muchas direcciones. Sobre todo a su abuelo, que habría sido el dueño del arma, e incluso se responsabilizó a Felipe Calderón, el villano favorito. Pero poco se está discutiendo del problema de fondo: la facilidad para acceder a las armas, por un lado, y la ausencia de políticas de salud mental, por otro.

Ya tenemos claro que en una sociedad armada, como es hoy la mexicana, hay más homicidios. Más armas no nos han traído ni más seguridad ni más garantías, sino que al contrario. Los datos son claros. Tener un arma para defensa personal en el hogar solo aumenta las posibilidades de que alguien de la casa muera.

Pero además de eso, está el problema de la prevención. Creamos en la tragedia de Torreón la fantasía de que es un caso único o aislado, pero la verdad es que cada vez estamos viendo más violencia dentro de las escuelas y en sus entornos.

Fue tratando de atender ese tema que se creó el programa “Mochila Segura”, que buscaba inspeccionar los útiles de estudiantes para limitar el acceso de armas y drogas a los centros educativos. El programa, sin embargo, fue concebido desde una perspectiva de control y castigo, no de verdadera prevención.

Pronto, las Naciones Unidas declararon que el programa violaba los derechos humanos de los niños y niñas, al interferir en su intimidad. Pero si no se pueden revisar sus mochilas, ¿qué se puede hacer para que no lleven armas a las escuelas? Es importante entender que no hay un perfil de menor tirador. No existe un factor específico, y por eso es tan importante no estigmatizar a niños y niñas que vengan de entornos de violencia, ya que eso no siempre los define.

En primer lugar, se debe atacar el problema de fondo, que es el acceso a las armas. Los programas de canje tendrían que estarse implementando en todo el país, siguiendo las buenas prácticas internacionales, como sucedió en Nueva Zelanda tras el tiroteo de Christchurch.

Además, se debe capacitar a docentes para que aprendan a atender a los niños y niñas que están en riesgo. No existe un verdadero plan nacional para que maestros y maestras puedan hacer frente al bullying en las escuelas, sensibilizando a padres y madres o tutores para detectar señales de alerta. Simplemente no les estamos poniendo escuchando a los menores.

Los programas de vigilancia y control, como mochila segura o senderos seguros, solo crean la ilusión de que se está haciendo algo al respecto de este problema, dejando de lado las causas profundas de una niñez que está expuesta, descuidada por la sociedad y el gobierno, y en muchos sentidos estigmatizada.

El gobierno hoy no tiene mayor interés en el bienestar de la infancia. Así lo demostró con el cierre de las estancias infantiles o el recorte a las organizaciones sociales que atendían a menores con distintos desafíos.  La contrarreforma educativa solo tuvo el objetivo de devolver a los grupos sindicales su control sobre las plazas, y jamás puso el énfasis en la educación. No hay una política pública de salud mental, que ayude a atender a menores con factores de riesgo.

Este tipo de transformación, que debe empezar desde la primera infancia, enseñando empatía, comunicación, mediación y comunidad, toma tiempo y esfuerzo. Sus resultados no se ven de inmediato y por tanto no son rentables electoralmente. 

Al final, más que enfocarnos en un solo caso trágico, tenemos que afrontar la realidad de que como sociedad, así como el gobierno, le estamos fallando a la niñez mexicana.

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