“Más de 10 años buscando a nuestros desaparecidos”, la historia de miles de familias en México

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Lucy, Rosa, Sandra y Maribel no se conocen en persona. Sin embargo, las une el mismo dolor: sus hijas e hijos están desaparecidos desde hace más de una década. Cari, Julio, Melissa y María José fueron arrebatados de sus vidas desde hace 12, casi 10 y 11 años, respectivamente. Desde entonces el tiempo quedó suspendido para ellas.

Las probabilidades de encontrar a una persona desaparecida caen drásticamente después de las 24 horas, y a partir de ahí cada día las posibilidades se vuelven más complicadas. Pero a pesar del tiempo ellas siguen buscando. 

Estas madres esperaban sostener en sus manos diplomas, títulos profesionales. En su lugar, tienen carpetas de investigación que no avanzan y carteles de búsqueda que pegan en una ciudad y otra sin parar. 

Se han convertido en detectives, peritos, buscadoras y policías de investigación. La vida en sí se convirtió en un infierno. Durante más de una década han tenido que soportar la incertidumbre de no saber en dónde están sus hijos y la indolencia de un Estado que no hace nada por encontrarlos.

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Los familiares que dedican años a buscar a sus desaparecidos ven afectadas sus condiciones de vida: abandonan sus trabajos para dedicarse a la búsqueda, lo que merma sus recursos y los lleva a vender propiedades para continuar con la tarea de encontrar a sus seres queridos. 

Se alimentan mal, duermen mal y siguen buscando, lo que a la larga hace que desarrollen enfermedades como cáncer, diabetes, pérdida de vista o dolores musculares, según coinciden especialistas que han acompañado a familiares y documentado sus casos.

Cuando una persona pierde a un ser querido, muchas veces tiene oportunidad de despedirse. Viene el velorio, el entierro y el duelo. Pero en el caso de las personas desaparecidas, sus familiares viven en un duelo congelado. 

No hay rituales para despedirse de ellos o procesar la pérdida, y en su lugar queda la angustia de no saber dónde están, los trámites, las oficinas del ministerio público, las preguntas, muchas veces la culpa, nos explica Aarón González, especialista psicosocial de la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos (CMDPDH).

Todo esto genera estrés postraumático prolongado y desencadena otro tipo de trastornos, como depresión, ansiedad, insomnio o pérdida de memoria. Es como vivir con una herida que no cicatriza. Entonces su sistema inmunológico colapsa; están más expuestas a las enfermedades porque sus defensas están débiles, dice González.

De las 11 familias de personas desaparecidas que son representadas por Itzel Ramos, abogada de la organización civil Idheas, más de la mitad padecen cáncer avanzado y el resto tienen otro tipo de padecimientos, como diabetes o artritis, nos dice. 

De las 87,000 familias de personas desaparecidas que hay oficialmente en el país, “(las 11 familias que represento) son apenas una pequeña muestra de lo que podrían estar padeciendo miles y miles más que buscan a sus familiares en todo el país”, dice Ramos. 

Nos lo dijeron las personas expertas consultadas, pero también nos lo dicen ellas, las madres de hijas e hijos desaparecidos: Lucy, Rosa, Sandra y Maribel, cuatro mamás que despiertan cada día con la esperanza de encontrar a sus hijos aunque sea en “huesitos” (los restos), como dice Rosa Zacualpa de su hijo Julio.

María de la Luz López Castruita “Lucy”

Hija: Irma Claribel Lamas López

Desapareció: 13 de agosto de 2008

Edad al momento de su desaparición: 17 años

Lugar: Torreón, Coahuila

Desde que Cari desapareció, me convertí en un zombie. Les decía a mi esposo y a mi hijo que me quería morir. De hecho, “me morí” los primeros años de su búsqueda. Me la pasaba durmiendo durante el día y no hacía nada. No tenía fuerzas de hacer nada. 

Antes de que me tirara en la cama, recorrí todos los bares y antros de Saltillo, yo que nunca he tomado ni una gota de alcohol. Iba y me sentaba en cualquier lugar que estuviera abierto. Pedía un agua mineral y empezaba a llorar sola en las mesas. Esperaba encontrar a mi Cari en alguno de esos lugares. Fue enganchada para irse, me la secuestraron y desaparecieron. Ella nunca se hubiera ido sin avisarme. 

