La mal llamada Cuarta Transformación y el parto de los montes

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Al arribar a la presidencia de la República en 2018, Andrés Manuel López Obrador sostuvo que no se trataba de un simple cambio de gobierno, sino que estábamos en presencia de un cambio de régimen

Queda en el misterio qué entiende nuestro actual presidente por “régimen”, pero sea lo que signifique bautizó a este proceso como “la Cuarta Transformación de la Vida Pública de México” al sostener que era un cambio de dimensiones y profundidad semejantes, nada más y nada menos, a la Independencia, la Reforma y la Revolución mexicana. Así, de ese tamaño.

Por supuesto, esta afirmación fue criticada debido a que no se puede saber a priori qué tan profundo logrará ser un proceso animado por intenciones de transformación política, económica y social de un país

Ciertamente, pueden existir intenciones de llevar a cabo grandes cambios estructurales como los que aportaron los independentistas de inicios del siglo XIX, los liberales de mediados del mismo siglo o los revolucionarios que actuaron durante la segunda década del siglo XX, pero de las intenciones a los resultados hay un gran trecho. 

La profundidad de los procesos de transformación sólo puede juzgarse a posteriori, una vez que se tienen los resultados.

La grandilocuencia ha caracterizado al gobierno de López Obrador y a éste le ha servido para pensarse al lado de grandes próceres nacionales como Hidalgo, Morelos, Juárez, Madero y Cárdenas. 

López Obrador ha dicho que quiere “pasar a la historia” como uno de los mejores presidentes de México. Pero, además, concebirse como el líder de una supuesta “Cuarta Transformación” le ha llevado a actuar como si tuviera no sólo una legitimidad democrática electoral de origen, para gobernar institucionalmente durante un sexenio, sino que se pretende poseedor de una legitimidad mucho mayor, casi como si hubiera llegado al poder como resultado de una gran revolución, lo que le permitiría tomar decisiones sin respetar los contrapesos y el Estado de Derecho.

Junto a la grandilocuencia y el protagonismo personalista, el voluntarismo es otra de las características del gobierno obradorista, sintetizado en la frase “me canso ganso”, como si una firme decisión anunciada a los cuatro vientos por quien ocupa la presidencia bastara para derrotar la resistencia de las estructuras económicas, políticas, sociales y culturales.

Al sobredimensionar los elementos volitivos en los procesos de transformación, López Obrador incurre en graves errores de apreciación sobre la viabilidad de los cambios deseados, pues a la postre los resultados inesperados o de plano los fracasos no se corresponden con las promesas y las expectativas generadas. 

Evidentemente, lo realizado por el actual gobierno está muy lejos ya no digamos de una “cuarta transformación”, sino de un gobierno apenas mediocre, y por ello el presidente insiste todos los días en presentar mediáticamente un país que sólo existe en su imaginación y en la fe ciega de sus incondicionales, como lo acaba de hacer con su “informe sobre los primeros cien días de su tercer año de gobierno”. 

Su insistencia en repetir que “no somos iguales” a los gobiernos anteriores, es en parte una confesión casi desesperada por convencernos de algo que no va más allá de su incontinencia verbal y su protagonismo mediático.

Un buen ejemplo de lo anterior es el manejo de la pandemia. Inicialmente se subestimó el impacto que ésta podría tener, después se dijo que ya habíamos aplanado la curva y domado la pandemia, más adelante se pretendió ver la luz al final del túnel y, finalmente, se nos engañó diciendo que teníamos garantizado el acceso pronto y expedito a millones y millones de vacunas. 

El hecho es que las vacunas están llegando a cuentagotas; la vacunación avanza a ritmo lento; los fallecimientos se siguen acumulando a pesar del escandaloso subregistro en el número de muertes, y estamos por entrar a una nueva ola pandémica al parecer más agresiva que las anteriores.   

Nos acercamos a la mitad del sexenio y por ningún lado se aprecian transformaciones profundas que nos hagan pensar que México está inmerso en un proceso semejante a la Independencia, la Reforma o la Revolución

En muchos aspectos nuestro país ha retrocedido, se cuenta en millones el número de nuevos pobres, el decrecimiento económico ha avanzado de manera preocupante y la quiebra de empresas y el desempleo golpean a los ya de por sí raquíticos niveles de bienestar de muchos mexicanos.

A pesar de ello, el gobierno no ha destinado recursos extraordinarios a programas de apoyo a quienes más han padecido con la crisis económica, pues ha privilegiado el financiamiento de sus costosas y cuestionables obras faraónicas como el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas o el aeropuerto de Santa Lucía. 

En materia de corrupción, bandera de la “cuarta transformación”, los resultados tampoco son alentadores debido a la falta de transparencia, las múltiples reservas de información, el elevado número de contratos por asignación directa y los escándalos de corrupción de los que este gobierno ya acumula un conjunto nada despreciable.   

Por si fuera poco, la militarización, la concentración de poder, la subordinación de otros poderes al ejecutivo, el hostigamiento a los órganos autónomos y la diaria intromisión del Presidente en el proceso electoral son señales ominosas que atentan contra nuestra imberbe democracia. Cuando la retórica no es suficiente, queda el recurso del autoritarismo.

El gobierno de López Obrador, considerado como “cuarta transformación de la vida pública de México” semejante a la Independencia, la Reforma y la Revolución es un fracaso, no es otra cosa que un parto de los montes.     

Otra colaboración del autor: Los falsos eternos.

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