Zonas de silencio

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Media tonelada de huesos y restos humanos calcinados. Eso fue lo que encontraron en Tamaulipas, y que recientemente fue reconocido como más que una fosa común: era un verdadero centro de exterminio utilizado por el crimen organizado. Y es solo uno de muchos.

Aunque estamos en un país en que hallar cadáveres es cosa de todos los días, esto nos sorprendió y decidimos investigar. Hablamos con colegas periodistas locales para recabar información y conocer sus testimonios. 

La respuesta fue trágica: “si vienen a investigar las fosas, se van a encontrar con la suya”, nos dijeron. Ellos mismos reconocieron que tienen temor de escribir al respecto y reportar ya que la amenaza de delincuentes y policías corruptos es constante. Y nadie los protege.

Así, se ha creado otra zona de silencio. En términos periodísticos una zona de silencio es aquella en la que están sucediendo cosas que sobre las que es demasiado peligroso informar. Esto no solo sucede en Tamaulipas. Muchos estados de México tienen territorios enteros en los que ir a investigar es una sentencia de muerte.

Y no es una especulación: la semana pasada Abraham Mendoza, un locutor de radio de Michoacán, fue ejecutado. Su muerte se suma a otros 20 casos de periodistas asesinados por hacer su labor en este sexenio. Desde el gobierno de Vicente Fox hasta ahora van más de 140 homicidios de este tipo.

Para entender la situación del periodismo en México, la UNESCO hizo una encuesta en la que nos preguntó sobre la libertad de prensa.

Los datos son contundentes. Casi el 70 por ciento considera que la libertad de expresión está limitada y el 94 por ciento reconoció que se autocensura por temor a represalias. Es normal que los comunicadores se guarden unos temas o prefieran no involucrarse en otros, pero esto va mucho más allá: el mundo del periodismo está bajo amenaza.

La organización Reporteros sin Fronteras, que hace un ranking de Libertad de Prensa en el mundo, coloca a México en el lugar número 143 entre 180 países. Somos hoy uno de los países más peligrosos del mundo para hacer esta labor.

Lo que es importante entender es que las zonas del silencio no solo afectan a quienes hacemos esto, sino a toda la sociedad. Porque al no poder informar, es imposible combatir la impunidad y obligar a las autoridades a que rindan cuentas. 

Muchos gobiernos locales han llegado a acuerdos con el crimen organizado y lo último que quieren es que se sigan destapando escándalos por ejecuciones o corrupción. Por eso no protegen a los periodistas e, incluso, a veces los amenazan.

Esto  obliga a madres y padres que buscar por sus propios medios a sus desaparecidos, a ponerse en riesgo también. La sociedad apenas se entera y por lo tanto no exige, no demanda resultados ni responsables.

Y quizá nos hemos acostumbrado tanto a leer de muertes, cadáveres y fosas comunes que ya ni nos impacta, ni nos impresiona. Pero olvidamos que esos muertos eran personas y muchas de ellas no eran parte del crimen organizado. Muchas eran migrantes, trabajadores, padres o hijos de alguien.

El silencio es cómodo para el poder y para la mafia, pero es veneno para la democracia y la justicia. Nunca se acabará la impunidad si no sabemos cuántos muertos hay, dónde están, quiénes eran o por qué les mataron. 

Al final, recordemos esto: media tonelada de huesos humanos. Centros de exterminio humano en nuestro país. 

Y ningún responsable.

Otro texto del autor: El Metro y la impunidad

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