Pato cojo

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Falta un año para que se acabe este gobierno. El 1 de octubre de 2024 el presidente López Obrador entregará la banda presidencial a su sucesora, a menos de que pase algo extraordinario.

Así, hemos entrado formalmente en lo que llamamos “la etapa del pato cojo”. Esto es cuando un gobernante se aproxima al final de su mandato y va progresivamente perdiendo poder. Ya ha hecho más o menos todo lo que iba a hacer -para bien o para mal- y en general pasan sus últimos tiempos inaugurando obras o haciendo acciones simbólicas. 

Cosas para ser recordados, dejar un legado, imaginando cómo pasarán a la historia. Para la mayor parte de los mandatarios suele ser un buen periodo: sube su popularidad, ya no se les exige tanto y pueden ir delegando sus trabajos inconclusos a quién les suceda en el poder.

López Obrador llega a su año final siguiendo este ritual. Tras ser uno de los presidentes más poderosos de los últimos años, quizá solo rivalizado por Carlos Salinas de Gortari, empieza a ver languidecer su sexenio. 

Ha entregado, no sin controversia, el “bastón de mando” a Claudia Sheinbaum, quien aún parece dubitativa del poder conferido. Su discurso todavía se siente como una calca sin mucha personalidad de lo que dice el presidente. Repite las frases de “no robar, no mentir, no traicionar al pueblo”, ya un poco gastadas y rebatibles.

También confiesa que el presidente le deja tareas: “me encargó llevar a cabo el plan C”, dijo hace poco, en referencia a cambiar la Constitución para que la Suprema Corte sea electa de forma directa.

Pero a pesar de las inseguridades de la candidata, lo que es real es que el poder del presidente está decayendo. Podrá decir lo que quiera en las mañaneras, excepto aquello que la ley prohíbe, pero ya no podrá tomar todas las decisiones.

Dentro de Morena ya se ven las grietas y combates. La pelea por los puestos de poder e influencia. Todo eso es normal, por supuesto, pero es más complejo para ese partido que ha estado acostumbrado desde su nacimiento a tener un líder absoluto.

Mario Delgado, el presidente de Morena, tiene fuerza pero no es dominante. Le espera un largo camino de negociación con las fuerzas internas de su partido y aliados. Porque no solo se elige presidente, también se renueva el Congreso por completo y varias importantes gubernaturas.

Así que esta es la disyuntiva: Andrés Manuel va perdiendo su poder porque ya no estará en la boleta, pero no tiene a quién realmente transferirle su liderazgo. Porque Sheinbaum puede recibir un bastón, pero eso no le garantiza en absoluto el control de su partido.

Con la “época del pato cojo”, empieza también la temporada de traiciones. Esto se verá por igual en todos los partidos, quizá hasta más en los de oposición. Pero para Morena será complejo ya no poder recurrir a la figura paternal y autoritaria de AMLO.

Eso no significa que el presidente quiera ceder el poder, pero sí que tendrá que hacerlo. Su capacidad de imponer candidaturas se verá limitada, y sus subalternos estarán haciendo sus propias apuestas de a quién apoyar y cómo. 

La cosa del poder político es que, como la naturaleza, aborrece el vacío. No hay espacio de influencia que se quede vacante: es llenado de inmediato por alguien más. El vacío que deja López Obrador es enorme y hay mucha sed por llenarlo. 

Vienen tiempos turbulentos, y será la responsabilidad de la sociedad ser vigilante y crítica. Porque como hemos visto, sí importa quién gobierna. 

Más del autor: La patria es primero

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