Permiso de soltar

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Si quieres escuchar esta columna narrada por L’amargeitor, ponle play aquí:

Ser mamá es sin duda el trabajo más chingón del universo y el que más responsabilidad implica si consideramos que en nuestras manos está, literalmente, el futuro del mundo.

Ser mamá es también el trabajo más demandante. El más culero. El más disparejo. El más aterrorizante. El peor pagado (en cuestión de dinero). Y el más duro.

En resumen, ser mamá es agotador.

Lo que implica tener un hijo en cuestión de energía física y mental desde el momento que nos enteramos que estamos embarazadas es imposible de comparar con ningún otro trabajo del mundo, por más cabrón que este sea. Nada, nunca, se ha comparado con ser mamá en ningún momento de la historia pero mucho menos ahora que no solo tenemos que ser mamás estándar, sino que ¡además! hay que ser “la mejor mamá” ¿y saben qué? … que yo ya me cansé.

Aclaro: no me he cansado de ser mamá, ni me cansaré nunca de maravillarme de estas dos personas increíbles (que están de mi tamaño), de que se hayan formado en mis entrañas y hayan salido por donde salieron.

De lo que sí me he cansado es de este tren en el que estamos todas trepadas (unas más que otras) en donde vamos por la vida glorificándonos o pretendiendo ser una de esas: “las mejores mamás”.

Y es que si a mí me valen madres la gran parte de los estatutos del tren del mame de la mamá perfecta y estoy agotada ¡no me puedo imaginar cómo se sentirán ustedes! las que siguen pretendiendo palomear y copiarle todo a todas sus amigas: las fiestas de 80 personas desde el año de la criatura (que ni ustedes ni la criatura disfrutan pero se ve padrísima en el insta), los viajes con agendas jetseteras extenuantes, lo del cuerpo “espectacular” (que solo se logra haciendo 2 horas de tortura cotidiana, comiendo pasto licuado y estando de pésimo humor del hambre que tienen), la ajetreada vida social solas y con sus parejas y en donde para cada cumpleaños hay que hacer un promedio de 12 festejos (siempre me pregunto: ¿cómo les alcanzan el tiempo y el dinero?),  el exhaustivo trabajo de community management que se avientan diario para postear todo (para asegurarse que todas las demás nos enteremos de su nivel de “chingonería”) y, además, lo de estar permanentemente hiper vigilando, supervisando, produciendo, organizando (controlando) cada milímetro de la vida de nuestros hijos (y, a veces,  también de nuestras parejas) porque seguimos convencidas de que sin nosotros no pueden hacer nada y que nuestra chamba es, precisamente, ser su helicóptero permanente para asegurarnos de que todo salga bien (o como nosotros queremos que salga) en serio…¿cómo le hacen oigaaaan?

A ver, evidentemente que cada quién haga lo que se le pegue la pinche gana.

Sí, ¿pero a qué precio?

La respuesta es muy sencilla: al nuestro. El mío. Y el tuyo.

Porque uno puede, efectivamente, hacer lo que se le pegue su pinche gana, sí, pero la cosa es que todas estas (malas) decisiones pasan una factura: nuestra salud física, mental y emocional. Y entonces acabamos haciendo todo eso (porque lo de soltar todavía nos está costando un chingo de trabajo poner en práctica) pero nos vamos chingando tamagochis (es decir cagándola) el camino.

Lo de “menos” es vivir en un estado permanente de histeria y que nuestros pobres significant others reciban lo peor de nosotros, ese es un costo que ya ni siquiera notamos y pensamos que es lo normal y que hemos dejado de revisar (les recuerdo: no, no es normal; sí, sí revísenlo). Lo de más es que en el camino nos vamos a tronar los neurotransmisores y muy probablemente el hígado y otros órganos (esos, tan indispensables en nuestra vida). Pero, lo verdaderamente grave es que pretendiendo ser “la mejor mamá” estamos perdiéndonos, voluntariamente y bajo la bandera y los estándares de “calidad” de alguien más, de la extraordinaria oportunidad de gozar a nuestros hijos.

Estamos eligiendo hacer las cosas “urgentes” olvidándonos de las verdaderamente importantes.

Déjenme recordarles esto mientras me lo recuerdo, yo también, a mí misma: nuestros hijos no necesitan tanta producción de nada, las cacerolas sucias pueden esperar un rato, no es necesario estar en todas las reuniones, definitivamente a nadie le importa estar viendo todas nuestras fotos y, sin lugar a dudas, perder la vida scrolleando en Instagram viendo la vida (falsa) de los demás (o las noticias o los mails de chamba o contestando cada mensaje que nos llega  a cualquier hora del día y de la noche sin ningún tipo de límite) no es, ni por un minuto, indispensable (ni mucho menos saludable para nuestros cuerpos ni nuestras relaciones).

