Tren Maya: emblema de la cuarta transformación

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El famoso Tren Maya debe ser de esas obras emblemáticas de este gobierno. En la proyección, ejecución y comunicación de esta obra se encarna todo lo que está bien, pero también todo lo que está mal en este gobierno.

¿Quién se atrevería a afirmar que el sur y sureste de México son de esas regiones olvidadas por el llamado “desarrollo”? ¿Quién en su sano juicio estaría en contra de que se construyera una obra que funcione a la vez como detonador económico y de impulso social? Nadie, estamos de acuerdo.

El presidente López Obrador podrá tener muchos defectos, sin duda. Pero tiene también virtudes, como cualquier ser humano. Y una de ellas es que conoce al país y la miseria en que viven millones de mexicanas y mexicanos como nadie más que se dedique a la política.

Es por eso el arraigo que tiene en amplios sectores desprotegidos de la sociedad. Porque suele tener el diagnóstico más acertado entre aquellos que pertenecen a la élite política e intelectual sobre los problemas que aquejan al país. 

Con un diagnóstico correcto, no siempre viene un tratamiento adecuado, como cuando el diagnóstico fue la corrupción alrededor del aeropuerto de Texcoco y el costo de mantenimiento, pero el tratamiento fue pagarles por la cancelación de los contratos a empresarios a los que además se les dieron más contratos de obras con el gobierno para luego encargarle al Ejército la construcción de otro aeropuerto lejano y sin infraestructura adecuada.

O como cuando el diagnóstico fue: evitar que la IP se apodere de la generación de energía y el tratamiento fue retroceder en el tiempo para alimentar monopolios ineficientes y corruptos como el de Pemex y la CFE.

Pero el caso del Tren Maya es peculiar. El diagnóstico es: el sureste está olvidado y sumido en la pobreza. ¿El tratamiento? Un tren que detone la industria turística y comunique a Chiapas y Tabasco con Cancún para el transporte de personas y mercancías. ¿Es un tratamiento incorrecto?

No lo sabemos.

Lo que sabemos es que una oposición disminuida logró sacar de balance al gobierno hasta que éste, ya de plano enamorado de los militares, decidió volver obra de seguridad nacional la construcción de un tren, para evitar amparos de pobladores que ven amenazadas sus tierras, protestas de ambientalistas que aseguran que se está cometiendo un ecocidio en la región y de uno que otro amante de la historia al que le preocupan los vestigios de una de las civilizaciones más misteriosas e importantes de la historia de la humanidad. 

¿Por qué si el diagnóstico parecía el correcto y el tratamiento adecuado, la ejecución ha sido pésima y solo superada por la desastrosa comunicación al respecto?

El Tren Maya es el máximo emblema de lo que ha sido y por lo que será recordado este gobierno: buenas ideas, mal ejecutadas y peor comunicadas.

El gobierno que encabeza Andrés Manuel López Obrador tiene defectos de fábrica: el presidente lo diseñó mal desde el principio cuando definió las habilidades requeridas para entrar al gabinete: que tuvieran 90% de honestidad y 10% de capacidad. Le falló la ecuación al presidente porque, salvo honrosas excepciones, su gabinete está plagado de ineptos y no se deshizo de muchos corruptos, al contrario, contrató nuevos.

Y eso se nota en la ejecución de los proyectos presidenciales. Por ejemplo, en la nueva Conasupo, esa cosa a la que llamaron Seguridad Alimentario Mexicana, Segalmex, tuvieron que despedir al titular por la corrupción que encontraron en su gestión.

Las obras de la refinería Dos Bocas y el aeropuerto de Santa Lucía, han estado plagadas de escándalos y opacidad. Ni hablar de la pifia gigantesca y el agujero negro en que convirtieron Notimex o la decepción olímpica de Ana Gabriela Guevara al frente de la Comisión Nacional del Deporte.

Eso sin mencionar al emperador inmobiliario que despacha desde la Comisión Federal de Electricidad, Manuel Bartlett; la honestidad protagónica a prueba de casas de Irma Eréndira Sandoval en Función Pública o los escándalos que rodean a la mismísima familia presidencial.

En el Tren Maya vemos, entonces, 90% de ineptitud y 10% de honestidad, por ejemplo, en el cambio de ruta del tramo 5 que en lugar de aprovechar el trazo que siempre existió por la carretera (y en una de esas hasta el derecho de vía),  lo empujaron hacia la selva solo para ahorrarse las molestias de la construcción.

Este gobierno no ha sabido explicar ni defender su proyecto. Un par de videos de influencers lo ponen contra las cuerdas y a la defensiva; ante amparos de comunidades afectadas la respuesta no es el diálogo sino la confrontación y descalificación. 

La sociedad no sale en masa a respaldar un proyecto que sí que podría traer beneficios porque simplemente no sabe qué defender. Y no lo sabe porque la comunicación del gobierno, más allá de las mañaneras no solo no existe, sino que es un desastre encabezado por Jesús Ramírez, quien cobra como director de Comunicación Social, pero es más una especie de coordinador de youtubers.

Ante la falta de estudios de impacto ambiental, asambleas para que las comunidades aprueben el proyecto y desconocimiento del proyecto entre la población, la respuesta es: seguridad nacional.

A este gobierno le sobran militares y le faltan políticos, estrategas, comunicadores que logren afianzar con seguridad legal, jurídica y apoyo popular los proyectos presidenciales. 

Porque el 10% de experiencia requerido se nota mucho y a este gobierno le pesa cada vez más.

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