Mi vida dio un giro tremendo. Teníamos una pizzería. Teníamos una vida y un proyecto de vida. Mi hija me apoyaba, era mi única aliada en los negocios. Era muy apegada a mí, estábamos siempre haciendo pasteles para fiestas, siempre conmigo. En las noches siempre platicábamos y me sobaba la espalda. Éramos muy unidas.

Cuando no regresó a la casa me puse como loca. Entré en depresión, le decía a mi esposo “ya manda todo a la chingada, ya no quiero nada”. Cerramos el negocio porque tuve que salir a buscar a mi Cari y lo hice sola. Dejé solo a mi esposo con el trabajo y él me dejó sola en la búsqueda de Cari.

¿Qué le diría a Cari? Aquí tu mami ha envejecido 10 años más, aunque parezca que fueron 20, tu padre igual. Tus hermanos han cambiado tanto; ya tienes tres sobrinos. Han fallecido algunos de tus tíos. Tus abuelos están cada vez más acabados.Tus primos, muchos, ya son papás. ¿Te acuerdas del árbol de durazno que plantamos con tus hermanos? Se secó y ahora hay una parra. La abrazaría y no la soltaría por largos, largos días y le curaría cada una de sus heridas.

Rosa Zacualpa Cajetera

Hijo: Julio Nava Zacualpa

Desapareció: 1 mayo de 2010

Edad al momento de su desaparición: 29 años

Lugar: Iguala, Guerrero

Yo era una señora buena y sana. A raíz de la desaparición de mi hijo empecé a decaer. Mi hijo era plomero y albañil, muy trabajador. Desde que él no apareció, empecé a buscarlo por todos los rincones del país. No comía, no dormía, se me vino el mundo encima. Hasta ahorita no me siento contenta, siento un hueco en mi corazón porque no he tenido valor de decir estoy bien, porque yo estoy mal, desmejorada.

Por andar en el campo buscándolo, me caí unas tres veces hace siete años. Rodé y rodé desde una loma en Iguala. Caí desmayada. Tuvieron que cargarme porque ya no pude levantarme. De ahí me vinieron unas hemorragias tan feas, feas. Me tuvieron que quitar la matriz. Yo no quería eso, pero si con eso podía seguir caminando y buscando a mi hijo, acepté. 

Voy a cumplir 60 años el 10 de agosto. En 2015 me diagnosticaron Síndrome de Sjögren (un trastorno que afecta el sistema inmunológico). Empecé con diarreas, escalofríos, calenturas, tos, fatiga. Esa enfermedad no me deja a veces ni caminar, me duelen todos mis huesos. Me salía mucha sangre por la nariz, pero aún así seguí buscando a mi hijo. Todo lo que como me da diarrea.

Hace cinco años comencé a perder la vista hasta que me quedé ciega. Me preguntaban por qué me había dado esta enfermedad y les dije “¡uy no sé!”. Tengo un hijo desaparecido y desde ahí, entre malpasadas, haciendo solo una comida al día, muchas horas sin tomar agua, andar en el sol, irme lejos, caminar, la pesqué. Tengo ya muchas operaciones, ya estoy como un costalito cocido.

Lo he buscado en Acapulco, Cuernavaca, Altamirano, Chilapa. Todos son caminos sin respuestas. Yo tenía mi negocio de frutas. Pero desde que me dio esta enfermedad tuve que dejarlo poco a poco. Caí en cama, pensé que me iba a morir.

No me desespero, tengo fe en Dios que lo voy a encontrar. Le pido a la Virgen de Guadalupe que me deje encontrar aunque sea unos pocos de sus huesitos, para saber que ya está descansando junto a ella. No voy a parar hasta que encuentre algo de él. Nunca me voy a cansar de buscarlo.

Sandra Luz Román Jaimes

Hija: Ivette Melissa Flores Román

Desapareció: 19 de octubre de 2012

Edad al momento de su desaparición: 19 años

Lugar: Iguala, Guerrero

Recuerdo muy bien el día que me la arrebataron: fueron policías vestidos de negro y con el rostro cubierto. Balearon la puerta de mi casa y se la llevaron a la fuerza. Meses antes, su suegro me dijo que la iban a matar. Él era un comandante regional de la policía municipal.

Melissa estudiaba la preparatoria y también ayudaba a un abogado a redactar las denuncias, a checar los expedientes. Antes había estudiado diseño de uñas acrílicas, iba con sus amigas a ponerle uñas, vendía ropa, zapatos. Tenía una bebé de un año y por eso trabajaba, para mantenerla. Todo lo hacía por ella. 

