Sexualidad y prejuicios. Parte 1

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Los prejuicios son los peores enemigos de la plenitud, de la confianza individual y en otras personas, del aprendizaje de lo distinto. Cuando esos prejuicios se enfocan en el sexo y el erotismo resultan muy limitantes de la experiencia, de la toma de decisiones bien informadas, de la seguridad hacia el propio cuerpo y las propias fantasías.

Para superar los prejuicios no hay nada mejor que el conocimiento, que el contraste de ideas, que darse un clavado en otras realidades y así completar, en la medida de lo posible, la percepción.

Primer prejuicio: “no se le habla de sexo a los adolescentes ni a los niños”.

Este es uno de los peores. No hablar de cuáles son las partes privadas del cuerpo a los niños y niñas los puede condenar al abuso sexual. Los abusadores son muy hábiles para manipular y engañar aprovechándose de la inocencia e ignorancia de los más jóvenes, por eso hay que decirles que su cuerpo es suyo y nadie puede tocarlo sin su permiso y si lo hacen, que tengan la confianza para contarlo a sus adultos cuidadores.

Por otro lado, según el blog de datos e incidencia política de la Red por los Derechos de la infancia en México (REDIM), “22.8% de las personas de 10 a 19 años en el país habían tenido relaciones sexuales hasta 2022. Este porcentaje era mayor entre los hombres (23.6%) que entre las mujeres (22%)”. 

No hablarles de sexo a los adolescentes “para no despertarles instintos antes de tiempo” los deja a expensas de iniciar su vida sexual posiblemente sin información profunda y fidedigna, con la influencia del porno y lo mucho que ese tipo de contenido desvirtúa el sexo y el placer. Esto los pone en riesgo de embarazos accidentales o infecciones de transmisión sexual. Y, hablemos o no con ellos, las hormonas harán su trabajo porque la naturaleza de la adolescencia es precisamente el despertar hormonal de los seres humanos. 

Segundo prejuicio: “el himen se rompe con la primera relación sexual, lo que quiere decir que su existencia prueba la virginidad de la mujer”.

Primero quiero aclarar que el valor de alguien no depende de si ya fue penetrada una parte de su cuerpo o no. Los penes no son más importantes que las vaginas, los órganos sexuales no están en competencia.

El himen, también llamado corona vaginal, es una membrana que se encuentra en la entrada de la vagina. Es elástico y no tiene nada más una forma, sino muchas; en algunas mujeres atraviesa por completo, en otras se encuentra a un lado, otras nunca lo han tenido. Puede romperse con un golpe, una caída, un accidente… y también, como es elástico, puede recuperar su forma original después de una penetración. 

¿Te imaginas cuántas mujeres han sufrido, acusadas de ya no ser vírgenes por sus padres y maridos, por este desconocimiento de la anatomía femenina? 

Definitivamente la idea de virginidad es una de las peores ideas de la humanidad.

Tercer prejuicio: “las mujeres están locas, pueden estar muy felices un día y odiar el mundo al siguiente día”.

Empezaré diciendo que enterarme de lo que estoy a punto de explicar me cambió la vida, me hizo asombrarme aún más de la sabiduría y perfección de mi cuerpo.

Resulta que durante el ciclo menstrual no sólo hay cambios anatómicos en la matriz con el engrosamiento del endometrio que producirá la menstruación, sino que las hormonas involucradas modificarán la química del cerebro.

Cada persona es distinta y por eso la experiencia es tan única, pero ahora sabemos que en los días del ciclo en los que aumentan los estrógenos las mujeres estamos más alegres, seductoras, lujuriosas, dispuestas a comernos al mundo y a una que otra persona habitante de ese mundo. Cuando aumenta la progesterona estamos más introspectivas, sensibles, antisociales, no tan entusiastas del sexo. 

Estos cambios de humor en el ciclo son una oportunidad de hablarnos a nosotras mismas con más objetividad y autoconocimiento, así que es vez de combatir los estados de ánimo menos alegres, vale la pena detenerse a mirar desde ahí para interpretar de una manera más amplia, y no dejarnos llevar por la emoción de querer atragantarse el mundo a puños para luego quedar indigestadas. 

¿No te parece que es como un superpoder?

Para terminar, un dato curioso: ¿sabías que la velocidad de salida de una eyaculación es de 45 kilómetros por hora en promedio? Esto es equivalente a la velocidad de un corredor olímpico de 100 metros planos. Así que sí, ya puedes decir que tus orgasmos son olímpicos. De nada.

Más de la autora: Escribir en libertad

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