Si lo que queremos es ser, en serio, una mejor mamá (para empezar, dejemos por favor de pretender ser LA mejor mamá, no mamen, bájenle 100 rayas a su ego) entonces lo que tenemos que hacer es muy sencillo:

1.Dejar de pretender nada. Somos lo que somos y hay lo que hay.

¿A quién queremos engañar? Dejémosle de andar haciendo a la mamada por favor.

2. La única cosa que nuestros hijos necesitan r-e-a-l-m-e-n-t-e de nosotras es: CASO. Tiempo. Estar. Jugar. Hablar. Vincularnos. Hacer cosas con ellos con los ojos y las orejas abiertas y apuntando a ellos, no a nuestro pinche celular. A cualquier edad, los hijos necesitan atención y lo demás da exactamente igual. Así que cuando tengas el dilema de si seguir limpiando esquizofrenicamente la cocina o irte a tirar al piso a jugar o sentarse juntos cuando (ellos) hacen su tarea o acompañarlos a pasear a los perros, o ver la serie horrenda que están viendo, elige siempre a tus hijos. Lo demás, créanme, puede esperar.

3. Aprendamos a descansar. Pero descansar en serio, no a salir de la casa para ir a ver a tus amigas (que reconozco que sí, sí es una gran terapia, pero nos hemos olvidado la relevancia que tiene no estar ocupadas, con gente, en otro lado, haciendo algo).

Me refiero a decir: me voy a tomar una siesta 20 minutos. Me voy a tirar en el pasto a ver el cielo. Oír música. Meditar. Leer. Ver por la ventana. Lo que sea. Voy a no hacer absolutamente nada “productivo” a ratos, regularmente, porque me da la pinche gana. Y porque si no aprendemos a hacerlo, nos va a llevar el tren (el del mame, ese, en el que a fuerza se quieren subir).

Las mamás necesitamos aprender que descansar, no solo no está mal, sino que es la única manera que tendremos para realmente hacerlo mejor y sobrevivir a la friega inherente y descomunal que es tener hijos, llevar una casa, tratar de tener vida, una pareja y un proyecto profesional.

No se trata de hacer más y ser mejor. Se trata de hacer menos para hacerlo mejor.

Los que viven con nosotros y están acostumbrados a vernos siempre en modus “viviendo en chinga” se van a desprogramar un poco, pero les aseguro que al ser los primeros beneficiados empezaran a respetar esos pequeños espacios y (¡ojalá!) al hacerlo les enseñaremos a generar los suyos e integrar en su vida la imperiosa necesidad de aprender a pensar en uno antes que en nadie más y saber respirar profundo y en paz un ratito cada día como mecanismo indispensable para sobrevivir.

Dense permiso de soltar mamás. De decir un domingo: hoy cada quién prepara su comida. Hoy hazme tú las quesadillas. Hoy la cocina no va a estar inmaculada y sí, sí voy a dejar ahí esa corcholata porque hoy estoy cansada o, simplemente, no me da la gana.

Dense permiso de retar al establishment de las mamás perfectas. De disentir de lo que se espera de nosotras todo el tiempo. Dense chance de decir “hoy no despacho” o ahorita estoy ocupada haciendo nada.

Entre más hago esto, más me sorprendo de dos cosas: la primera: ¿qué creen? No pasa nada, el mundo funciona (casi) igual de bien si yo no lo estoy continuamente gerenciando (sí, sí hay que bajar el estándar de calidad tantito, pero lo importante, sucede).

La segunda, soy infinitamente mejor persona cuando me permito bajarme del mundo un rato y solo pensar en mí y echar, olímpicamente, la hueva.

Y la tercera, cuando yo suelto, alguien más agarra y entonces mi familia se vuelve un lugar mucho más democrático en donde todos nos damos cuenta que podemos hacer un poco de todo (aunque las mamás seremos siempre las que llevemos la mayor carga de la chinga que implica una casa, ni modo, esa es la chamba). Todos aprendemos a valorar el trabajo de los demás al ya haberlo hecho. Todos respetamos que todos necesitamos tiempos fuera y todos aprendemos a decir cuándo los necesitamos.

Las invito a que se regalen la oportunidad de dejar que la vida suceda de una manera menos exigente y que, como yo, se acuerden más seguido de pensar en ustedes antes que nadie más para ser, realmente, una mejor mamá.

#lamargeitorrecomienda

Feliz día de las madres mamás.

(Por cierto, no soporto ese festejo. Si quieren oír ese rant hagan click aquí).

Otro título de la autora: No es ella

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