Ridículos

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Estamos ya a media campaña y hay algunas cosas que se han destacado. Está, por supuesto, el tema de la violencia. Van ya unas 52 personas asesinadas, entre candidaturas, aspirantes, líderes políticos o personas cercanas. Eso sin contar las múltiples agresiones, amenazas e intimidación que viven en muchas partes del país.

Sin embargo y a pesar de la gravedad del asunto, una cosa que parece importar más es la urgencia por hacer el ridículo que hemos visto. Entre chistes malos, bailes absurdos, pequeños shows y despliegues delirantes, quienes buscan representarnos realmente quieren explotar lo peor de nosotros.

Esto es especialmente cierto para los partidos chicos como Movimiento Ciudadano, Partido Verde y Partido del Trabajo, que levantan candidaturas con dificultades y están dispuestos a todo para posicionarles.

Y es entendible hasta cierto punto: en su cuarto de guerra se dicen “tenemos poco dinero, nadie nos conoce, no tenemos estructura, hay que llamar la atención a como dé lugar”. Este tipo de mensaje busca crear un vínculo emocional, haciéndonos pensar que también tienen sentido del humor; esperan captar nuestra atención de una forma en que la “política tradicional” ya no lo hace, y quieren crear una imagen de autenticidad. 

Así, desde Jorge Álvarez Máynez haciendo bailes que parecen sacados de película de terror hasta Sandra Cuevas en sus caravanas que rayan en la ilegalidad, pasando por docenas de candidaturas menores, MC está haciendo todo de su parte para banalizar a la política y convertirla en tierra de payasos.

Todo esto es ameno de mirar desde una perspectiva morbosa y de decepción generalizada con la humanidad, pero no es inofensivo. Es grave por varios motivos claves: uno, nos demuestra lo que opinan de los votantes. Nos dicen que saben que no nos importan sus propuestas ni su trayectoria, solo los recordaremos si nos hacen reír. También, nos dicen que no se van a molestar en hacer planes ni diseñar soluciones, porque al final no votamos por eso. En esencia, nos desprecian. Trágicamente, quizá tienen algo de razón: estamos tan desencantados con la democracia, que ya ni queremos soluciones, solo entretenimiento. Es una tragedia democrática, y explica por qué hay tanta gente que empieza a ver con buenos ojos un régimen autoritario que les resulte efectivo, así sea pura ilusión.

Por supuesto, los ridículos no se reducen a las candidaturas sin destino. También impacta, aunque de otras maneras, a las más competitivas. Es normal, por supuesto, que la gente cometa deslices o diga cosas equivocadas; al final, somos humanos. Sin embargo, parecen olvidar que en una campaña cada palabra cuenta, y cada acto será fiscalizado. 

Así, Xóchitl Gálvez se debe cuidar de decir que si a los 60 años no tienes patrimonio estás bien “güey”, porque muestra falta de empatía y distanciamiento con la realidad de millones de mexicanos.

También vimos el lapsus de Claudia Sheinbaum pidiendo que continúe la corrupción. Más preocupante, pero también bastante triste, es ver cómo la candidata oficialista ha abandonado su propia identidad para entregar su campaña a la adulación del presidente. 

Sabemos que López Obrador quedó enojado de no haber sido el protagonista del primer debate, pero la forma en que la mujer que podría ser nuestra próxima presidenta se vuelve aduladora para hacer feliz a su “padre”, como diría La Jornada, es otra forma de ridiculez. 

Y así como no nos merecemos candidaturas payasas que recurran al absurdo para ser recordadas, no nos merecemos una potencial gobernante que se arranca la piel para no perder el cariño del presidente. 

Más del autor: Ganar-ganar

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