Cuando me la quitaron, la bebé se quedó en casa de su papá. En el mismo día me quedé sin mi hija y sin mi nieta. Cuando me las quitaron sentí que me habían quitado los dos brazos, me sentí mutilada. Solo espero que mi nieta –ahora de 11 años– pueda algún día abrazar a su mamá y si no lo hace, al menos que sepa que su madre la amó y que todo lo que trabajaba era para dárselo a ella.

El 2 de agosto de 2017 –cinco años después de la desaparición de Melissa– me detectaron cáncer de mama. El doctor dice que mi enfermedad fue producto de mi ansiedad, yo engordé porque a pesar de que se me quitaba el hambre, no podía dejar de comer. Engordé y eso derivó en masa que se fue a mi mama y me ocasionó el cáncer. En mi familia nunca había habido alguien con cáncer, me tocó a mí. 

Me sometí a 17 quimioterapias. Eso afectó mis articulaciones, porque fue demasiado tratamiento, actualmente sigo tomando pastillas. Me falta un año para que me retiren el medicamento. Tengo un catéter puesto en el pecho de lado derecho. Por todo el proceso de mi enfermedad, se han ido debilitando mis piernas, siento que si camino mucho, me puedo caer.

Me lastimo los dedos y las manos inconscientemente por ansiedad, por la desesperación. Yo quisiera saber por qué me pasa todo esto, yo quiero que ellos (las autoridades) me lo traduzcan, ¿cómo se nombran estas enfermedades?

Maribel Enciso Olguín

Hija: María José Monroy Enciso

Desapareció: 21 de septiembre de 2010

Edad al momento de su desaparición: 11 meses

Lugar: Tecamac, Estado de México

Mi hija tenía 11 meses de edad cuando un sujeto llamado Geyser Crespo entró a la óptica donde trabajaba, me hirió con una navaja directo en el cuello. Me dio por muerta y me dejó tirada, inconsciente en medio de un charco de sangre y huyó con mi bebé. Pero sobreviví y desde entonces no he parado de buscarla.

Geyser dijo primero que le había dado a mi María José a una señora, luego que no, que la mató y echó su cuerpo a un canal, aunque nunca lo encontraron. Por eso creemos que mi niña fue víctima de adopción ilegal. Pienso que ella no está en México, creo que ya la sacaron del país y por eso tengo la esperanza de que un día ella crezca y nos busque. 

¿Tener otro bebé? No, no podría. Estoy enfocada en María José y siento que no podría tener la atención que necesitaría, porque hasta que no se resuelva lo de mi hija no estoy completa. Han pasado 10 años, durante este tiempo hemos tenido seis fiscales y recorrido muchos ministerios públicos, sin que encuentren a mi hija, porque no están comprometidos con su búsqueda ni con la de ningún desaparecido. 

Su papá y yo nos hemos ido acabando con los días de incertidumbre y angustia, de buscar, de tocar puertas. Ya no se vive igual, sólo tratamos de sobrevivir. El amor a nuestra hija es el que nos ha mantenido de pie. A mi esposo le dio diabetes y a mí colitis nerviosa. 

Al principio salíamos a las calles a pegar volantes, pero nos dimos cuenta que las redes sociales eran muy importantes, porque podíamos llegar a cualquier parte del mundo. Hasta ahora tenemos más de 660,000 seguidores y no paramos de postear su foto todos los días.

Me han hecho muchos retratos digitales para ver cómo podría ser María José actualmente. Ella tiene las facciones de su abuela paterna: el cabello castaño, una nariz pequeña y las cejas abultadas. Desafortunadamente en México no hay expertos que hagan un perfil de ella con exactitud y yo busco opciones para ver cómo recreo el rostro de mi hija. Hoy ya tiene 11 años mi pequeña.

Tuve que tomar fuerzas porque me di cuenta que no me iba servir de nada quedarme con mi tristeza y mi dolor. Decidí echarle ganas y hacer a un lado mi dolor, aunque sé que nunca se me va a quitar. Tengo que continuar mi vida aprendiendo a vivir con la ausencia, pero sin resignarme a no volverla a ver. 

Sueño a María José constantemente. Mis sueños son tan reales, que la siento muy cerquita de mí. Sueño que la abrazo, que platico con ella. Yo sé que la voy a encontrar.

Uno, dos, tres, 12 años… el tiempo que pasa no importa cuando estas mamás pierden a sus hijos. Viven las desapariciones como si hubieran sido ayer y cada día se levantan con la esperanza de encontrar alguna pista, una huella que les devuelva el alma al cuerpo.

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