Carta a mi yo adolescente

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Hermosa Moni,

Veo una de tus fotos de adolescente. Te la tomaron en un estudio para un casting que ya olvidaste. Traes puesta una chamarra azul eléctrico, elegida por mamá en contra de tu voluntad. Aun así, en la foto sonríes como sonríe la mayoría de las personas a los trece años: con la mirada llena de la expectativa de una vida extraordinaria, con la promesa de felicidad, alegría y posibilidades infinitas. En esa foto aún no descubrías tu pasión por las letras, ni en forma de libros ni en forma de escritura, aunque te faltaba poco para encontrar tu vocación. 

Hoy que tienes 43 años agradezco tu intención de ir a aquel casting: en esta foto veo que, treinta años después, tu sonrisa se mantiene intacta, aunque tu mirada haya transmutado de la inocencia al fuego.

Quiero decirte que lo lograste: vives tu propio sueño. Un año después de la imagen que me sonríe desde el papel te enamoraste de la ficción; dos años más tarde, a los 15, decidiste que le dedicarías tu vida justo a las ficciones y hoy, a los 43, te dedicas a tu sueño adolescente. 

Recuerdo bien una de tus frases favoritas de juventud, no sé de dónde la sacaste: “no hay que luchar por sueños, hay que luchar por realidades”. Esa fue tu estrategia: creaste un objetivo, con tu nombre, hacia el horizonte, y empezaste a caminar hacia él, paso a paso, día a día, duda a duda, impulso de abandono a impulso de abandono, frustración a frustración, error a error, acierto a acierto. Superaste la seducción por dedicarte a otra cosa, superaste el síndrome de la impostora, superaste los corazones rotos, superaste los portazos en las narices, superaste las críticas y los intentos de sabotaje, incluso de los que tenían como remitente a las personas que más amabas.

Quiero decirte, Moni, que la vida se nos puso buenísima, divertida, luminosa, erótica. Quiero decirte que, a pesar de haber callado tantas veces, a pesar de haber dudado tantas veces, a pesar de haber dependido tanto de las opiniones ajenas, los años te enseñaron a no bajar la voz por creer que no tenías nada que decir, te enseñaron a no desperdiciar tu tiempo ni tu energía en buscar la atención de un hombre, te enseñaron que esas heroínas de novela que tanto admirabas en realidad eran mujeres con serios trastornos de personalidad o resignadas a sufrir en un mundo que aborrece la libertad y la creatividad femenina y nos da a las mujeres tanto trabajo persiguiendo y cuidando a nuestras parejas, que cuando llega la hora de hacer, de ejecutar los proyectos, el cansancio es tal que preferimos dejarlo para después (perdón, autores y autoras de Demasiado Amor, Mujercitas, El Árabe, Viento del este viento del oeste, El amor en los tiempos del cólera, La hija de la fortuna, El amante, pero sus enseñanzas adolescentes dejan mucho que desear).

Moni, tú que callaste en múltiples ocasiones por el tartamudeo, por la inseguridad, porque alguien, tampoco recuerdo quién, te hizo sentir inadecuada para el mundo, creciste cultivando cuidadosamente tus convicciones, tus ideas, y te convertiste en alguien que posee una voz fuerte, polémica, incómoda y también sanadora, sobre todo para ti.

Moni, tú que viviste durante tantos años sintiéndote gris, invisible, olvidable, te convertiste en alguien que hace voltear las miradas, que hace abrir ojos como platos, oídos como si susurraras secretos, mentes como si el sexo fuera ajeno.

Moni, hoy quiero decirte que, para mí, tu nombre es sinónimo de orgullo, de letras que han trascendido el papel y la tinta para escribir historias épicas, esas historias que hoy llevo yo grabadas en cada una de las partículas de mi memoria y mi piel.

Más de la autora: Harta de hablar de amor

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