Amor con amor se paga, grita Claudia Sheinbaum en sus actos proselitistas, haciendo otra vez eco de una de las frases comunes del presidente López Obrador. Habla sobre la forma en que este gobierno, y uno de ella en el futuro, le devolverán el “amor” que la gente entrega en forma de voto con bienestar, seguridad, prosperidad.
Pero es más que solo los beneficios de un buen gobierno, nos han dicho. Es un gobierno que está cerca, que escucha, que al parecer quiere abrazar a toda la gente sin importar si son o no criminales. En fin, un gobierno que es casi tu tío rico que te echa la mano.
Sin embargo, esta profesada empatía por el pueblo tiene un límite inusual: las víctimas. O para ser más precisos, las víctimas que alzan la voz. Ahí se encuentran grupos diferentes, como los padres de los niños con cáncer, las personas que perdieron gente en la pandemia por falta de atención médica, mujeres violentadas, entre otros.
Un grupo que destaca es el de las madres buscadoras. Estas personas tienen algo que es realmente admirable: una resistencia casi furiosa ante las muchas violencias que sufren. Porque primero enfrentaron la desaparición de un ser querido, con todo el horror que eso implica, uno que es difícil entender si no se ha vivido.
Tras esa violencia, viene otra: la de un Estado que no las toma en serio, que sospecha de quien desapareció, que ignora la tragedia porque es una más en un río de tragedias. Después, sobreponiéndose a eso, toman las sus armas: palas y picos. Y con eso salen a hablar con la gente, a buscar y, finalmente, a cavar la tierra buscando a sus desaparecidos.
Los grupos han encontrado cientos de fosas comunes, miles de fragmentos de cuerpos. Han revelado la enormidad del problema de las ejecuciones clandestinas. Su esfuerzo nos ha demostrado que las cifras de homicidios son solo un retazo de la historia de nuestro país en las últimas décadas.
Acá les toca enfrentar otra violencia más: ante el abandono de los gobiernos, sufren acoso y amenazas por parte de grupos criminales. Cárteles y mafias ven en la búsqueda de estas mujeres un peligro para sus operaciones, para sus fosas en las que tiran cadáveres.
Lorenza Flores Cano cristaliza este horror. Desde 2018 se sumó a un colectivo de búsqueda tras la desaparición de su hermano. Hace unos tres meses estaba en su casa con su marido y su hijo cuando un comando armado llegó, mató a su familia y la secuestró. Hasta hoy no se sabe de ella, aunque las autoridades prometen estar “haciendo todo lo posible” por encontrarla.
Así, llegamos a la última violencia que enfrentan, ahora no de gobernantes locales, sino del mismo presidente de la República: el desdén y el desprecio.
Esta semana la secretaria de Gobernación, María Luisa Alcalde, presentó un nuevo informe de desaparecidos. Es un tema que ha sido sumamente complejo para este gobierno: primero, porque las desapariciones no se detienen; segundo, porque parece que les preocupa más cambiar las metodologías para “desaparecer desaparecidos” que realmente hacer justicia.
Las cifras que entregó la secretaria, de todos modos, son alarmantes: casi 100 mil casos. Sumado a eso, organizaciones ya han asegurado que las cifras están rasuradas.
Y mientras esto pasaba, afuera de Palacio Nacional había una mujer: Ceci Flores. Ella, incansable madre buscadora, ha recorrido el país con pala en mano, abriendo fosas, cavando desiertos. Ha aprendido a suplicar a narcos que la dejen pasar, que la dejen buscar a su hijo. Pero no ha logrado que el presidente la escuche. Así, se paró afuera del Palacio, pala en mano, para entregársela al mandatario. “Para que él también haga su trabajo, porque esta pala no debería estar en mis manos nunca, pero la tuve que agarrar por necesidad por encontrar a mis hijos”, dijo.
Le preguntaron a López Obrador si recibiría a Ceci Flores y a su pala de mando. La respuesta: “Que me la deje aquí”.
Ese es el amor con el que el presidente le paga a su pueblo y a las víctimas.
Más del autor: Golpe de Estado técnico
