El que paga, ¿manda?

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Puedes escuchar este texto narrado por L’amargeitor dándole click aquí:

El otro día, me encontré un post en Instagram que decía: “los niños que no se pueden entrenar, se convierten en adultos que no se pueden emplear. Deja que tus hijos se acostumbren a que alguien sea rudo con ellos”.

Lo que me sorprendió no fue la frase, sino los comentarios derivados de ella. Una marabunta de papás y mamás indignados, manifestándose en contra, a la defensa de sus pimpollos, con la bandera de que nadie tiene derecho a disciplinar a mi hijo y pues, con todo respeto… ese es justamente el meollo del problemón en el que estamos, cada vez, más metidos.

Este es un tema que toco en mis conferencias y que al terminar, siempre, se me acercan, no una, ¡varias! maestras, directoras, profesores a decirme: “qué bueno que hablaste de eso porque no sabes el conflicto que generan en nuestras instituciones los padres de familia”.

Esos, los que no entienden que los hijos necesitan de varias figuras de autoridad más allá de la nuestra (y eso si nosotros representamos una, porque en muchísimos casos ya ni eso, y eso, es gran parte del gran problema) para formarse, para estructurarse, para cuadrarse. Pero muy especialmente, para entrenarse para la vida.

Pertenecer a instituciones implica seguir las reglas. Hay jerarquías. Hay niveles. Hay cosas que se pueden hacer. Otras que no. Y hay, nos guste o no, consecuencias. Aprender a navegar las reglas y a respetar las estructuras juega, en la formación de los hijos, un papel determinante para su vida adulta, para el tipo de persona en el que se van a convertir y el papel que jugarán en la sociedad.

¿Cómo podemos esperar que nuestro país sea un mejor lugar si estamos formando futuros adultos berrinchudos, sobreprotegidos, intolerantes, e incapaces de pertenecer al sistema y respetar la autoridad?

Y cómo podemos pensar que nuestros hijos van a poderse adaptar a la vida si desde el día que nacen hacemos todo lo posible por adaptarla a ellos. Los salvamos de todo. Les hacemos todo. Les ahorramos. Les impedimos lidiar con las consecuencias de sus actos. Les robamos la capacidad de aprender a tolerar la frustración. Y les quitamos la posibilidad de aprender a ser resilientes. A jugar en equipo. A saber, que a veces se gana, pero muchas, muchísimas veces, se pierde.

Por supuesto que no se trata de tener entrenadores que abusen de su poder y los maltraten, les aplasten la autoestima o los violenten de ninguna manera, claro que no.  Se trata simplemente de que nuestros hijos sepan que ellos, los entrenadores, maestras, directoras, son LA autoridad en SU ecosistema. Que en esa estructura ellos son el jefe y lo que se dice es la ley y se cumple porque así es; igual que en casa somos los papás, y en casa de los abuelos son los abuelos, y en la de los amigos los papás de los amigos… necesitamos enseñarle a nuestros hijos a que en cada lugar hay diferentes reglas, diferentes líderes, diferentes sistemas y cuando estás ahí, si quieres estar ahí, tienes que respetar ese sistema.

No hay manera de que un sistema funcione si se vuelve opcional, de la misma manera que no hay manera de que nuestros hijos aprendan a respetar la autoridad si estamos permanentemente brincándonosla nosotros y permitiéndoles a ellos pasársela por el arco del triunfo.

¿Se vale romper los sistemas? ¿Hacer tus propias reglas? ¿Disrumpir? ¡Por supuesto! Pero no siempre. No cualquiera. Y no a cualquier edad.

Si de lo que estamos hablando es de formación de menores de edad, lo mejor que podemos hacer por ellos es enseñarles cuándo sí, cuándo no, y cuándo (perdón mi francés) te chingas m´hijo, porque así es la cosa.

Un país no puede tener reglas opcionales. Y por más disruptor que seas, si cometes un delito, es un delito. Hay que tener bien claro qué cosas merecen la pena desobedecer y cuales otras es indispensable cuadrarse para que el sistema funcione, porque la cosa, es que si el sistema deja de funcionar… nos afecta directamente a todos.

Pero más allá de todo, la razón más importante por la que nos urge entender la relevancia que tiene para nuestros hijos aprenderse estos caminos, es porque las figuras de autoridad y sistemas de su infancia, son la preparación para los de su vida adulta.

