Superstición

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Los humanos tenemos una fascinación con las supersticiones. Nos encanta creer que ciertos actos, objetos o acciones nos traerán mala o buena suerte, y para muchas personas son clave en su toma de decisiones.

Entendemos una superstición como una creencia irracional o mágica, y suelen ser transmitidas de generación en generación. Son una herramienta de defensa: nos hacen sentir menos vulnerables en un mundo cambiante en el que tenemos poco control sobre los eventos que nos rodean.

En los últimos cien años, sin embargo, empezaron a perder fuerza. Los avances tecnológicos, descubrimientos científicos, progresos sociales y educativos fueron mermando su influencia en nuestra sociedad. 

Y ahora, han vuelto. Es irónico que en la era en que más tenemos acceso a información, datos, avances científicos, la gente está volviendo a creer en la magia.

Carl Sagan, el famoso astrónomo, hizo una predicción interesante en los años 90 del siglo pasado. Él dijo, palabras más y menos, que cuando los grandes poderes tecnológicos estén en las manos de unos pocos poderosos; que cuando los temas complejos estén bajo el control de representantes políticos que no los entienden; que cuando la gente no pueda cuestionar a sus autoridades, nuestras facultades críticas se irán deteriorando. 

Seremos incapaces de distinguir entre lo que es cierto y lo que nos hace sentir bien, deslizándonos sin darnos cuenta en la superstición y la oscuridad.

Nuestros líderes, tanto aquí como en otros países, han sido cruciales en fomentar esta oscuridad en la sociedad, en lugar de combatirla.

Así, podemos tener un presidente que en plena pandemia por COVID-19 asegura que no se enfermará porque tiene unas estampitas que detienen al mal; y cuando se enferma, varias veces, no ve ninguna contradicción. No hay un cuestionamiento. Ni hay un cambio de actitud.

Y tampoco hay una verdadera crítica social. La mayor parte de la gente sigue creyendo que se está combatiendo la corrupción, a pesar de la falta de evidencia, porque nos mostraron un pañuelo blanco.

También que los abrazos funcionan contra la inseguridad. Y creemos estas, y muchas otras cosas, no porque haya razones sólidas para hacerlo, sino porque nos hace sentir mejor.

Vamos perdiendo la capacidad de absorber mensajes complejos que duren más de 30 segundos; los gobernantes y algunos pocos medios poderosos establecen qué vemos en nuestros celulares, que nos debe interesar, qué debemos saber y qué no.

En la medida en que cedemos nuestro derecho a tener información real, verificable, confiable, también renunciamos a nuestra obligación de ejercer ciudadanía. Optamos por creer en lugar de exigir. Por aceptar el destino que nos pintan por delante sin resistirnos.

Esto por supuesto no aplica para todas las personas; hay amplios sectores de la sociedad que demandan, se informan, cuestionan y protestan a partir de datos verificables. 

Pero son aún una minoría. 

Evitemos la predicción de Carl Sagan.

No nos deslicemos a la oscuridad. 

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