Otis y la solidaridad

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La tragedia del huracán que azotó Acapulco y otras localidades de Guerrero se pudo haber prevenido o mitigado con un aviso más temprano. Doce horas antes de que el huracán tocara tierra, el servicio meteorológico de Estados Unidos reportó la intensidad con la que se estaba acercando y la probabilidad de que esta aumentara. 

Incluso no se percibía la potencial destrucción que llegaría cuando a las 20 horas del martes 24 de octubre, el presidente López Obrador posteo en X que se pronosticaba que el huracán Otis ingresaría al territorio con categoría 5 entre las 4 a 6 de la mañana y pedía a la población estar alerta y no confiarse. 

Estar alerta y no confiarse es un mensaje que no respondía a la gravedad de la situación para esa hora, cuando los protocolos de emergencias deberían ya haber estado en funcionamiento. 

Estas son las ausencias y fallas institucionales en las que la sociedad civil, la ciudadanía de a pie, ha rescatado a México en cada desastre. 

Desde el terremoto de 1985 qué dejó más de 10 mil víctimas mortales, pasando por el huracán Gilberto también de categoría 5 en Quintana Roo y Yucatán, las inundaciones en Tabasco y Chiapas, el terremoto del 2017 en Ciudad de México y Oaxaca y la pandemia de COVID en el 2020 la ciudadanía se ha organizado frecuentemente de maneras más rápidas y eficientes que el propio gobierno y las instituciones cuya función principal es atender estas emergencias.

En marzo del 2020, la misma semana que se suspendieron las clases, grupos de mujeres en Facebook diseñados para las ventas ya se habían organizado por municipios y ciudades para migrar a WhatsApp y difundir información verificada y ser una red de apoyo, contención y ayuda a otras mujeres. Así desde los teléfonos y a distancia, se recolectaron despensas para quienes no tenían qué comer, se denunció violencia doméstica y se buscaron respiradores, medicamentos agotados, noticias de personas enfermas hospitalizadas e incluso cervezas cuando se consideraron no esenciales.   

En Otis, los grupos de whatsapp por zonas afectadas han sido esenciales para localizar personas, para informar de daños, para notificar dónde hay insumos. Pero la ayuda que podría haberse desbordado como en ocasiones anteriores, con un llamado generalizado en todo el país, se volvió intermitente tras la conferencia de Andrés Manuel de que los víveres serían confiscados para que la ayuda solo fuera proporcionada por el Ejército y la Marina. Agregó que la ayuda no sería entregada por la ciudadanía “y mucho menos organizaciones de la sociedad civil o esas llamadas no gubernamentales”, dijo con el desprecio que le caracteriza y que les ha tenido al voluntariado y el activismo desde el inicio de su gobierno. 

Al final reculó pero la sospecha ya estaba ahí. Cuando un gobierno supuestamente de izquierda desconfía de su propia sociedad, no es de extrañar que gane territorio la derecha.

Porque en efecto, la iniciativa privada no solo tiene los recursos sino que también es más eficiente y se vuelve un consuelo que el empresariado se reúna y diseñe estrategias de apoyo.

La reconstrucción va a tomar años: según las Naciones Unidas, este desastre significa una regresión de 10 años en términos de desarrollo en esas zonas. Existen organizaciones como Fondo Semillas y Oxfam que ya tienen propuestas para avanzar en ese sentido. Esta es una oportunidad de reconstruir poniendo en el centro la vida de las personas, evitando desigualdades desde el origen y con políticas de equidad que subsanen las carencias y vulnerabilidades por género, recursos económicos y raciales, así como la amenaza del crimen organizado que ha padecido la población de Guerrero desde siempre.

Otro título de la autora: La cacería de brujas: la intolerancia ante la autonomía y la sabiduría de las mujeres

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