No le tengo que explicar a nadie cómo es eso de ser adulto, ni hablar de la vida laboral en donde hay jefes nefastos, compañeros oportunistas, traiciones, injusticias, horas extras, guerras de egos y un sin fin de circunstancias de las que quisiéramos que nos vinieran a salvar nuestros papás pero… pues eso no va a pasar (¡Esperoooo, porque al paso que van algunas mamis chance nos sorprenden!).

Si acostumbramos a nuestros hijos a no lidiar con estas cosas. Si les resolvemos todo. Si no saben seguir las reglas, asumir las consecuencias y ser parte, lo que vamos a tener, son personas completamente perdidas, sin herramientas para resolver e incapaces de pertenecer. O por el contrario, si les enseñamos que todo en esta vida se consigue con dinero, triquiñuelas o un par de amenazas y gritos, vamos a ser los orgullosos padres de todos esos Lords y Ladies que vemos en las redes diariamente… y pues… qué oso.

Nos urge recordar que, a veces, un entrenador que se la pone difícil hará que su camino sea más fácil, porque le habrá enseñado que sí puede dar más, hacerlo mejor, controlarse, esforzarse, perfeccionarse… lograr eso que quiere lograr. Que una maestra que reprueba a tu hijo porque no está listo para pasar de año está haciéndole el enorme favor de permitirle hacerlo mejor. Que la directora que no deja pasar después de las 7 a la escuela les está enseñando a ser puntuales. Que el uniforme tiene que ponerse completo o no es el uniforme. Que, si lo expulsaron del partido por no seguir las prácticas deportivas, probablemente aprenda a que tiene que comportarse como persona y ser un mejor compañero.

¿Hay personas más duras que otras? Sin duda. Igual que en la vida. Y nuestra chamba, queridos papás, es prepararlos para ella. No vivirla por ellos, ni mucho menos resolvérselas continuamente.

Las instituciones que elegimos para acompañarnos y ayudarnos en la formación de nuestros hijos  (escuelas, centros deportivos, educativos, recreativos) necesitan con urgencia que las apoyemos respetando sus procesos, sus reglas, sus lineamientos y por supuesto, a sus líderes y personas que trabajan en ella

Necesitan que las dejemos de estar chingando, perdón mi francés, otra vez. Recordemos que los maestros no tienen por qué ser “buena onda”, ni son sus amigos, ni el coach los tiene que consentir. El trabajo de estas personas es estimular a nuestros hijos, empujarlos, corregirlos, motivarlos y muchas veces, sí, calificarlos, o reprobarlos. 

Lo que tenemos que tener presente es que ¡eso! es lo que estamos pagando, eso es lo que buscamos: que aprendan no tanto de la teoría, sino de la práctica. De la experiencia. De que no les salga como quieren y alguien lejos de apapacharlos los impulse a levantarse y hacerlo mejor. Que les ayude a sacar lo mejor de ellos. Que los ponga de vez en cuando contra la pared para enseñarles de lo que son capaces de hacer si se aprietan un poco los niveles de exigencia (guardando evidentemente las proporciones y siempre de acuerdo a la edad y capacidades de cada persona) . 

La escuela, las instituciones, y las personas que las conforman, son un ejercicio de entrenamiento para preparar a nuestros hijos para la vida. Dales espacio para hacerlo. A ellos. Y a tus hijos.

Es como si cuando trabajen en una compañía jetsetara nos quisiéramos meter en la junta de consejo para alegar que por qué promovieron a Juanito en lugar de a nuestro hijito y todas las razones por las que eso no es justo, yendo a quejarnos con el director para que corran a ese gerente que decidió no apoyar a nuestro pimpollo… así de ridículo es, en cualquier contexto y en cualquier lugar.

En alguna parte del camino nos confundimos pensando que, porque pagamos, mandamos, y pues #todomal.

Nos urge recordar que el beneficio que nuestros hijos obtienen de ser parte de esas instituciones, con todo lo que eso implica, es una herramienta determinante para el resto de sus vidas y ESA es la razón por la que queremos que pertenezcan a ellas.

Busquen algo mejor que hacer que no sea estar metidos en cada minuto de la vida de sus hijos y hagan que su dinero invertido en todas esas actividades, valga realmente la pena.

Intervenir es una oportunidad perdida para dejarlos crecer.

Otro texto de la autora: BAJARLE UNAS RAYITAS

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