Lo mejor del mundo

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El presidente de México vive una extraña contradicción: por un lado desprecia al resto del mundo, y por otro está obsesionado con él. 

Con todo, la semana pasada López Obrador por fin decidió sacar las maletas y hacer una gira internacional. Una de las poquísimas que ha hecho. Fue para visitar a Gustavo Petro, con quien es políticamente afín y discutió temas de narcotráfico en Colombia, y a Gabriel Boric, con quien también es políticamente cercano, en Chile.

Este último país conmemoraba los 50 años del golpe de Estado contra Salvador Allende, y el presidente no desaprovechó la oportunidad para compararse a sí mismo con esa figura histórica. Más importante que eso, condenó las violaciones a los derechos humanos de la dictadura, así como las desapariciones forzadas.

No deja de ser irónico que Andrés Manuel fuera tan enérgico en el país sudamericano sobre un tema que le preocupa tan poco en el nuestro. A la fecha sigue sin siquiera recibir a las madres buscadoras, y la crisis de desaparecidos y violaciones a derechos humanos aquí no parece tener fin. 

Más allá de ese detalle, lo que resulta importante es esto: el presidente solo pudo ir a Chile porque es gobernado por la izquierda. Hace un par de años, cuando el derechista Sebastián Piñera estaba en el poder, jamás se consideró siquiera un encuentro. López Obrador solo puede hablar con gobernantes que piensen como él, con la forzada excepción de Joe Biden, el presidente de Estados Unidos.

Esto es lo que demuestra el desprecio del mandatario al resto del mundo: no asiste a importantes cumbres internacionales, saboteó la Cumbre de las Américas y se niega a entregar la presidencia de la Alianza del Pacífico a Perú porque no comparte las ideas de la presidenta de ese país.

Tenemos una relación distante y fría con Europa; en términos generales, el mundo no le interesa. Pero al mismo tiempo, tiene esta extraña obsesión con ser “lo mejor del mundo”. 

No pierde oportunidad para presumir que es más popular que muchos otros presidentes según las encuestas, por ejemplo. Sumado a eso, le encanta decir que su gestión tiene los mayores logros en todo el planeta.

El Tren Maya, por ejemplo, es “la obra más importante que se esté haciendo en el mundo”. Es una comparación arriesgada para alguien que no sale nunca de México, pero la hace sin temor. También asegura que Sembrando Vida es el programa de reforestación “más importante del mundo” según dijo, y aseguró que ni Rusia ni China tienen proyectos de esa magnitud

El Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, también nos dice, “es el mejor del mundo”. Es complejo decir eso si no conoces muchos aeropuertos, pero no hay ningún índice que siquiera lo mencione. Se habla del de Singapur, de Qatar, Tokio o París. Ni siquiera entre los aeropuertos latinoamericanos figura de forma significativa.

Lo mismo con crear “la farmacia más completa del mundo”, que sigue siendo una fantasía más del presidente, junto con un sistema de salud de calidad mundial. 

Así que esta es nuestra profunda contradicción: no nos importa estar en la conversación global, no podemos hablar con nadie que piense distinto, pero al mismo tiempo hay la certeza de que somos “lo mejor del mundo”. 

Es una curiosa dicotomía entre una gran inseguridad frente a otros líderes y una profunda arrogancia ante la nación. A lo que logra apelar el presidente es justo a ese país acomplejado, que quiere compararse con el resto del mundo y sentir que es el mejor, sin molestarse ni siquiera en averiguar si es cierto.

Lo que olvida el presidente es que al final, la historia no perdona. Uno no decide cuál es su legado, sino que los próximos años y décadas terminarán haciendo el verdadero balance de este gobierno. De sus éxitos y fracasos.

Y quizá la historia no sea tan generosa con Andrés Manuel como él lo es consigo mismo.

Más del autor: Humo blanco

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