Profecías autocumplidas

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Las profecías existen, aunque suene sobrenatural. O más bien, existen las profecías autocumplidas. 

Básicamente, una profecía autocumplida ocurre cuando la creencia en algo provoca que las acciones y decisiones de las personas se alineen con esa creencia, lo que finalmente lleva a que la predicción se haga realidad.

Sucede en las vidas de las personas y también en la realidad de las sociedades. Por ejemplo, existen las profecías de género: en muchas sociedades, existe la creencia de que las mujeres son peores para las matemáticas y las ciencias que los hombres. Esta expectativa social puede llevar a que las niñas se sientan menos seguras en estas áreas y, por lo tanto, no las elijan como carreras, lo que cumple la profecía autocumplida de la participación limitada en estas materias.

Lo mismo puede pasar con la economía. A veces, si hay una creencia generalizada de que se avecina una recesión, las personas pueden comenzar a reducir sus gastos y ajustar sus inversiones en consecuencia. Estas acciones pueden tener un impacto real en la economía y potencialmente desencadenar la recesión que se esperaba.

También ocurre con la política: si se instala la predicción de que alguien ganará cierta elección, por ejemplo, habrá gente que vote por esa opción para votar por “el ganador”, o al revés, dejarán de votar por su opción favorita porque no le ven futuro. Y otra vez, la predicción se cumple a sí misma, apoyada por la percepción social.

Hay un caso en el que esto es especialmente delicado: la violencia. Recientemente el director de la Unidad de Inteligencia Financiera, Pablo Gómez  – un alto funcionario del gobierno – y Rafael Barajas, el Fisgón, uno de los llamados “intelectuales” de la 4T, advirtieron en un foro que la oposición podría estar pensando recurrir a la violencia si ven la elección perdida. Esto, en un evento con morenistas, en el que retomaron parte de un discurso del presidente en el que advertía que había empresarios que querían dar una especie de golpe de Estado al estilo Augusto Pinochet en Chile hace casi 50 años. 

El fantasma del golpe de Estado ha estado presente en el discurso oficial desde que López Obrador ganó las elecciones, aunque no tiene asidero con la realidad. Las fuerzas armadas están claramente del lado del gobierno, aún si tienen sus diferencias con algunas estrategias. Y la oposición no tiene capacidad de tomar acciones que le permitan tomar el poder por la fuerza. Quizá algunos de los sectores más radicalizados sueñan con ello, pero no tienen ninguna opción de hacerlo.

Pero lo que sí es peligroso es ir instalando el fantasma de la violencia política en un país en el que la violencia criminal está fuera de control. 

En las últimas semanas hemos visto múltiples y brutales desafíos del crimen organizado a las autoridades, tanto locales como federales. Esos actos de violencia ya nos hablan de una posibilidad real en México: que grupos rebeldes desaten el caos para lograr sus objetivos.

Empujar la idea de que viene una ola de violencia por el descontento de la oposición es ponerse en guardia. Es alertar a tus seguidores para que estén listos para actuar, quizá con violencia, ante supuestas provocaciones. 

Es construir una profecía que nadie quiere, o debería querer, para México: la de una revuelta política violenta con resultados letales. 

Ya no son tiempos para hablar de revoluciones, golpes de Estado o grupos de choque. Y si bien la oposición tiene que construir un discurso de cambio ordenado y sensato, el gobierno, sus funcionarios e ideólogos, son los que tienen la mayor responsabilidad de promover un debate democrático y pacífico.

Lo peor que le puede pasar a nuestra nación es que se cumpla la profecía de estas voces que alertan sobre una tragedia. 

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