BAJARLE UNAS RAYITAS

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Puedes escuchar este texto narrado por L’amargeitor dándole click aquí:

El año pasado hicimos un acuerdo familiar entre primos y tíos de un lado de mi familia, de reunirnos una vez al mes en casa de alguien (porque eso de verse solo en Navidad es realmente una pendejada cuando tienes la suerte de que tus parientes te caigan bien).

El acuerdo se cumplió, si bien no cada mes porque pues luego la vida se atraviesa, sí la mayoría. Hace unas semanas me tocaba a mí esa comida en mi casa y pues… se me atravesó la vida.

¿Y a nosotros eso qué chingados nos importa? -dirán ustedes. Y, efectivamente, la primera respuesta sería que no, no les importa. La cosa es que creo que, a ustedes, igual que a mí, les puede servir esta pequeña reflexión, así que con su permiso, ahí les voy…

Miren, yo soy una persona que no organiza cosas constantemente, ni invito diario gente a mi casa, pero cuando lo hago, lo hago bien y me encanta dedicarle el tiempo necesario a lo de cocinar, poner una mesa padre, hacer arreglos de flores y pues esas cosas que de alguna manera extraña son una especie de meditación en movimiento que disfruto enormemente (chance más que el evento en sí, muchas veces, 🙊), me defino como una buena anfitriona y me gusta que la gente que viene a mi casa se sienta bien recibida.

Resultase ser que me llegó el día de la reunión familiar, justo la semana que me quedé sin ayuda en casa, en medio de retomar el año y la chamba y estando desbordada de cosas así que pensé: esto no va a poder ser, así que intenté cambiar la sede, pero la misión fracasó y cuando ya estaba a punto de cancelar y decir que: decía que la señora que siempre no, decidí decir que sí y optar por el viejo y infalible sistema de “cada quién trae algo y hacemos tortas”.

Hasta ahí todo muy bien. Hasta que llegó el dichoso sábado y entonces, la vida en su avalancha me atropelló.

Me pasó todo ese sábado, y cuando digo todo, fue todo: llevar y traer hijos a actividades, ir a una cita de trabajo, al taller por mi coche al que el día anterior se le había muerto la batería, y varias otras cosas que no podían esperar siendo que el lunes era feriado y el martes me iba de viaje toda la semana… para no hacerles el cuento largo, estaba yo en la agencia recogiendo mi unidad según yo súper a tiempo para regresar y bañarme y encargarme de la comida, cuando me entra un mensaje de los parientes para avisar que ya estaban afuera de mi casa. Todos. ¿Juaaat?… Yo, en leggins y en mi jugo, me fijé por primera vez en la hora y me di cuenta, con horror, de que era justo la hora que, en un mundo perfecto, los había citado para llegar.

Milagrosamente estaba la de 19 que se encargó de abrir y recibir. Y para cuando yo llegué, ya todos tenían algo de tomar y muchas botanas que compartir (las ventajas de que ellos llevaran los víveres) pero no había medio plato, mesa, o cualquier tipo de organización echada a andar… mi anfitriona profesional interior estaba, oficialmente, reprobada.

No voy a mentir. De camino a mi casa me dio la angustia absoluta y el: “ay, que barbaridad” propio de una señora de mi edad. Pero cuando entré y los vi a todos ahí, simplemente contentos de poder estar todos reunidos en un mismo lugar, cero preocupados de que no hubiera toda una producción montada y preguntando que cómo me podían ayudar, me di chance de recordarme que, a veces, uno también se puede dar permiso de relajarse un chingo y fluir con lo que hay.

Así que, en mis leggins, y en mi jugo, porque no, no me bañé, ni me fui a cambiar, acepté la ayuda de todos mis primos y tíos y nos dispusimos entre todos a sacar platos, sillas, viandas y, simplemente, disfrutar. Puedo confirmar que la pasamos igual de bien, y tal vez mejor, que cuando todo está listo para que la gente solo llegue y se siente, porque eso de hacer equipo y sentir que hay una misión en conjunto, siempre hace que todo el mundo se ponga en otro mood y porque al final, de lo que se trata, precisamente, es de convivir… y estar.

No voy a dejar de poner mesas bonitas o tomarme el tiempo de cocinar o hacer arreglos de flores porque hacer todo eso, me gusta de verdad y me hace sentir feliz, a mí. Pero, tampoco voy a dejar que por no tener tiempo de hacer todo eso, se me vaya la oportunidad de estar con quién tengo ganas de estar, o la vida esperando a que llegue el día ideal.

Me pareció relevante compartirlo con ustedes porque creo que, muchas veces, nos ponemos el estándar de calidad tan alto que, si pensamos que no lo vamos a alcanzar, preferimos dejar de accionar cualquier cosa. Porque estamos tan “ocupados” que dejamos de hacer las cosas que verdaderamente importan, como pausar, y conectar. 

Porque la chinga cotidiana es engañosa y nos hace creer que no tenemos tiempo, olvidando que el tiempo lo hacemos nosotros para lo que realmente nos importa y que sí, efectivamente, tal vez no tengas tiempo de montar una producción como las que te gustan cada vez, pero hay mil otras maneras de hacer que las cosas sucedan y pasarla igual de bien.

Bajémosle unas rayitas a nuestro organizador de eventos profesional y démonos permiso de recibir sin tanto show, ni meseros, ni vajillas elegantes, ni tener que sacar la cristalería, ni  tanto tiempo de anticipación, ni menús de 10 platillos o desgaste personal y enfoquémonos solo en aprender a fluir tantito más y simplemente, gozar.

No dejemos que la vida se nos pase sin hacer lo que queremos hacer, por esperar que llegue el día ideal.

No hay que olvidar que, al final, la familia es ese lugar en donde puedes llegar tarde,  a tu propia casa, sin bañar, a poner a todo el mundo a chambear, porque lo único que realmente importa es que no los veas solo en Navidad.

Como dice mi amiga Marina: done is better than perfect, o lo que es lo mismo: siempre es mejor hacer algo, que dejarlo de hacer por esperar a que sea perfecto. Así que, eso. Hagan.

#lamargeitorrecomienda

PD.

Una mención especial a Diega, mi co-organizador de este proyecto mensual, que se encarga siempre de que las cosas sucedan, no acepta un no por respuesta y recorre carreteras con tal de que sea una realidad. Ilobllu Diega.

Otra publicación de la autora: No queremos niñas bonitas

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