Claudia Sheinbaum y el síndrome de Geppetto

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En política no hay títeres

Javier Garciadiego

Desde que se hizo claro (para todos excepto para Marcelo Ebrard) que Claudia Sheinbaum sería la favorecida por López Obrador para obtener la candidatura de Morena a la presidencia, un tema permanente en el debate público es que nuestro actual presidente había seleccionado a una marioneta. Se afirma que Sheinbaum será un instrumento dócil de López Obrador, y gobernará de acuerdo a los deseos e instrucciones de su mentor. La figura que se menciona como analogía de lo que viene es la del Maximato. 

Plutarco Elías Calles no es el único personaje que se las ingenia para ejercer el poder más allá de lo que las reglas formales establecen, controlando a quienes detentan la autoridad de acuerdo con dichas reglas. Porfirio Díaz dejó el poder en 1880, pero necesitaba a alguien que no tuviera reparos en devolvérselo en 1884. Ese alguien fue su compadre, compañero de armas y títere, Manuel González. Un papel muy similar jugó Dmitri Medvédev, presidente de Rusia entre 2008 y 2012, mientras que Vladímir Putin ocupaba el puesto de primer Ministro.

Héctor Cámpora ocupa un lugar especial en esta historia, quien en 1973 compitió por (y obtuvo) la presidencia de Argentina con el objetivo de entregársela después a Juan Domingo Perón. El eslogan de campaña de este Juanito conosureño, “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, podría ser la etiqueta de todas las marionetas políticas orgullosas de su papel –o al menos resignadas.

Es cierto que Sheinbaum no se ayuda mucho para negar el cargo. No sólo se la vive reiterando su admiración por López Obrador y la estupenda opinión que le merece su gobierno, sino que copia del presidente los modos, las expresiones, la forma de contestar a la prensa y, alguna vez, el acento tabasqueño. Hasta Cámpora podría decirle que tampoco se trata de humillarse.

Ignoro si López Obrador se plantea abiertamente que Sheinbaum sea su instrumento, pero posiblemente su lealtad, su perfil ideológico y todos los años de tutelaje le hayan indicado que su gobierno no sería muy distinto a lo que ha sido hasta ahora la Cuarta Transformación. Es probable que espere que Sheinbaum gobierne como si él mismo estuviera tomando las decisiones, que en los hechos es la ilusión  de todo político aspirante titiritero.

Tal vez le resulte, o tal vez le vaya como al pobre Geppetto. Especialmente en la versión de Guillermo del Toro (2022), el carpintero tiene la expectativa de que su marioneta, Pinocho, llene sus necesidades emocionales o al menos se comporte como se le indique. Pero Pinocho, a pesar de sus mejores intenciones, no puede evitar seguir su propio criterio y sus propias inclinaciones, y es el pobre Geppetto quien termina viéndose llevado por el torbellino desatado por su creación.

Me parece que en política los titiriteros exitosos son la excepción y los Geppettos son la norma. Rafael Correa, de Ecuador, terminó exiliándose ante la mala leche mostrada por Lenin Moreno desde el momento en que asumió la presidencia. En estos momentos, Bolivia vive una crisis política porque el presidente Luis Arce pretende presentarse a la reelección en vez de cederle el puesto a Evo Morales como una buena marioneta. En Colombia, Álvaro Uribe impulsó la candidatura de Juan Manuel Santos esperando un gobierno de continuidad. Santos se reveló como un presidente inspirado haciendo exactamente lo opuesto a lo que habría hecho Uribe. En Argentina, el desastre del gobierno de Alberto Fernández en parte se debió a que no se enteró que estaba ahí para hacer la voluntad de su vicepresidenta, Cristina Fernández.

Pero en México tenemos también a nuestros Geppettos. En el pasado reciente, Ernesto Zedillo se pasó la campaña bajo la sospecha de ser la herramienta de los planes transexenales de Salinas, lo que se cumplió sólo en la medida en que Salinas haya planeado el arresto de su hermano, el autoexilio y el desprecio público. Pero antes aún, recordemos que el Maximato no concluyó porque Calles se hubiera cansado de controlar los hilos. Lázaro Cárdenas era protegido de Calles y este promovió su candidatura. Cárdenas tenía más callistas en su gabinete que medallas de servicio. Tan seguro estaba Calles de su posición que, se cuenta, en una ocasión en que el presidente lo visitó en su hogar lo hizo esperar casi dos horas mientras terminaba su partido de dominó. Me imagino que Cárdenas se distrajo pensando en las que le haría pasar al majadero.

Sheinbaum sabe que el del carisma y el de la popularidad es López Obrador. No tiene ninguna razón para deslindarse del gobierno o anunciar giros o enemistarse anticipadamente con el presidente, de afamada mecha corta. Su trabajo es no cometer un error grave de esos que pierden elecciones, tipo “cállate chachalaca”. Y va bien. 

La emulación entonces, hace sentido estratégico y no necesariamente autoriza a concluir subordinación. Una vez en la presidencia, nos enteraremos del tipo de gobernante que Sheinbaum es realmente. Finalmente, para ese momento, López Obrador será sólo un ex presidente. La presidencia tiene un enorme poder y dispone de cuantiosos recursos, suficientes para imponerse si Sheinbaum decidiera, como Pinocho, seguir su propio criterio y sus propias inclinaciones.

Otra colaboración del autor: Educación: dos, tres… muchos Vietnam

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