Idus de marzo

Compartir:

- Advertisement -

“Cuidado con las Idus de marzo” le advierte un adivino a Julio César; el líder, sin embargo, lo ignora. A él nadie le dice qué hacer. Las idus de marzo se refieren al día 15 de ese mes en el calendario juliano, que coincidía con la primera luna llena del año. Era un día asociado en general a la buena fortuna, pero también a eventos importantes. 

Lo que el adivino le estaba tratando de decir al César era que para él ese sería un día de peligro. Lo sería en particular porque en su narcisismo, el líder romano había decidido rodearse de lambiscones. Hombres que siempre le daban la razón y jugaban con su ego para su propio beneficio, según nos cuenta William Shakespeare en su obra de teatro.

Julio César terminaría siendo traicionado por todo su séquito de aduladores por no haber escuchado el consejo se esa persona que se animó a decirle que estaba equivocado.

Guardando proporciones del drama de Shakespeare, esa persona que jugó a decirle la verdad a nuestro propio César nos ha dejado. 

El lamentable fallecimiento de Carlos Urzúa hace unos días causó una sacudida en la clase política de nuestro país. En primer lugar, porque nadie se lo esperaba. Seguía activo, vital, determinado. 

Esa muerte inesperada por supuesto se prestó a muchas especulaciones e irresponsables teorías de la conspiración, que muy lejos de ayudar a nadie fomentan la polarización, frivolidad política y zozobra social. 

En segundo lugar, su muerte también obligó a volver sobre sus pasos, leerlo de nuevo y tratar de conocer sus motivaciones y convicciones. 

Hay algo particularmente interesante de Urzúa. Él es una de las docenas de personas que han abandonado el gabinete de López Obrador a lo largo de este gobierno. En muchos casos fue gente orillada a renunciar, como Tatiana Clouthier de Economía o Eréndira Sandoval de la Función Pública; un caso similar se dio con Olga Sánchez Cordero y otros tantos casos. Otras personas han salido para ocupar otros cargos, buscar candidaturas u otras razones.

Pero de toda la gente que ha dejado el gobierno, la voz de Carlos Urzúa fue de las poquísimas que tuvieron el valor para cuestionar públicamente a la administración tras haber salido. Porque de estas personas expulsadas del poder, la gran mayoría han optado por cómplices silencios.

Ya sea por temor a represalias, por conveniencias o por convicción, incluso personas que salieron expulsadas y hasta perseguidas por el régimen no han alzado la voz. Urzúa no eligió ese camino.

Con la tranquilidad de ser una persona que sabe de lo que habla, una y otra vez explicó con argumentos y claridad las decisiones que le parecían equivocadas o directamente peligrosas de este gobierno.

Pero más allá de sus denuncias puntuales a políticas públicas, lo que hizo patente es que somos gobernados por un hombre que solo acepta que le den la razón. La historia, y la lógica básica, nos debe dejar claro que ningún mandatario rodeado de lambiscones hará un buen trabajo. Porque nadie es experto en todo, y por eso quienes toman las decisiones deben tener un equipo que tenga el valor y la capacidad de decir que algo no está bien, o que es una mala política. 

Eso no pasa aquí, y quienes han estado en desacuerdo en general han aceptado su exilio con sumisión y hasta agradecimiento. En no demasiado tiempo, ya que haya acabado este gobierno, empezaremos a ver cómo se animan a alzar la voz.

Mientras tanto, como el adivino de Julio César, Carlos Urzúa les deja la dura lección de haber sido el hombre que se atrevió a decir que ese no era el camino.

Más del autor: El odio

SUSCRÍBETE A NUESTRO NEWSLETTER

Recibe las noticias más relevantes de México cada mañana, inicia tu día informado.