Mercenarios

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Ha pasado ya una semana desde que el Grupo Warner conmocionó al mundo al rebelarse contra el presidente Vladimir Putin. Fueron horas de desconcierto y muchas especulaciones.

Como se sabe, el líder del grupo, Yevgeny Prigozhin, llegó a un acuerdo súbito y todo terminó, aunque cada día sale nueva información sobre el tema.

El asunto ha dejado muchas reflexiones sobre la Rusia de Putin y su verdadero poder, entre otras. Pero hay una particularmente importante porque va más allá de ese país: el problema de que los gobiernos contraten ejércitos de mercenarios para pelear sus guerras.

En septiembre de 2007, en Bagdad, un comando privado de la empresa Blackwater, contratada por el Ejército de Estados Unidos, masacró a al menos 14 personas en la plaza de Nisour. Eran civiles desarmados, y aunque los llamados “contratistas” aseguraron que siguieron las reglas, una investigación posterior demostró que simplemente fue una carnicería.

Dado que no eran parte del gobierno de Estados Unidos esa nación no asumió responsabilidad, y gracias a su extraño estatus legal, estaban exentos de cumplir las leyes iraquíes.

La masacre de Nisour causó una enorme controversia y forzó al gobierno a reconsiderar sus regulaciones. En particular, porque los jefes de Blackwater, muy astutos, al firmar el contrato con el gobierno se garantizaron impunidad ante cualquier acto de este tipo.

Cuatro de los participantes en la masacre fueron finalmente procesados y condenados. Pero llegó Donald Trump y los perdonó.

Si bien se supo de esta masacre, la verdadera cantidad de violaciones a los derechos humanos que pudieron haber cometido es un misterio.

Putin, por su parte, construyó y alimentó al grupo Warner desde hace años, y los ha utilizado en múltiples operaciones militares. Estuvieron en países de África, Siria y Chechenia, operando con amplia impunidad, sin supervisión y cometiendo muchas atrocidades. Eran un ejército privado de facto, lo cual les permitió adquirir enorme poder, armamento, recursos e influencia.

Su participación en Ucrania fue clave para algunos avances rusos. También se han documentado sus muchas violaciones a los derechos humanos en ese conflicto.

No solo Rusia y Estados Unidos usan ejércitos privados. También lo hacen Gran Bretaña, China, Canadá y hasta Perú, entre muchos otros.

Así, volvemos al problema clave: ¿por qué los Estados los emplean? En gran medida porque les permiten cuidar sus intereses geopolíticos sin las consecuencias de las leyes y tratados internacionales.

También, es más barato rentar un ejército para la guerra que mantener a uno siempre, incluso cuando hay paz.

Este fenómeno de contratar mercenarios crea grandes riesgos para los civiles, pero también para los Estados. Los hace dependientes de grupos militares que no siempre pueden controlar, vigilar o hacer rendir cuentas. Operan en la impunidad y la opacidad.

No responden a una nación ni a un ideal. Pueden cambiar de bando y volverse enemigos de sus empleadores.

Son, al final, asesinos oportunistas, pagados con los impuestos de la gente.

Todo esto nos puede parecer lejano, fuera de nuestras manos o control. Y quizá lo está.

Pero tiene que importarnos.

Porque hemos creado un mundo en el que es normal matar por dinero.

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