Ser sexy e ir a ferias de libros

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—Hola, vengo a recoger mis gafetes.

—Claro. ¿Cuál es el nombre de la empresa expositora?

—Mónica Soto Icaza.

—El nombre de la empresa expositora, no el suyo.

—Por eso, Mónica Soto Icaza, el stand tiene mi nombre.

—¡Sí! Aquí está, qué simpático.

Ese fue el primer diálogo que tuve la primera vez que participé en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara con mi propio stand como escritora en 2021. Esa experiencia inicial fue un volado, un sueño guajiro, un salto de fe. La de Guadalajara es una feria donde nadas con tiburones y, en mi caso, con tiburones que comen autores independientes, como yo: somos el eslabón más débil en la cadena del libro. Bueno, yo era; desde esa feria dejé de serlo para convertirme en una autora amenazadora. Comprendí que si quieres lograr en grande, tienes que apostarlo todo, y eso ha sido precisamente lo que he hecho.

La pregunta constante es: ¿por qué decidí hacer mis propios libros? Y de ahí se desprenden más: ¿por qué me gusta estar doce horas parada en un stand de feria de libros? ¿Por qué elijo cargar cajas, hacer facturas, montar stands, invertir el dinero que gano, si los escritores viven de becas, herencias, premios o parejas que sí tienen trabajos “reales”? 

Yo quería ser escritora, publicar libros y que la gente los leyera. Para eso hacía falta escribir, aprender a editar y tener dinero. Se dice fácil y rápido: es de lo más complicado. No me importó, yo no iba a ser de esas personas que andan de quedabién ni lamesuelas para que los publiquen, sino iba a ser una provocadora de circunstancias. Por eso me convertí en provocadora de la vida, en alguien que hiciera en vez de quedarse sentada esperando algún milagro.

Por eso me gusta ir a las ferias de libros, estar en el stand, ver en directo las reacciones espontáneas cuando la gente descubre mis ideas convertidas en papel y tinta sin saber que yo soy la autora; las sonrisas cuando se dan cuenta de que es la misma autora quien vende su obra.

Estar en las ferias es muy estimulante para la creatividad, incluso más que las tertulias y los talleres en los que se busca la aprobación de escritores que han vivido de apoyos gubernamentales o becas sin conocer el valor de vender un ejemplar: cuando te haces consciente de la enorme cantidad de libros que se ofrecen, te das cuenta de lo afortunado que es que alguien invierta su dinero en comprar tu libro y después su tiempo en leerlo. Es como un golpe de suerte.

Estar en las ferias me ha hecho de imaginación insaciable y brazos infinitos: mis lectores y lectoras vuelven año con año para descubrir las novedades y comentar conmigo las lecturas que se llevaron la visita anterior. Esa, para mí, es la mayor evidencia de éxito; puedes engañar a la gente con buena mercadotecnia una vez, pero no la engañarás una segunda. Ahí radica mi autoestima escritora. 

A veces me canso, es natural. Mandar correos electrónicos; contratar stands; hacer facturas, mandar cien veces la constancia de situación fiscal; armar cajas; programar recolecciones; cargar kilos y kilos; imprimir mantas; sentarme todo el día para ver cómo hay quienes desdeñan lo que hago sin imaginar todas las horas, insomnios, pasiones, pensamientos, ilusiones que hay en esos libros que desprecian por ser eróticos; comer a deshoras; poner en pausa mi vida cotidiana para luchar por un espacio en los libreros. Todo eso resulta agotador.

Haciendo libros he sido editora, correctora de estilo, publicista, community manager, presentadora, performer, diseñadora, impresora, encuadernadora, promotora, mensajera, contadora, publirrelacionista, chofer, vendedora, representante de marca, cargadora, compradora, distribuidora, secretaria, proveedora, terapeuta, punching bag, organizadora de eventos, mentora, empacadora, obrera, maga, tolerante a múltiples frustraciones, automotivadora. Hasta he llegado a ser santa cuando alguien se merece una mentada de madre proporcional a su ofensa y en vez de eso recibe una sonrisa comprensiva o un educado silencio nada proporcional a mi rabia, como cuando me regañan por atentar contra la moral y las buenas costumbres o me persignan para intentar salvar mi alma de la perdición de la lujuria. 

Así, me convertí en la única autora mexicana (no sé si sólo mexicana) que participa en las ferias de libros más importantes del país con su propio stand. Lo hago enamorada tanto del cansancio, como de la alegría. Cómo no amar estar doce horas diarias durante nueve o diez días recibiendo la cosecha de tantos años, energía y trabajo de siembra mientras doy informes, vendo libros y sonrío para las fotos de Instagram de quienes me siguen y acuden para llevarme en forma de papel y tinta o de imagen con sonrisas y la mano en la cintura.

¿Cómo podría imaginar mi vida sin tal expansión de experiencias, realidades y asombros? 

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