Las 10 cosas que he aprendido de los duelos

Compartir:

- Advertisement -

Puedes escuchar este texto narrado por L’amargeitor dándole click aquí:

Este mes se cumple un año desde que me separé. Y dos años de que se murió mi papá.

Esta es una columna para celebrar que no me morí. Y contarles algunas de las cosas que aprendí.

1. No te mueres de nada, hasta que te mueres. ¿Ya se dieron cuenta? Puede pasar literalmente t.o.d.o en tu vida, y no pasa nada. La vida sigue. Estamos hechos para sobrevivir y ser resilientes (unos más que otros sin duda) y muy a nuestro pesar, porque no manchen cuántas veces sí me quise morir.

2. Los duelos son una putada. Las miles de horas de este año que lloré me dejaron aprender a distinguir todos los diferentes tipos de llanto que puede haber (porque no es lo mismo que te salga una lagrimita por algo que te acordaste, a la chillada que te dobla las rodillas, sientas como se te parten las entrañas y literalmente te duela el corazón). En los primeros meses de este año, en donde llorar era la actividad principal de mis días, recuerdo que una persona muy cercana me dijo: “es que neta ya tienes que hacer un esfuerzo por dejar de llorar porque pobres de tus hijos, tienes que echarle ganas” me dijo desde la comodísima situación de su mundito “feliz” sin pérdidas aparentes (he querido mandarle algún libro de positividad tóxica pero he estado bastante ocupada en otras cosas). La gente no tiene idea de qué es un duelo mientras no lo vive, sin duda, pero la gente también a veces es muy pendeja. El duelo es un proceso físico. No estás enfermo. Estás doliente. Déjate en paz  y permite que suceda. No es cuestión de ganas. Es cuestión de tiempo. Manda ALV a cualquier persona que pretenda acelerar tus tiempos y decirte que es cuestión de ganas.

3. Y otra amiga que me acompañó por horas, literalmente, en una llamada de larga distancia mientras yo lloraba. No me dijo nada. Solo me acompañó a llorar. A veces no tienes que decir nada. Y no hay nada que puedas decir. Solo tienes que estar. O llorar. Me acuerdo de que, en algún momento pude hablar y le pregunté: ¿qué voy a hacer?, no me dio consuelos idiotas, me dijo clara y sabiamente: “te vas a chutar este duelo de mierda, y después, vas a salir adelante” o lo que es lo mismo y como decía Sir Winston Churchill: la única manera de salir del infierno, es atravesándolo.

4. Se puede salir de todo. Pero, hay que querer salir. Haz la chamba. Sí, sí van a haber días que no te puedas mover, pero van a haber otros en donde te tienes que empujar y hacer lo que siempre haces, en la medida que lo puedas hacer. Hay que regresar al ejercicio. Al trabajo. A encargarte de tus hijos. A contestar los mensajes de tus amigos que están preocupados por ti y acompañándote en el camino. A la vida. Hay que cambiar de aires de vez en cuando y encontrar lugares y personas para vaciar un poco de nuestros pesares… hay que ir a terapia nunca, nunquísima me cansaré de decirlo.

5. Tus hijos necesitan verte mal. Y si bien es cierto que uno es el adulto responsable a cargo de ellos, verte llorar les hace entender que a veces, la vida, duele y eso es importante saberlo. Casi igual de importante a que aprendan que pase lo que pase, se puede salir adelante. Hacer como que no pasa nada y fingir el día completo que estás “perfecto” es faltarles al respeto, en primera porque no son idiotas, en segunda porque les estás impidiendo aprender a procesar un duelo. Evidentemente las edades de los hijos importan y dependiendo de ellas podrás mostrarte más o menos vulnerable y desde luego sí, sí vas a tener que echarle muchas ganas. Una cosa es que te vean triste, otra que te los agarres de terapeutas y les vacíes todas tus intensidades. Son tus hijos. Siempre.

6. Va a estar muy muy muy muuuuy mal. Antes de que empiece a estar bien. Pero te prometo que, si haces lo que tienes que hacer, vas a estar bien, incluso cuando a veces vuelvas a estar mal. Los picos se hacen menos pronunciados, sales más rápido, la ves venir, y te agarras de lo que te ha salvado antes: los amigos, la familia, la chamba, y también a veces te das permiso de hacerte bolita un rato.

7. No se quita. El dolor de la pérdida no se va. Se adapta. Se asume. Se integra. Pero no, no se quita. No ha pasado un solo día sin que extrañe a mi papá ni me duela el corazón por mis hijos.

8. Al principio de los duelos hay siempre mucha gente revoloteando… después se van y siguen con su vida. Hay muy, muy poca gente que se queda “de planta” a acompañar un duelo. Si eres de los que están haciendo lo que hay que hacer, va a llegar un momento en donde la gente piense que ya estás “bien”. Especialmente la gente no familiarizada con pérdidas y duelos (no son malas personas, simplemente no han entendido nada, suertudos, no tienen referencia). Con la única persona que cuentas siempre, es contigo. Solo tú vas a saber el trabajo que cuesta enfrentarte a la ausencia, los reajustes, las primeras veces de cada vez y los fines de semana. Asegúrate que, en el futuro, cuando te enteres de que alguien pasa por donde pasaste tú, lo pase acompañado…

9. Sobrevivir es evolucionar.

Evolucionar es avanzar.

Avanzar es la prueba de que te estás recuperando. Just.Keep.Walking…

10. Es cierto: todo, absolutamente toooodo lo que no te mata, te hace más fuerte porque precisamente te das cuenta de que no, uno no se muere, hasta que se muere, por más ganas que tengas a veces. Date un poco de crédito. Mira hacia atrás y fíjate lo mucho o poco que has avanzado. Progreso es progreso.

La moraleja es que el tiempo no cura una mierda, nos curamos nosotros… no es romántico, pero es lo que hay y me parecía importante que lo supieran.

Te extraño Pa.

Tanto. Qué falta me hiciste este año. Que falta me harás el siguiente. Y todos los demás.

Otro texto de la autora: El papá del whatsapp

SUSCRÍBETE A NUESTRO NEWSLETTER

Recibe las noticias más relevantes de México cada mañana, inicia tu día informado.